miércoles, 15 de junio de 2011

CEBOLLETA, EL CHAMPIÑON Y LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

Hubo un momento en la historia de Pinarejo hacia los años 60 y 70 del siglo XX, en que llegó a parecer que nuestro pueblo iba a pegar un cambio radical e iba a despegar hacia unas nuevas formas de vida propiciadas por una especie de oro negro que tenía su caldo de cultivo en nuestro pueblo, este oro negro se llamaba de nombre “champiñón”. La verdad es que hubiera sido fantástico comprobar hasta que punto en nuestro pueblo era posible redefinir una nueva fuente de economía que hubiera servido para transformar la vida de los habitantes del pueblo. La pregunta es ¿Qué ocurrió para que nuestro pueblo no siga formando parte de esos 14 pueblos de la manchuela que continúan cultivando el champiñón cuando resulta que España es el tercer país europeo productor de champiñón después de Holanda y Francia con una producción de 110.000 toneladas?

Por aquella época todos en Pinarejo se afanaban en excavar más y más galerías bajo el subsuelo del terreno del término del pueblo y de cosechar champiñones; aquello parecía que no tuviera límites ni fin. Era fantástico ver como la población se esmeraba por trabajar de sol a sol los caballones de tierra en los que tenía que emerger el preciado hongo. La verdad es que notabas como en el pueblo se movía algo y sobretodo que había ilusión. No sé los kilómetros de túnel, 9-10, ni la cantidad de metros cúbicos de tierra que movería el dichoso champiñón. Lo cierto es que fue una obra de faraones. Si se pudiera colocar un túnel al lado del otro alguno se asustaría.

El trabajo fue de titanes. Primero había que hacer la galería y prepararla con puerta, respiraderos y caballones y luego cultivar el producto. Más tarde venía el trabajo de recolectar, echar el compost: estiércol, regar, desinfectar, envasar y vender y vuelta a comenzar. Como se ve toda una hazaña que no tuvo unas consecuencias significativas grandes para el grueso de la población que se dedicó a este menesteroso trabajo debido entre otras cosas a que faltó lo de siempre la solidaridad necesaria para haber comercializado en régimen de cooperativa el producto con el fin de que los beneficios se quedaran en el pueblo. A esto ha ayudado y mucho las malas experiencias empresariales de los agricultores del pueblo en el pasado.

Faltó:

-Una cooperativa local.
-Créditos.
-Pasar del estiércol al compost hecho a base de paja y abonos tratado con lluvia artificial y procesos nitrogelados
-Construcción de naves, a las afueras del pueblo, con sistemas de refrigeración y calefacción para hacer el cultivo más productivo.
- Buscar redes de distribución y mercados en las grandes ciudades.
- Y sobretodo falto personas con clara vocación de servicio al pueblo.

Recuerdo de una vez, hacia el año 1971, en que me quedé en el pueblo durante unas vacaciones, tuve la oportunidad de vivir de cerca aquella epopeya que comenzaba para los cosechadores de champiñón de buena mañana y finalizaba con la puesta del sol. Aquello era un trabajo de negros que sirvió para que un blanco recogiera los buenos beneficios que dejaba el champiñón. El tema del champiñón en el pueblo terminó por convertirse en una dependencia directa de los cultivadores con referencia al vendedor y suministrador de la materia prima. Era un enganche total en el que poco había que ganar y mucho lo que arriesgar si lo que se perseguía era continuar cosechando ese oro negro llamado champiñón. Si la “Cebolleta”· no hubiera picado tanto quizás a estas horas estaríamos hablando de otras cosas. Ustedes me entienden.

¿Han visto por casualidad la película de Garcia Berlanga: “Bienvenido Mister Marshall”, en que se cuenta la vida de un pueblo pequeño y tranquilo, pobre y olvidado, en el que nunca pasaba nada que le sacara de la rutina?. Algo parecido pasó en Pinarejo, pero en vez de dólares en nuestro caso tenemos que hablar del champiñón.

José Vte. Navarro Rubio

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