martes, 14 de junio de 2011

DE CUANDO LA LUZ SE REPARTÍA EN PINAREJO A CAZOS

En la casa de mis abuelos y de mi tío, y en otras muchas casas de Pinarejo, rayando los años 60/70 del siglo XX, reinaban en su interior una inquietante oscuridad. Aunque en los libros que hablan del tema se diga que la luz llegó al pueblo hacia 1920, tuvo que llegar a mi entender en tandas y se debió repartir en cazos, pues yo recuerdo algunas de las estancias de la casa de mis abuelos y de mi tío completamente a oscuras. En aquellas casas se andaba a tientas y se acertaba a tocar la clavija de la luz después de haber tanteado con la palma y yemas de los dedos de la mano las paredes de las diferentes dependencias de donde se suponía que debería estar el endiablado “chisme” que “encendía la luz”.

Ni que contar cuando los varones de las diferentes casas del pueblo regresaban del bar de Paquillo con un “chispazo” “de aquí te espero” o “de María Santísima”. No era raro que en los “aldeaños” de las clavijas aparecieran unos “relejes” de aúpa que las hacendadas amas de las casas se tenían que “afañar” en limpiar.

Las casas del pueblo, como en todos los pueblos, se solían trasmitir de padres a hijos y como si en el contrato de compra hubiera existido alguna cláusula especial nadie se atrevía a tocar nada. Primero porque a nadie se le ocurría cambiar las cosas y en segundo lugar para qué buenas estaban así.

Las herramientas, útiles de labranza, mobiliario, la dote, y utensilios de cocina, entre otros, perduraban en las casas hasta el extremo de hacerse eternos. Cada uno de los utensilios quedaba circunscrito de por vida al lugar en que habían sido encontrado por los nuevos propietarios y todos envejecían en la casa a sabiendas de que el otro, el dueño, mantendría su compromiso y fidelidad para con el conjunto de objetos existentes entre las cuatro paredes del hogar. Esto obligaba a que los dueños de las casas tuvieran por imperiosa obligación que contestar a las preguntas que se les hacían por parte de los invitados que acudían a la casa para cualquier asunto: “terciar” en algún trato, visitar a algún enfermo y poco más. El diálogo podía haber ocurrido de la siguiente forma: “Pues sí esa fotografía era de mi padre en el frente de Madrid, se la sacó un domingo cerca de la Ciudad Universitaria. ¡Que guerra!¡Cuántos muertos”! ¡Y ya ves tú, si al menos le hubiera “quedao” una paga! Total para “na”.

José Vte Navarro Rubio


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