jueves, 16 de junio de 2011

EL CANDIL DE MI ABUELA

La historia del candil es casi tan antigua como la historia de la humanidad aunque para datar esa antigüedad los arqueólogos recurran a la presencia de testigos en extractos bien documentados. Se habla de 8.000 años antes de cristo ¿Puede ser? Pero yo creo que hay más antigüedad por dos sencillas cuestiones:

a)Lo fácil que es fabricar un candil.
b)Lo fácil que resulta encontrar sus componentes.

De esta forma para confeccionar un candil sólo hacia falta en primer lugar que el hombre dominara el fuego; en 2º lugar una oquedad en el terreno, o trozo de tronco de madera en forma de cuenco donde depositar el aceite o grasa derretida; en 3º lugar grasa animal o aceite; en 4º lugar una mecha que podía ser de lana, pelos de animales debidamente engrasados, nervios de animales cazados por el hombre etc.

Dicho esto hay que hacer hincapié en que dependiendo de la condición social los candiles variaban en cuanto a su grado de sencillez. En sus inicios estas lámparas eran de terracota, arcilla cocida, y posteriormente se fabricaron en bronce y luego en hierro o en latón. en el caso español se usaba únicamente el aceite de la oliva junto con unas mechas de algodón para prender fuego y conseguir el efecto de iluminación deseado.

Sin embargo durante mucho tiempo después de la aparición de la electricidad, el candil siguió siendo el centro de iluminación principal en mundo rural. Yo recuerdo la casa de mis abuelos, allá por los años 1960, con un candil de estos de latón que estaba colgado al lado mismo de la chimenea y cuando se tenía que ir a alguna de las habitaciones se encendía el candil con el fin de alumbrarte y no tropezar. ¿No se si era un ritual o es que en alguna de las estancias no había luz eléctrica? Lo más seguro es que fuera debido a los cortes de electricidad “ esta se iba como siete u ochos veces al día” momento en el que el candil volvía a cobrar toda su importancia en el interior de las casas.

Constaba aquel candil de los siguientes componentes: un asa larga con un orifico en su extremo para poder colgarlo de cualquier clavo en la pared; tres vértices en forma de pico por donde colgaba la mecha y una especie de platillo en el que se depositaba el aceite y una parte de la mecha que permanecía sumergida en el líquido. Como mecha se solía utilizar cualquier cosa a veces eran elaboradas artesanalmente por la propia familia que se dedicaba a enrollar en forma de mecha los pequeños trozos de este material, o bien “se reutilizaban las sábanas viejas.

Era este candil de mi abuela de hojalata, con remiendos, que seguro que había pertenecido a algún ancestro de la familia y que mi abuela había heredado. ¿Qué buena luz daba aquel candil y cuanto lo hecho de menos?

No era extraño que en las casas oliera siempre a comida y más teniendo en cuenta que los candiles se alimentaban en algunas ocasiones con aceites usados. Así que aquello -de buenos días nos de Dios, hermana, que lentejas más buenas está preparando usted y que olorcillo -y la contestación – pues no las cominos ayer,-también era muy normal.

Cuando me voy a la cama pienso en aquel candil y mira por donde estoy por comprar uno, por lo menos aunque solo sea para intentar recuperar, aunque solo sea durante un par de minutos, aquellas sensaciones perdidas.

Los últimos años de mi abuela, hacía el año 1964, los pasó casi en la más absoluta de las tinieblas debido a una ceguera que ningún galeno acertó a diagnosticar a tiempo ni a tratar. Mi abuela lo llevó con mucha resignación cristiana: -Dios me la dio, Dios me la quitó. -Yo hubiera dicho otra cosa.

En una de las veces que me quedé en casa de mis abuelos, allí en la calle de La Divina Pastora, era pequeñísimo, recuerdo dos anécdotas la primera tiene que ver con el dichoso candil. Mi abuelo no lo encontraba y de forma eficiente confeccionó uno en unas décimas de segundo aprovechando los pliegues exteriores de una cebolla: casco.

La segunda anécdota tiene que ver con una sardina salada que mi abuelo con mucha paciencia había pelado y quería que me comiera en el patio de la casa. Yo me negaba porque quería una onza de chocolate no sé si era “Josefillo o Molinillo”. Yo creo que era Josefillo y que el envoltorio era de color blanco y azul y llevaba la caricatura de una niña pecosa con trenzas. Todo enfadado mi abuelo lanzó la sardina por la chimenea y en ese momento se habría acabado la historia sino hubiera sido porque al entrar dentro de casa mi abuela se encontraba renegando y realizando algún conjuro, porque por la chimenea le había caído, desde el cielo, en el potaje una sardina y no encontraba respuesta alguna a aquel milagro. El gato se llevó la culpa. No recuerdo nada más, lo que sí sé es que allí nadie se río hasta que vinieron mis padres a recogerme.

Letras de chocolate Molinillo (la misma se usaba para el Josefillo):

Chocolate Molinillo
Corre, corre, que te pillo
Correrás, correrás
Pero no me pillarás
Refranero del candil:
Apagón de noche y candil de día, todo es bobería.
¿Que aprovecha el candil sin mecha?
Candil de la calle, y oscuridad de su casa.
Candil que no tiene mecha, no aprovecha.
Con vil dinero, tendrás vela y candelero; sin dinero vil, ni candil.
En apagando el candil, guapas y feas van por el mismo carril.
Sale más caro el candil que la vela.
Un aire sutil, mata a un hombre y no apaga un candil.

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