lunes, 13 de junio de 2011

LE TOCÓ LA LOTERÍA Y CASI LA CAGA

Ahora que las Navidades ya están encima me ha venido a la cabeza, que no es poco a estas alturas del día, una historia que tiene que ver de forma indirecta con el primer premio de la lotería de Navidad y con un paisano del pueblo al cual le tocó el premio. La cuestión no tendría más importancia si no fuera por el contexto en el que se desarrollaron los hechos. Todo finalizó, como se acostumbra a decirse en terminología taurina, en un buen desenlace, tanto de la faena como de la corrida en general.

Este paisano nuestro, anónimo y muy emprendedor, salió un buen día de viaje para comprar determinados artículos que necesitaba para su empresa. Ese mismo día adquirió unos números de lotería, no es que fuera aficionado, pero por si acaso, como se dice vulgarmente, de tocarle podría tapar algunos agujerillos. Finalizada la tarea que se había propuesto para ese día emprendió nuestro amigo el regreso a casa. No se sabe si por causa de la copiosa comida que había ingerido o por otro tipo de circunstancias lo bien cierto es que a mitad de camino, en una recta tan larga como la de Pinarejo a Santa María, sintió nuestro buen amigo unas ganas tremendas de, cómo dice la plebe, cagar y recordó aquel versillo de la adolescencia que decía:

De los placeres sin pecar,
el más dulce es el cagar
con un periódico extendido
y un cigarrillo encendido
queda el culo complacido
y la mierda en su lugar.

Después de estos devaneos poéticos intentó acelerar nuestro amigo el vehículo, estrujó las posaderas contra el asiento, tomo aire, aceleró todo lo que pudo, pero el dolor de tripa no se iba. Como pudo aparcó el coche fuera de la carretera y corrió hacia unas matas que se divisaban no más allá de un tiro de garrota y ya en el lugar se atrevió a hacer lo que desde muy pequeño le habían enseñado; es decir bajar las posaderas sobre la vertical del cuerpo, colocar las piernas y pies en posición, apretar los musculillos del esfínter; mirar hacia el horizonte como si estuviera viendo los campos floridos de espigas de la parcela de tierra que tenía su padre en el Arenal y recitar: Que triste es amar sin ser amado, pero más triste es cagar sin haber almorzado.

Ese día, por lo que fuera, la simbiosis no había sido todo lo perfecta que el manual de buenas costumbres pinarejeras marcaba, motivo por el cual volvió a cerrar los ojos, se imaginó aquel corralillo de la casa de sus padres. Intentó recordar en el corralillo a su abuelo cogiendo las uvas de la parra; al gorrinillo comiendo salvado en la gorrinera; al burro en la cuadra pegado al pesebre con los ojos tristones; a los conejos y gazapos dando saltos y comiendo ababoles, con esa cara de misticismo que solo los conejos saben poner; y como no a las gallinas picando debajo y alrededor de su persona. ¡Y, sí! el milagro, después de algunos esfuerzos y suspiros, funcionó y de esta forma tan singular nuestro paisano pudo realizar un acto para el cual hace falta mucha escuela y arduo aprendizaje.

Como pudo nuestro buen hombre avanzó unos pasos siempre en cuclillas a la búsqueda de un buen canto con el cual asearse, pero por lo que fuera ninguno era de su agrado y para colmo pisó lo que no tenía que pisar. Tiró, a continuación, mano al bolsillo trasero del pantalón con el fin de procurarse algún papel con el que acabar la fiesta, pero tan poco lo encontró. Después de avanzar unos metros en cuclillas y de arrastrar entre las matas y hierbajos todo lo corpóreo que se puede arrastrar encontró nuestro amigo la piedra de su vida, del tamaño de un huevo y sin aristas, y ya con ella en la mano acabó de cumplimentar la noble faena que hacia unos instantes acababa de iniciar. No antes de marcharse del lugar recordó aquello que decía:

Hoy aquí yacen los restos
de este olímpico banquete
que luchó de forma estoica
hasta salir del ojete.

De vuelta al vehículo nuestro amigo miró hacia atrás con el fin de recordar el lugar donde había realizado tan singular hazaña y reemprendió el camino hacia el dulce hogar. Al cabo de unos días se sorteaba la lotería. La televisión a bombo y platillo anunciaba, por fin, el día del sorteo, en todas las cadenas el número ganador y sacaba a los felices ganadores brindando con cava. ¡No puede ser!, terminaría por exclamar nuestro amigo, al ver las imágenes en televisión ¡En ese lugar estuve yo y compré la lotería!

De forma nerviosa empezó a buscar el número: primero en la cartera y no aparecía, después en los bolsillos de los pantalones y continuaba sin aparecer, continuó registrando en cajones, cómodas, salpicadero del coche y nada de nada. Bueno, pensó ya desesperado, será cuestión de recordar. Y comenzó a recordar: Compré el número, comí, pagué, le puse gasolina a la camioneta, y emprendí el camino de regreso a casa, paré para cagar y,y,y,y........ya está me tiré la mano al bolsillo y, la lotería se me cayó al suelo.

Sin dar tiempo ni a que pasara un minuto más de los necesarios nuestro amigo cogió la camioneta de regreso hacia el lugar donde pensaba que podría estar la lotería y ya en el lugar comenzó a inspeccionar la zona hasta que debajo de una mata, a pocos metros de la deposición, creyó ver los números de lotería. Ya en sus manos y después de desdoblarlos se pudo cerciorar de que coincidían con el número ganador de la lotería de Navidad de ese año. Parece ser que suspiró, volvió a casa y cobró. Y así de esta forma, colorín, colorado, el cuento se ha acabado.


Bueno, aunque un tanto escenificada, así fue como a un pinarejero le tocó el primer premio de la lotería de Navidad. No hay intención en el escrito de molestar ni de incordiar, es más y teniendo en cuenta que nos encontramos en Navidad, me gustaría que, con independencia del hecho real que se cuenta en este escrito, sea su lectura motivo de regocijo y diversión. No me voy antes sin recordar: “Que total en este mundo de caca, aunque te toque la lotería, sin cagar nadie se escapa”. ESCRITO CON CIERTAS LICENCIAS Y RESPETOS.

José Vicente Navarro Rubio

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