martes, 14 de junio de 2011

LA POZA DE MI ABUELO Y SUS SABIOS CONSEJOS

Mi abuelo tenía una longuera de tierra en el Charcón. Para los que no conozcan el Charcón les diré que es una de las muchas partidas de tierras del término de Pinarejo que está surcado por un riachuelo que viene a nacer en la "Boca de la Hoz", un poco más debajo de la Montesina, y desciende, aguas abajo, por el Charcón y la Patiña hasta llegar a Santa María del Campo Rus.

En esta zona del Charcón algunas gentes del pueblo solían tener pequeñas parcelas de tierra en las que cultivaban principalmente hortalizas y verduras aprovechándose para ello de las aguas que de vez en cuando llevaba el riachuelo y del caudal de ciertas pozas y balsas que algunos propietarios habían construido para estos fines.

Relacionado con esta zona yo he oído varías historias. Unas escritas y que tienen que ver, al parecer, con el Infante D. Juan Manuel y su afición a la caza y otras historias orales relacionadas con unas prospecciones que se hicieron en el lugar con el fin de comprobar diversos aspectos relacionados con la geología del terreno. Consecuencia de la prospección se expandieron por el pueblo ciertos comentarios que han ido pasando de padres a hijos. Al parecer los geólogos habían dicho, después de sellar los orificios abiertas en el terreno: “Si ustedes supieran lo que hay por debajo de la superficie de la tierra no pasarían por el lugar”. Se referían los geólogos a que una gran mancha de agua, río subterráneo, atravesaba la zona. Cierto o no cierto lo real es que en determinados años de pronunciadas sequías en algunos terrenos del lugar se abrían simas que nuestros padres y madres usaban para plantar en su fondo hortalizas y verduras: principalmente tomates, pimientos, cebollas, patatas y pepinos. Esta misma forma de cultivo se utiliza hoy en día en ciertas zonas volcánicas de las Islas Canarias. La respuesta, al por qué, es fácil de entender, se buscaba y busca la humedad que proporciona el fondo de la sima.

La poza de mi abuelo era muy profunda y tenía, creo recordar, vigas de madera que atravesaban las paredes de parte a parte. Tan profunda era que daba miedo asomarse. Había sido construida por mi padre y mis tíos y sus paredes recubiertas con vastas piedras se alzaban rectas como el campanario de la iglesia del pueblo. Al lado de la poza había una pequeña balsa en la que se almacenaba el agua para después regar. Ese día, al que me referiré a continuación, nos habíamos desplazado hasta la parcela de mi abuelo un grupo de chiquillos para bañarnos. Cual fue nuestra sorpresa al comprobar como con la puesta en funcionamiento del motor, que tenía que extraer el agua de la poza para llenar la balsa, salió por el caño un nido con cuatro o cinco guachos (gorriones). Recuerdo como mi abuelo los recogió con sumo cuidado y los dejó en uno de los orificios de los muchos que había en la pared de la poza, no sin antes advertir a los presentes que nadie los tocara.

Después de lo que acabo de contar, cierto día, al cabo de muchos años, me acerqué al lugar. El terreno ya no era de mi abuelo pues sus hijos lo habían vendido y de la poza y de la balsa lo único que quedaban eran vestigios de un declive palpable, pero cual fue mi sorpresa al comprobar como en el lugar donde mi abuelo había depositado el nido todavía quedaban restos de éste y por su estado se podía presumir que el nido había sido reutilizado por otras generaciones de gorriones.

La historia no tendría más importancia sino fuera por una singularidad y es que para concluir me atrevería a preguntar: ¿nuestra sociedad y más concretamente nuestros jóvenes están concienciados de lo que representa la naturaleza y la diversidad en nuestras vidas y de lo mucho que se puede aprender si somos capaces de observar y respetar todo aquello que es diferente y está a nuestro alrededor?

José Vte Navarro Rubio

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