domingo, 24 de julio de 2011

POESIA: DE AQUELLA NIÑEZ

Miraba la luz perderse
tras los tejados de las casas 
y solo, garrote en mano,
montera y canas, observaba, 
mientras llegaban silencios
tan frágiles como castillos
de arena en la playa,
que entraban a trompicones
por las puertas y ventanas
y salían de estampida
de buena  madrugada
cuando las buenas gentes se despertaban
y entre tragines y más tragines
el gallo en el corral cantaba.

Paleduz, paloduz, regaliz,
traían en alegre jarana
pequeños guachos
de zapatillas descarnadas
como la piel seca de una  cabra
y la calle tomaba  vida,
tambien La Plaza,
en la misma medida
que los estómagos se llenaban
de oraciones, aire, agua
y buenas palabras.

Bajaban por la calle de Las Cruces
las mujeres vestidas de negro
hasta las mismísimas sayas,
y mascando palabras
y también los brabucones de los hombres
cantando alegres coplas
que entre los dientes se les escapaban.

¡Ay! dula, dulera,
de ovejas cabras y machos cabrios
y de una pastora con vara
que por confundir la oveja
me pegó con ella en  la  cara
y de propina se llevó
cuatro o cinco pedradas
que mi hermano con especial puntería
desde lejos le largaba.

Y en días de nieve
de aquellos años de 1960
la gente se alargaba hasta la plaza
y con los blancos colores y fríos
las chimeneas parecían
locomotoras de carbón en  marcha.

No había días sin escuela
por mucho que nevera
y ya camino de la calle de Melgarejo
los tarugos pesaban
más que los libros y libretas
que yo felizmente transportaba
en una cartera pequeña
que con crueldad felina lanzaba
día tras día por encima de una tapia
que daba a un jardín con rosales, geranios              
y mira por donde
mi hermano la  saltaba y la saltaba,
como si aquella tapia no existiera,
como si los libros fueran
más que de papel de fina plata.

El bueno de  mi hermano 
me cuidaba
y de la mano me llevaba
camino de la escuela
y luego me dejaba
en aquel caserón tremendo
donde Doña Pía recitaba
vocales y consonantes
mientras yo la miraba
sin entender por aquellos días
que es lo que a aquella buena mujer le pasaba;
luego cuando lo entendí
ya era tarde Doña Pía no estaba.

Con la matazón del gorrino
este por fin nos engordaba,
para ello cambiaban los hábitos de la casa,
en la cocina se curaban
los chorizos y morcillas
los jamones en la cámara
y en días de fiesta
que buenos estaban
aquellos pucheros de judías pintas,
garbanzos, pelotas de pan,
jamón, chorizo y morcilla,
tocino y como no oreja y papada.

José Vte Navarro Rubio

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