Vosotros a los que llamo antepasados
vagasteis sobre estos lugares y fue de vuestras vidas
lo que el buen Dios quiso que fuera
y de aquello ahora queda como si fuera silbido del viento
algún retrato perdido en una vieja maleta.
Caía la gota de agua sobre el suelo y se esfumaba en la tierra.
Rebosaba el aljibe de agua y llegaban buenas cosechas.
Eran las aguas de estas tierras tan caras que cuando llegaban
los granos de trigo se convertían en pepitas de oro
que ayudaban a llenar de alimentos las alacenas.
Era en la primavera transito obligado a unas calinas eternas
cuando florecían los arboles y entraba la esperanza
hasta en los últimos rincones de aquellas viviendas
tan limpias y sencillas por dentro y blancas por fuera.
Y para septiembre ya recolectadas las cosechas
el pueblo entero respiraba aires de fiesta
y se oían sonidos y más sonidos de guitarras y mandurrias viejas
que a base de ser arañadas soltaban al aire sus penas.
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