viernes, 7 de octubre de 2011

PINAREJO Y EL CHOCOLATE JOSEFILLO DE MI ABUELA


De aquellos días me queda como referente en la memoria las grandes nevadas y fríos que llegaban al pueblo casi siempre para las Navidades acompañando a los niños cantores de San Ildelfonso, los largos veranos de grandes sequías, el sonido de las campanas llamando a misa y el balar intermitente de las ovejas cuando pasaban por delante de la puerta de mi casa, en la calle de Las Cruces, camino de un merecido descanso. Era por aquellos días un privilegio el acudir al colegio y aquellos que sobresalían o disfrutaban por fortuna de la posibilidad de progresar lo tenían que hacer en los colegios que tenían las ordenes religiosas en Ucles y Cuenca, preferentemente. Los demás, aquellos con pocos posibles, casi siempre la mayoría, se dedicaban a trabajar lo poco que se podía en la propia casa, solar paterno/materno, y a servir a un menesteroso amo de aquellos que la tradición había tenido a bien dejar como recuerdo de aquellos otros tiempos en que los siervos y criados servían a sus señores hasta la muerte. Ser mulero, jornalero, peón, pastor o labrador era casi siempre lo único a lo que se podía aspirar en aquel mundo hecho a imagen y semejanza de una minoría poco tolerante y muy tradicional en lo que tenía que ver con lo relacionado con la religión y estructura social de la población.  Todo se reducía a trabajar a cambio de tener un techo bajo el cual cubrirse, poco más, y un mermado plato de comida que llevarse a la boca.

El chocolate Josefillo es un referente obligado cuando echamos la mirada atrás y repasamos aquellos años de la década de los 40 a los 60 del siglo XX, en aquella España rural donde los hombres y mujeres crecían y se hacían mayores sin saber que había más allá de los confines del término en el cual habían  nacido. Recuerdo como no, es una imagen que me acompaña, a mi abuela, allí en la casa que mi tía Carmen tenía en la Plaza de Pinarejo, desmenuzando unas onzas de chocolate que luego dejaba caer en agua hirviendo hasta que aquella mezcla se convertía en un bendito alimento que yo, mi hermano y mis primos nos tragabamos con tantas ganas y la recuerdo, también, triturando con una botella vacía de gaseosa los granos de café, ya que el único molinillo que se conocía en el pueblo era el de la esquina del molinillo.  ¡Que vida aquella la de mi abuela y que vida esta la de los abuelos actuales! Los chorizos cuando se podían comer dejaban un gusto en el paladar que todavía creo apreciar cuando cierro los ojos y me traslado a aquellos momentos de mi infancia en que Doña Pia nos intentaba introducir en el bolo, cabeza,  las vocales y consonantes con las cuales fabricar palabras  y oraciones.

Don Gregorio, el cura, por aquellos días de la década de los años 60 se llevó las palomas y el pueblo se quedó sin palomo, sin cura y sin palomas. Muchos fueron los capones que este hombre de Dios repartió a diestro y siniestro, la única condición para recibir el leñazo era ser niño, y lo hacia Don Gregorio con tanto arte que algunos afectados le han tenido durante mucho tiempo ganas. Fuerte, alto y poco trabajado los nudillos de Don Gregorio eran temidos, respetados y odiados dentro y fuera del pueblo. A fé que tenía arte este hombre en demostrar como había que tratar a los hijos de los parroquianos/as y a fé que cuando se marchó del pueblo, con viento fresco, poca fé fue la que dejó en las almas de los pinarejeros/as y mucho escandalo fue el que se corrió por el pueblo de boca en boca y de puerta en puerta. 

Y como no podía ser de otra forma los niños y niñas de aquellos días, como los de ahora, se hacían mozos y mozas con pocas expectativas de trabajo  y unos se iban a servir a Franco, pues era quien mandaba, y las otras, las niñas, las que podían, a servir a las señoras de los amos y entre toques de cornetas y servicios domesticos se llegaba a la edad de casarse y con ello se posibilitaba, dentro de la más estricta moralidad, el momento de procrear  hijos e hijas con el fin de que el linaje no se perdiera. Y volvía de esta forma a repetirse la historia de aquellos pueblos y lugares tan olvidados de la mano de Dios que en muchos casos no se sabía ni que existían.

José Vte. Navarro Rubio



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