sábado, 1 de octubre de 2011

EL PONT DE TAULES, PINEDO- CASTELLAR, EL TREMOLAR Y EL RESTAURANTE ALQUERIA DEL BROSQUIL, APOLO Y UNA BUENA COMIDA

                                                   





De lo que trato, en este escrito, después de una buena comida:


Hace un par de días volví a mis orígenes. Es decir a un momento de mi vida de cuando tenía poco más de 6 años. Me explicaré. Por aquellos momentos nosotros, mi familia, acabábamos de llegar de Pinarejo y nos habíamos instalado en Valencia y más concretamente en el "Barrio de La Luz". Vivía, entonces, por Pinedo-Castellar, en la zona del "Pont de Taules", una prima de mi padre, de nombre Segunda, y su marido Federico. Criaban y cuidaban de un buen ganado de ovejas y algunas cabras en una alquería, hoy derruida. El jueves, para más decir, fuí con mi hermano, Jesús, y un amigo suyo, Paco, a comer a un restaurante instalado en una alquería restaurada de nombre: "Alquería del Brosquil". 

Como buen amante de la arqueología quiero recordar que en 1963 en las aguas de la playa de Pinedo, cuatro submarinistas descubrieron una estatua masculina de bronce. Se fabricó mediante el proceso técnico de la cera perdida, mide 145 cm. de altura y fue realizada por el método indirecto que permite su fundición en partes diferenciadas y posteriormente, unirlas por medio de soldaduras.

La estatua representa la figura de Apolo. La posición doblada del brazo izquierdo indica que debió apoyarse sobre algún objeto o instrumento, probablemente la lira o la cítara, el atributo apolíneo más representativo. Los ojos aparecieron desprovistos de los globos oculares y los que ahora presenta son fruto de una restauración moderna.

El Apolo de Pinedo es una copia romana, de época imperial, del Apolo Delphinios, original realizado por Demetrio de Mileto al final del siglo II a.e.c.

Intercalo esta pequeña cita sobre El Apolo de Pinedo porque desde aquellos días en que finalicé  mis estudios en esta materia no había tenido la oportunidad de volver a hablar sobre este tema y que mejor que oportunidad que esta para resaltar la pieza arqueológica.  


Volviendo al tema principal que me lleva tengo que decir que en el trayecto infernal, ese día, de Valencia a Pinedo-Castellar, el cielo comenzó a a escupir agua de tal forma que perdí la noción de por donde iba y hacia donde mi hermano me llevaba. De pronto aparecieron delante de mi unas imágenes difusas que todavía permanecían guardadas en mi memoria: Un paredón de una alquería totalmente revestido de pintura alquitranada de color negro, un puente, un ramal de camino, una acequia y el viejo caserón que hacia las veces de corral de ganado y de casa, donde la Segunda y Federico nos acogieron durante un verano del año 1962 de una forma señorial  y agradable. Por aquellos días compartimos con ellos casa, comida y sensaciones que ahora me vienen como si me encontrara en uno de aquellos momentos maravillosos en que en compañía de mis padres y de mi hermano paseábamos por la zona a la búsqueda del mar o de La Albufera, entre campos de arroz, croar y cánticos serranos de ranas, y chapuzones de patos en unas aguas limpias y transparentes que llegaban y se iban por una acequia que transcurría por delante de la casa de la Segunda y de Federico  e iba a morir allí donde un día debió ocurrir aquella tragedia que también contaba Blasco Ibañez en su libro sobre La Albufera y sus habitantes.


Me vienen por la memoria imágenes y sensaciones: olores a paja/heno y algarrobas secas, ovejas balando, patos comiendo caracoles, campos de arroz y a mi hermano buscando, entre el lodo de una acequia, un cubo de plástico que yo había lanzado allí donde las aguas tomaban tintes oscuros. 


No se el por qué ni el como no había vuelto desde aquella fecha a pasar por la zona. Algo, no encuentro otra explicación, me ha  impedido caminar por aquellas sendas. Creo entender el por qué. Yo me considero un romántico y amante de la naturaleza y soy de las personas que me gusta recordar las cosas tal y como fueron y no como son. Mi hermano, por otra parte, ya había paseado por el lugar y me había comentado que hacia de esto unas semanas había cogido la bicicleta y se había ido de marcha turística por la zona.


Me comentaba mi hermano que a la puerta de una vivienda había encontrado sentada en una silla a una mujer muy mayor en edad y que cuando le preguntó si había conocido a la Segunda y a Federico su respuesta había sido: Que buena persona lo fue Federico. De la Segunda no hubo comentarios y es que la prima de mi abuelo no se las pelaba con nadie y quería a su Federico desde los dedos de los pies hasta el último pelo pincho que este lucia en su despejada cabeza que estratégicamente cubría con una  boina que le caía sobre el lado derecho y le tapaba casi todo el pabellón auditivo. Federico no debería pesar por aquellos días más de cincuenta kilos. Lo recuerdo, con unos pelillos incipientes en la cara que no llegaban a ser barba, con un cigarrillo, de tabaco de hebra, liado a mano y sellado con saliva, casi siempre medio apagado, guardando un equilibrio perfecto en sus labios y con una mirada fina que calaba. ¡Que buena persona! Lo recuerdo, en aquel verano, cuando de vuelta a nuestra casa en el barrio de Patraix, esperabamos el autobús en el Pont de Taules y él, rodilla en tierra, me ataba, enlazaba, los cordones de los desgastados zapatos mientras creía adivinar que una lagrimilla le corría por la mejilla. Lo recuerdo cuando ya el autobús en marcha se alejaba, junto a su Segunda, con pequeños pasos por la senda, camino de su casa, mientras se rascaba la cocoronilla y escuchaba con infinita paciencia a su mujer a la cual quería con locura.


A la Segunda la recuerdo grande y tremenda, pelo blanco, y una pulsera del color del cobre con algún tipo de propiedad terapeútica, curación de la artitris, en su brazo derecho. La creo ver sentenciando, dando consejos y ordenes que Federico cumplía de la forma que le daba la gana. Cuando Federico se jubiló se fueron a vivir junto al barranco de Torrente, a una zona de casas de gentes humildes. La casa de la Segunda muy pequeña y se abría sobre un pequeño camino que se alzaba junto al cajón del mismo  barranco por donde corrían las aguas. Allí la Segunda colocaba la mecedora y veía transcurrir los días mientras Federico hacia tomizas y espuertas de esparto. Ya casi al final de sus vidas se fueron a vivir al lado del cementerio del Cabañal a casa de una sobrina llamada Carlota. No tenían  hijos. Creo que mi hermano y yo eramos parte de ese pequeño universo que ellos se habían fabricado.


Bueno dejando este pequeño recorrido por mi memoria vuelvo a ese jueves del año 2011 y al mes de septiembre y con ellos al día 29, que es cuando comimos tres amigos en la alquería restaurante del Brosquil. Recordamos con Paco viejos tiempos de aquella Valencia de los años 60 en que yo me ganaba la vida los veranos trabajando de camarero, Paco vendiendo aceites y mi hermano Jesús trabajando en una casa de pinturas. Paco debido a su oficio se recuerda de memoria todos los bares y restaurantes de aquella época y los platos típicos. Hablamos de Orea y Griegos: Hostal Muela de San Juan y La Colocha¨(Teruel), de rebollones, del estado actual de le economía mundial, de los pelotazos urbanísticos de la ciudad de las Ciencias, de las bondades de nuestras mujeres, y a los postres, sorbete incluido, después de devorar unos entrantes: esgarraet, carracoles y una tortilla especial de la casa que parecía estar hecha de filamentos de alambre y como colofón un buen caldero de arroz meloso con pato, salimos a un patio interior de la Alquería donde finalizamos la tertulia en compañía de otros amigos de Paco, de la zona, aficionados a la pesca, Hablamos de aquellos tiempos en que Pinedo era otra cosa;   de la captura de la sepia de playa, y de su guiso, tinta incluida, con ajos, guindillas, y aceite. Todo aromatizado, a cacerola tapada, con una buena copa de licor: ron o coñac.


Me quedo de ese día con esa tarde. Misterios de la vida salí mejor que entré y para cuando llegué a l'Alcúdia ya había dejado de llover. Yo creo que la culpa de la lluvia la debió de tener ese Dios Apolo, desenterrado un día entre las arenas de las aguas de la playa de Pinedo, que desde allí su reino glorioso en el Olimpo cuida de Pinedo y de vez en cuando le devuelve ese preciado liquido que entre otras cosas forma parte de su vida e historia.


Les dejo para finalizar con un artículo que he sacado de un blog y que dice así:


Rodeado de huertas, entre las poblaciones de Pinedo y Castelar, cerca del puerto de Valencia. Una antigua alquería restaurada, un restaurante de culto para los que queremos disfrutar de un buen plato de arroz en una tierra donde es protagonista. La Alquería del Brosquil, especialista en arroces. Se llega desde la rotonda que hay antes de entrar a Pinedo, pasando por el túnel que hay debajo de la autovía del Saler, siguiendo diversas indicaciones.

En su acogedor salón, bajo vigas y techos de madera, amplio y con mucha luz natural que entra por grandes ventanales. Con dos terrazas al aire libre. Una de ellas, junto a un huerto de naranjos. La mesa se llena de platos. El primero, la titaina, compuesto por atún, pimiento y tomate, que antaño llevaban para su almuerzo los estibadores del cercano puerto de mercancías. Calamares de botera a la plancha. Y dos arroces caldosos memorables. Uno, arroz con bogavante, con ñora y azafrán. Otro, arroz caldoso con pato, arros amb feçols i naps al que se le sustituye el cerdo por el pato. Extraordinario. Es la primera vez que disfruto de verdad comiendo arroz en Valencia. Tanto que repito varias veces, que tomo dos platos del arroz con pato y pruebo el arroz con bogavante.

Y con estas recetas, una larga tertulia en un ambiente distendido que nos conduce al sosiego necesario después de los avatares de la vida cotidiana. Un lugar para volver, para encontrarnos con platos tradicionales, con recetas de antes, con maneras de cocinar de ahora. Un restaurante para recordar y para compartir con amigos y familiares porque con su difusión se alarga la vida a esta manera de sacar lo mejor de los fogones y las ollas de esta casa. Para los que me quieran hacer caso y disfrutar saboreando estos manjares, la dirección es Entrada Casa El Llarc, nº 1, Valencia.- 46025, teléfono 963757970

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