sábado, 8 de octubre de 2011

LEYENDAS: DURILLAS HECHICERO DEL TEJAR DE PINAREJO


Todo lo que viene a continuación es ficción, y, como no, leyenda creada a través de un personaje real llamado Durillas. La historia es inventada.

DURILLAS: HECHICERO DEL TEJAR DE PINAREJO.
                                                           I
Llovía. Un frío intenso invadía el lugar y allí cerca del Pozo de Las Pitas en una casilla, antiguo tejar, batida por los vientos del norte y por el frío vivía Durillas. Su trabajo consistía en sacar a pastar un pequeño rebaño de cabras y ovejas y en procurarse leña para los duros inviernos. Todo lo demás le venía hecho. Aquel día, de incipiente anochecer, ya las ovejas y cabras acomodadas en el pequeño corral trasero a la casa, se disponía Durillas a dar buena cuenta de un buen tazón de leche cuando de repente se oyeron unos fuertes golpes en la puerta.

A todo esto tenemos que decir que en Pinarejo, lugar que era del Castillo de Garcimuñoz, por aquellos días del año de 1330 de Nuestro Señor Jesucristo, todos sus moradores sabían que Durillas tenía unos ciertos poderes, que iban más allá de lo que se puede entender como normales. Perseguido por la inquisición nuestro personaje había venido huyendo de la justicia divina, impuesta por humanos, desde las tierras adelantadas de Murcia, hasta este lugar recóndito en mitad del Señorío de los Manuales, por aquellos días del infante D. Juan Manuel.

En la casilla su morador no esperaba a nadie. Anochecía, cuando fuera, a escasos metros de la vivienda, se oyó:

-¡Por Dios, Durillas, abre la puerta!

Durillas, a quién el miedo no le importaba ni lo más mínimo, pues eran el resto de mortales los que tenían que tenérselo a él, abrió la puerta y se quedó mirando fijamente a aquella pareja de aldeanos que acababan de aparecer ante su presencia.

Pedro y Juana, los inesperados huéspedes tiritaban de frío. Algo más lejos de la puerta una mula enganchada a un carro parecía esperar pacientemente a que sus dueños resolvieran el asunto que les había traído hasta tan lejano lugar para retornar a Pinarejo y poder descansar en aquella cuadra tan bien provista de pienso y forraje con el que reponer las fuerzas que gastaba acarreando leña, aceitunas, uva, granos y paja, a las eras altas del pueblo, a lo largo de todo el año.
                                                                II
Pedro y Juana no estaban allí por causalidad. Su hija pequeña, de 7 años, Rosana, había desaparecido y no aparecía por ningún lado. Hacía ya de esto tres días que la niña se había quedado a dormir en casa de sus abuelos, donde éstos vivían en la Carrera, y la niña no se sabe como, salió para jugar de buena mañana, y ya no se volvió a saber nada más de ella. Ni rastro. Todo el pueblo se puso patas arriba. Se cerraron los caminos que llevaban fuera del pueblo; se registraron las casas una por una; se bajó hasta lo más profundo de los pozos y aljibes; se buscó en las charcas; en las alamedas cercanas al pueblo y nada de nada. Se hicieron pregones y se rezaron rosarios y a pesar de todo la niña no aparecía. Ni el más mínimo rastro.

En el pueblo se sabía de los dones que se le atribuían a Durillas y de como había encontrado a más de un desaparecido allá por Murcia, en los días en que fue vecino de aquella ciudad. Fue por eso que cansados de buscar y abatidos decidieron recurrir a los dones de Durillas con tal de poner fin a aquella pesadilla que había recaído sobre ellos.

Por eso, ese día, uncieron la caballería al carro y se dispusieron a pedirle, aunque fuera de rodillas, a Durillas, que les diera razón de su hija.

Uno y otro partieron de Pinarejo y atravesaron los primeros campos que hay más allá de las eras y se internaron por el camino que llevaba hasta la cabaña de Durillas.

-¿Qué haremos si no aparece la niña?– Decía Juana.

-Mujer hay que tener fe –le contestaba Pedro.

-Es curioso- dijo ella, con mucha melancolía- pero ahora que no la tengo a mi lado se me va la vida.

Se produjo un largo silencio, al mismo tiempo que avanzaban hacia su destino.

-Y bien –dijo Pedro entre dientes -pensemos en lo mejor y recemos a Santa Águeda.

-Hace más de medio año –dijo Juana -que venía pensando en que para estas fiestas de Pinarejo Rosana tenía estrenaría un traje que tu madre le estaba haciendo y ahora.....

-Pobres de todos nosotros si no la encontramos con vida. –Fue la contestación de Pedro al mismo tiempo que fustigaba el lomo de la caballería con un pequeño látigo, con el fin de aligerar la marcha.

Pasada la charca de las Canteras comenzó a divisarse, a lo lejos, una pequeña luz. Era la cabaña de Duendillas. Ya en la explanada de la cabaña bajaron Pedro y Juana del carro y se acercaron hasta la puerta de la casa.

-Pedro -dijo Juana –dame un beso.

Pedro la abrazo con toda su alma como en aquellos días en que siendo novios se dieron el primer beso subiendo por la calle de la Iglesia camino de la escuela.

Juana resopló y mirando hacia el cielo exclamó -¡Jesús, haz algo!

Cuando Pedro golpeo con el puño la puerta de la cabaña una estrella fugaz cruzó por el cielo camino de la Morreta. Ni uno ni el otro observaron aquel extraño fenómeno para el que nadie por aquellos días tenía explicación alguna.

                                                          III
A la misma hora, en el pueblo, la máxima autoridad del entonces llamado “El Pinarejo” reunido en sesión plenaria acordaba movilizar a todos los jóvenes en edad de servir durante el tiempo que hiciera falta con el único fin de buscar y encontrar a Rosana. Terminado el acto todos los vecinos se santiguaron, al mismo tiempo que poniendo rodillas en el suelo juraban por Dios que no descansarían hasta encontrar a la niña.

Hacia poco tiempo que al castillo de Garcimuñoz se le había otorgado el privilegio de villazgo, año 1322, y con ello justicia propia y privilegio concedido por Don Juan Manuel para que su término pudiera tener una legua de ancho por legua y media de largaría, por este motivo el alcalde pedáneo de Pinarejo hizo enviar al instante a un emisario al Castillo para que la máxima autoridad de la villa fuera conocedora del suceso y se pusieran en todos los cruces de caminos leyendas con el título:

“Se hace saber que se ha pedido una niña en Pinarejo aquel vecino o foráneo que la encontrara y entregara a sus padres será premiado con la exención de pagar tributos durante un año y gozará de libertad de paso entre las fronteras que median entre los diferentes lugares de que se compone el término del Castillo de Garcimuñoz. Firma el Justicia Mayor de la Villa: D. Miguel Melgarejo”

-Arreando y no descanséis hasta encontrar a la niña- dijo el alcalde pedáneo de Pinarejo al alguacil del ayuntamiento que de forma voluntaria se había ofrecido para viajar hasta el Castillo de Garcimuñoz.

Jinete y caballería partieron al galope y ya iban por el camino de los Rosales cuando los vecinos del pueblo con teas encendidas partían hacia las diferentes partidas del pueblo con el corazón en vilo y con extraños presentimientos.

-¿Podrá ser que no la encontremos?- se preguntaba el síndico mayor del pueblo D. Serafín Olmedilla.

Observación: La legua castellana se fijó originalmente en 5.000 varas castellanas, es decir, 4,19 km o unas 2,6 millas romanas, y variaba de modo notable según los distintos reinos españoles, e incluso según distintas provincias, quedando establecida en el siglo XVI como 20.000 pies castellanos; es decir, entre 5.573 y 5.914 metros.

                                                          IV
-Entrar -dijo Durillas, al mismo tiempo que indicando con un dedo de la mano señalaba donde se tenían que sentar Pedro y Juana.

-Gracias -contestó Pedro –Pero una gran desgracia nos ha traído hasta aquí. Sabemos de tu fama y nos gustaría que nos ayudaras.

-Ir al grano y decirme que es lo que tanto os aflige.

-Es nuestra hija. Se ha perdido o se la han llevado. Por favor ayúdanos y te pagaremos con todo lo que tenemos.

-Que poco me conoces buena mujer. Mi Trabajo no tiene precio y es por eso que no cobro.

-Pedro miraba de reojo y observaba. La pequeña estancia en la que discurría la conversación estaba repleta de objetos y más objetos. Unos conocidos y otros extraños. Se notaba que Durillas era un hombre de mundo y que todos aquellos objetos tenían que ver con los lugares en los que había estado a lo largo de su vida. Botellas, cuencos, caretas, platos, objetos musicales, estatuillas y viejos libros de cubiertas de piel de cabra colgaban de las paredes y yacían acomodados en las estanterías.

Juana rompió el silencio:

–Tres días con sus tres noches y la niña sin aparecer. ¡Que habrá sido de nuestra pobre niña!

- Bueno –contestó Durillas, -si lo que intentáis es encontrar a la niña lo que tenéis que hacer es tener confianza y ante todo guardar completo silencio de lo que se pueda ver a partir de estos momentos en este casa, pues de lo contrario la magia no tendrá efectos.

- Estar seguro buen señor que nuestra boca permanecerá sellada- contestó Pedro al instante.

Durillas se acercó hasta un destartalado armario y sacó de él un pequeño saco de tela y un lebrillo. Luego se aproximó hasta la chimenea y agarró una afilada navaja que momentos antes había dejado depositada en la cornisa. Con suma tranquilidad Duendillas abrió la puerta de la cabaña no sin antes encarar su mirada hacia el lugar donde permanecían sentados Juana y Pedro y decirles.

-A lo dicho: Ver, oír y callar.

Juana, que permanecía como hipnotizada, agarró con fuerza la mano de Pedro mientras por su boca se escapaba el siguiente comentario:

-Cariño, encontraremos a la niña.

-Sí; Juana, sí, -se atrevió a decir Pedro con una cierta melancolía.

                                                      V
Desde los puestos avanzados, castillejos, que contorneaban las diferentes tierras que formaban parte del termino del Castillo de Garcimuñoz, los soldados, que apostados en lo más alto de las atalayas montaban guardia, observaban con todo lujo de detalles como las avanzadillas de voluntarios que habían salido a la búsqueda de Rosana se desperdigaban a lo largo y ancho de las tierras de Pinarejo.

Adolfo, soldado de oficio y veterano en 20 batallas, siempre al servicio del señor del Castillo, comentaba a su compañero de turno de guardia aquella noche cual serían los siguientes movimientos de aquellas buenas gentes que provistos de teas encendidas recorrían las sendas, caminos y veredas con el único objeto de encontrar a la hija de Juana y de Pedro.

-Mira, Santiago –decía Adolfo a su compañero- Ves aquellos tropeles de personas como cambian de dirección ¿sabes por qué es?

-No –contestaba Santiago.

-Allí comienza el camino que lleva hasta Belmonte.

Santiago se sonrojaba puesto que llevaba un par de semanas montando guardia en aquel castillejo y desconocía por completo todo lo que tenía que ver con aquellas tierras que se abrían delante de sus ojos.

-Hace dos semanas –decía Santiago- que llevo por aquí y me asusta la inmensidad de este territorio y la soledad que se respira más allá de estas viejas piedras que nos sirven de parapeto. ¡Ojalá encuentren a la niña!

Adolfo meneaba la cabeza mientras se abotonaba la vieja pelliza de piel de cordero con la que se abrigaba.

¿Alguna vez has sentido miedo? Inquiría Santiago

-Mas que miedo terror. Sobre todo cuando el viento que viene desde La Montesina mueve la hojarasca de los chaparros y estos gimen como si fueran criaturas abandonadas en mitad de la noche. Así que amigo Santiago presta atención y no te dejes intimidar por nada que no tenga forma humana.. Todo esto por dos motivos coherentes –continuaba diciendo Adolfo-. En primer lugar porque si el miedo se apodera de tu persona te volverás loco y en segundo lugar, porque no es justo que a estas alturas de mi vida tenga que estar criando.

-Queda claro y te agradezco tu explicación. Ahora entiendo

                                                  VI
Durillas, salió de la estancia, en compañía de los instrumentos que le servirían para hacer el ritual, y abordó el pequeño trecho hasta el corral con el único ánimo de intentar solucionar aquel escabroso asunto. Dentro del humilde recinto quedaban a la espera y desconcertados Juana y Pedro.

Era ya, para esas horas del día, noche profunda, cuando un desgarrador aullido, que recorrió en décimas de segundos todo el orbe y espacios circundantes a la cabaña, entró por el tiro de la chimenea acompañado de un soplo de aire frío.

Juana y Pedro que permanecían inquietos y cogidos de la mano, la llegada de Durillas, se estremecieron. El aullido les había desconcertado.

Malos augurios los del aire y aullido llegó a pensar en esos momentos Pedro mientras depositaba un tierno beso sobre la frente de Juana.

Al poco tiempo regresaba a la cabaña Durillas trayendo entre las manos el pequeño lebrillo de barro que iba tapado con el saquito de tela. Caminaba lentamente y con la misma parsimonia cerró la puerta de la casa y se aproximó hasta una pequeña mesa situada al lado de la única ventana de la estancia. Sobre ella, en su centro, depositó, con sumo cuidado el envoltorio y la afilada navaja.

-Acercaros y no os alarméis- dijo Durillas mientras dejaba al descubierto el lebrillo.

Pedro y Juana se acercaron hasta donde les indicaba Durillas y miraron hacia el fondo del cacharro cerámico, en él yacían, en medio de un espeso liquido sanguíneo, lo que parecían ser las vísceras de un animal.

-¿De que son?,- se atrevió a preguntar Juan.

Son las entrañas de un cabrito y las vamos a utilizar para intentar conocer el paradero de vuestra hija, Rosana.
                                                      VII
Durillas, comenzó a hablar y lo hacia de una forma tan rápida que las sílabas se atropellaban entre sí antes de tomar contacto con los labios y la lengua y salir al exterior en forma de palabras. Era como si se hubiera despertando en su interior un volcán a punto de entrar en erupción.

-Mirad, ésta es la causa de mi infortunio. Allí en Murcia me gane una buena fama de persona juiciosa con poderes que fue origen de muchas envidias. Empleé mis conocimientos para hacer el bien, pero un día la inquisición llamó a mi puerta y tuve que salir por piernas. A estas horas estaría muerto de no haber sido por un buen amigo que me trajo hasta este lugar tan recóndito. Por eso os pido y ruego que de lo que yo haga, a partir de estos momentos, nadie del pueblo sepa nada.

-Pedro observaba y callaba. Su corazón iba demasiado rápido como para hablar. Fue por eso que Juana se adelantó y tomó la palabra:

-Estate tranquilo. Debes saber que ese buen amigo al que te has referido es el que nos ha hablado de tus poderes. Solo nos queda esperar y confiar en tu remedio.

-Pues vayamos allá –terminó por decir Durillas cuyo verdadero nombre era Manuel Fernández. –Ahora os voy a explicar lo que haré.

Durillas, con fuerza, asió una vieja caja de madera y la dejó encima de la mesa. Sacó del recipiente de barro el corazón del cabrito y agarrando tres gruesos clavos del fondo de la caja los fue hincando en la víscera.

-Todavía queda tarea, -se explicaba Durillas, mientras le pedía a Juana que le acercara tres gruesos alfileres que fue introduciendo con sumo cuidado en la masa carnosa. Luego roció la víscera con pimienta y comenzó a recitar lo que parecía ser un conjuro que venía a decir lo siguiente:

Conjúrate pimienta con Barrabás, con Satanás, con Belcebú, con Lucifer, con el Diablo Cojuelo, con Durillas y con cuantos diablos están en el infierno, bautizados y por bautizar; y que Rosana aparezca.

Tras esto, Durillas arrojó la sangre y las vísceras a un puchero con vinagre y mucha agua y a continuación lo colocó en la chimenea, sobre las brasas incandescentes, con el propósito de que el líquido hirviera.

-Ahora solo queda esperar –dijo Durillas

-¿Y después qué? -Preguntó Pedro

-La respuesta la tendremos en un instante cuando los líquidos comiencen a hervir. Si vemos en su seno unas imágenes eso querrá decir que Rosana esta viva y el lugar donde se encuentra. En ese supuesto la magia habrá acabado y será el momento de buscar a la niña.

                                                    VIII
Juana y Pedro esperaban. Solo quedaba tener fe. Mucha fe. La suficiente como para creer lo que les acababa de decir Durillas. Era muy cierto que la desesperación les había traído hasta aquel lugar y que no se irían de allí sin una respuesta.

Mientras tanto la olla, con sus condimentos, clavos y alfileres, comenzaba a hervir, al calor del fuego, en la chimenea. En un momento determinado, cuando lo creyó oportuno, Durillas sacó la olla del fuego con el fin de que el hervor desapareciera y poder comprobar hasta que punto el conjuro daba resultado y todo finalizaba tal y como Juana, Pedro y él querían que ocurriera.

-Mirad y callad y tener fe se le ocurrió decir a Durillas.

Juana miraba de reojo y rezaba, mientras Pedro no dejaba de llorar.

-Ya queda poco –atinaba a decir Durillas mientras se secaba con un pañuelo el sudor de la frente.

-¿Será verdad lo que se dice de este hombre? –Atinaba a preguntarse Juana.

Si que era verdad lo que se decía de Durillas y eran muchos los casos que se habían resuelto gracias a sus intervenciones. Un buen glosario de hechos fantásticos habían servido para que se dijera de Durillas que más que un adivino era un santo. Por lo menos así se pensaba de él en aquellos lugares por los que había pasado. Su vida casi monacal, a pesar de no vestir sayal, desprovista de todo tipo de lujos y muy cercana a la más completa de las pobrezas, era su mejor carta de presentación.

Durillas, por otra parte, también se había hecho sus preguntas, en lo que se refiere a esa pareja de desesperados, Juana y Pedro, que tanto esperaban de su intervención en este asunto que tenía que ver con la desaparición de Rosana.

-Quiera Dios, -pensaba Durillas, -que la niña aparezca y juro, desde este instante, por lo más sagrado, que esta será mi última intervención en asuntos de esta índole.

En estas y otras se estaba cuando en un momento determinado comenzaron a aparecer unas grandes manchas negruzcas en la superficie de la olla.

-¡Ahora, defnitivamente sabremos la verdad! –exclamó Durillas.

-No quiero mirar. Tengo miedo –atino a decir Juana, mientras se llevaba la palma de la mano a los ojos.

El proceso mediante el cual se realizaba el prodigio era siempre el mismo. Todo comenzaba cuando liquido de la olla comenzaba a cambiar de color y era a partir de ese momento cuando podían ocurrir dos cosas. La primera era que el cambio de color terminara por transformarse en una mancha, sin más detalles y la segunda que diera lugar a una imagen. Solo quedaba, a partir de aquel instante, comprobar hasta que punto era la primera o la segunda opción la que resultaría de aquel conjuro realizado por Durillas.

                                                                IX
¡Por fin! Grito -Durillas.

¿Qué, qué, que? No quiero mirar tengo miedo –dijo Juana con la voz apagada.

Juana hizo su comentario llena de pavor.

No menos intranquilo Pedro observaba a Juana confuso a la vez.

Solo estaba entero en apariencias Durillas. De casta le venía al galgo que era diestro en estos menesteres.

-Ya comienza a formarse una imagen. – exclamó Durillas mientras se acercaba hasta el borde mismo del recipiente y expandiendo la mano por encima de la olla señalaba con el dedo.

–Ya veo a Rosana –continuó diciendo- ¿y vosotros que? -fue su última pregunta.

-Yo también la veo -dijo entre dientes Pedro.

-¿Pero está viva? –preguntó Juana, mientras abría los ojos de manera desmesurada hacia el lugar donde se dirigían los ojos de los otros dos participantes en aquel infernal juego

- Sí, ¡Es mi hija -salió de la boca de Juana, mientras intentaba agarrar con las manos la olla, gesto éste que impidió Pedro de manera contundente asiendo a Juana con ternura y alejándola de la mesa.

-¡Sí, sí, sí! –dijo Durillas, al mismo tiempo que los animaba a observar con estas palabras.- Tener fe, pues es la única forma de que la fiesta termine bien y ahora decir conmigo:

-¿Rosana como estás?

Juan y Pedro no atendían a comprender, aunque sabían que en aquellos instantes no les quedaba más remedio que seguir puntualmente las instrucciones que habían recibido y tener mucha fe tanta como para dejar en manos de aquel hombre tan singular las pocas esperanzas que les quedaba en lo que se refiere a ver con vida a su hija.

Por eso fue por lo que exclamaron –Rosana como estás –y por eso fue que desde el fondo de una olla se oyó:

- Bien en esta cueva, mama, pero tengo frió.

Está en una cueva dijo Durillas -agarrando del hombro a Pedro- ¿Pero en que cueva? Ahora es el momento de que habléis y me digáis cuantas cuevas hay por la zona –terminó aseverando Durillas mientras se rascaba la barbilla.

-Que yo sepa está la cueva las Grajas, la cueva de la Montesina, y la que se llama la Cueva que está cerca de Pinarejo en la parte más baja del cerro conocido con el nombre de Motejón.

-Bueno –exclamó Durillas,- pues empezaremos por esos lugares.

Durillas comenzó a arrimarse mientras hablaba, hasta una vieja alacena y abriendo las destartaladas puertas agarró de su interior una cebolla que acercó hasta la mesa y de un certero golpe de cuchillo la partió por la mitad extrayendo de uno de los medios núcleos un casco. Luego, con la misma tranquilidad que había demostrado desde el primer momento en que Juana y Pedro habían tocado a su puerta en demanda de ayuda, agarró el casco y lo introdujo en el espeso liquido llenando con él su parte interna, justo hasta su mitad.

Ya el casco sobre la mesa Durillas dejó caer en la parte superior del liquido una pajuela que comenzó de inmediato a moverse, como si estuviera poseída de un extraño poder, señalando las diferentes posiciones de los puntos cardinales.

-Ahora solo queda salir fuera y ver hacia donde nos indica de forma definitiva el extremo de la pajuela –dijo Durillas, al mismo tiempo que abría la puerta de la vieja cabaña.

Salieron todos fuera de la cabaña. Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Pedro colocó un brazo por la espalda de Juana, apoyándose en sus hombros y caminaron completamente callados detrás de Durillas hasta que éste se detuvo en una explanada, debajo justamente de un viejo nogal.

                                                         X
Estaban los tres de pie debajo de aquel viejo nogal mirándose y sin ánimos de hablar cuando unas ráfagas de viento vinieron a sacarles de aquel sopor en el que habían caído de una forma tan inmediata.

-He de confesaros -comentó Durillas- que si no fuera porque es vuestra hija y venís recomendados por un amigo ahora estaría durmiendo a pierna suelta, pero ya que estamos en éstas voy a intentar terminar la faena de la mejor forma posible.

Durillas, comenzó a mirar a diestro y siniestro llevando asido entre sus manos el caso de cebolla. Por su forma de moverse parecía un ave palmípeda en medio de un cenagal, fue precisamente por eso que Pedro se atrevió a romper el silencio sepulcral que rodeaba el momento con una certera pregunta:

-¿Te puedo ayudar en algo?

-Ya lo creo -respondió Durillas– sujetaté de la mano y cuando yo lo diga me dices que cueva hay en la dirección que yo señale con el dedo índice la mano derecha.

Pedro cogió de la mano a Durillas y éste volvió a dar vueltas sin dejar de mirar el casco de cebolla, de pronto y sin venir a cuento se paró y señalando con la mano derecha hizo la siguiente pregunta a Pedro:

-¿Me puedes decir que cueva de las que me habéis dicho antes en la casa hay en la dirección que señalo con el dedo?

Juana que no dejaba de perderse detalle alguno rezaba una oración que acababa de inventarse y que venía a decir así:

Santa Águeda bendita
reina del amplio cielo
y dueña de mi corazón
si aparece viva Rosana
te serviré el resto de mis días
con especial cariño y devoción

-No hay duda alguna –exclamó Pedro– en aquella dirección se encuentra la cueva que hay en la ladera del cerro Motejón.

-¿No os falla la memoria? recordad que yo soy extraño al lugar y en esto os puedo ayudar poco –comentó Durillas.

-¡Sí, es la cueva de Motejón! –repitió Juana, que ya había cesado en sus rezos y oraciones y estaba por ello más pendiente de lo que hablaban Pedro y Durillas.

Durillas soltó de inmediato la mano de Pedro y se dirigió hacia donde estaba Juana.

-Mirad –contestó– todo lo que yo podía hacer ya está realizado así que montar en el carro y acudir a la búsqueda de vuestra hija que ella os espera.

-Gracias buen hombre– salió de los labios de Juana al mismo tiempo que caía arrodillada a los pies de Durillas.

-Levántate de inmediato mujer y no me hagas mas reverencias que tengo ganas de irme a dormir. Ahora bien coger este casco de cebolla y llevarlo con vosotros por si se diera el caso de que al llegar a la cueva en ella no estuviera Rosana. Seguro que esto no será así pero si viniera a ocurrir tenéis que hacer lo que yo os diga a continuación.
Pedro se acercó de inmediato hacia el lugar desde el cual Durillas hablaba y con voz entrecortada respondió. –Es demasiado increíble para ser cierto.

Durillas que tenía ganas de acabar con lo que estaban haciendo contestó a Pedro de la siguiente forma:

-Os falla, amigo mío, la memoria, los milagros existen y éste es uno de ellos y ahora a lo que íbamos, veis esa pajuela que flota en el liquido y que se mueve como si estuviera afectada del baile San Vito, pues bien tenéis que seguir con la vista hacia donde gira y cuando se pare hacia allí os tenéis que dirigir y ahora hacer el favor de subir al carro e ir a por Rosana –terminó por decir Durillas mientras se encaminaba sin mirar hacia atrás hacia su humilde morada.

Juana y Pedro ya subidos encima del carruaje soltaron riendas y aun grito surgido de la garganta de Pedro, que podríamos traducir por “arre”, salieron, llevados del brío de las mulas, con dirección a Pinarejo.

                                                    XI
A buen ritmo viajaban Juana y Pedro hacia Pinarejo mientras Durillas comenzaba a dar buena cuenta de ese merecido sueño que tenía pendiente desde el mismo momento en que unos golpes secos se dejaron sentir sobre la puerta de entrada a su humilde morada.

Ya cerca de Pinarejo el carruaje parecía volar en pos de su destino último que era el vallejo en el que se abría la boca de entrada a las entrañas de aquella cavidad que desde siempre había tenido un especial significado para los pinarejeros y pinarejeras. Había mil y una leyendas trasmitidas de padres a hijos desde los momentos más oscuros de nuestra historia local. Nadie había logrado explorar en su totalidad aquella cavidad de la que se decía que tenía un lago interior y de la que se hablaban maravillas en lo que se refiere a la existencia de una gran sala cuyas paredes arrojaban deslumbrantes destellos a todas horas; ya fuera de noche o de día. Se decía también que había sido abrigo de lobos y que en aquella lobera descansaban los restos óseos de muchas ovejas, cabritos y cabras y de más de un pastor que había oseado adentrarse en ella a los efectos de acabar con tal malignas y fieras alimañas.

Una gran esperanza se había instalado en los corazones de Pedro y Juana desde que Durillas con una rotundidad, fuera de todo discurso, alguna les había asegurado que Rosana estaba viva dentro de las entrañas de una de las cavidades que se abrían en las tierras del término de Pinarejo.

Pasada la partida de terrenos en la que estaba instalada la horca a la que obligaba en señal de servidumbre la villa de Alarcón y encarrilado el carruaje a través del angosto camino que se abría entre las diferentes eras altas que había cerca de las primeras casas de la calle de las Eras, se veía la plaza de Pinarejo a rebosar de un gran número de vecinos que de pie, y a esas altas horas de la noche, permanecían congregados, bajo la luz de numerosas teas, ante la misma puerta del Ayuntamiento.

Pedro y Juana bajaron la calle de las Eras en un abrir y cerrar de ojos y al lado del brocal del gran pozo que desde tiempos inmemoriales abría su boca en la plaza dejaron el carro y a los animales, mientras ellos se dirigieron hacia el lugar donde los vecinos esperaban concentrados la salida del Sindico Mayor del pueblo.

-¡Mirad son Pedro y Juana!- Se oyó clamar desde el fondo de más de una garganta.

Pedro y Juana avanzaron entre las sorpresas de los vecinos y subieron hasta el primer piso del ayuntamiento donde Serafín Olmedilla, Sindico Mayor, tenía su despacho. Permanecieron allí, los tres, durante unos minutos, nadie sabe de lo que se habló durante ese periodo de tiempo, hasta que las puertas de acceso al balcón, que adornaba el primer piso del noble edificio, se abrieron de par en par y estos se acomodaron en él para decir algunas palabras a la multitud congregada en la plaza. El primero en tomar la palabra fue el Sindico Mayor. De esta forma Serafín Olmedilla vino a decir:

-Vecinos gracias por vuestra dedicación y por lo que os habéis esforzado en buscar a Rosana. Sus padres Juana y Pedro me han relatado todo las gestiones que han hecho para encontrar a su hija y tengo que deciros que pronto la tendremos entre nosotros.

-Quiero- continuó diciendo- que os vayáis a casa a descansar, pero, solo hay una cuestión por aclarar. Tres de vosotros, entre los más jóvenes, hacer el favor de subir hasta mi despacho pues os necesitamos para poder finalizar con éxito este episodio que tanto nos ha unido durante estos últimos días.

Un gran aplauso se dejó oír en mitad de aquella noche tan cargada de sentimientos; aplauso que fue acompañado de algunos gritos y de manos alzadas ofreciéndose de forma voluntaria para la noble misión que se les había requerido.

-Tres, solo tres- volvió a decir Serafín Olmedilla, antes de cerrar tras de sí las puertas de acceso al balcón.

Juana y Pedro permanecieron callados en todo momento y ya disuelta la muchedumbre bajaron desde la primera planta del Ayuntamiento hasta la plaza en compañía de D. Serafín Olmedilla y de los tres jóvenes voluntarios que les tenían que acompañar hasta la cueva del Motejón.
Bajo el mismo porche del ayuntamiento esperaba D. Sebastián Poveda, párroco titular de la Iglesia de Santa Águeda, de Pinarejo, quien tras hacer la señal de la cruz y encomendarse a Dios pronunció las siguientes palabras:

-Id con Dios y sabed que sólo Dios con su infinita gracias y su sierva Santa Águeda os podrán dar aquello que os falta. Solo la fe –terminó por decir- mueve montañas.

Tras besar el hábito del buen prelado salieron todos hacia su destino a no más de veinte minutos del pueblo.

                                                            XII
A muy buen ritmo y sin mirar en ningún momento hacia atrás llegaron nuestros amigos delante de la mismísima boca de entrada a la cavidad.
Tras preparar concienzudamente unas antorchas con las que poder iluminarse dentro de las galerías se adentró el grupo de rescate dentro de las entrañas de la oquedad. Un gran nerviosismo embriagaba a todos, tal y como se podía comprobar en la expresión de sus miradas y en algún que otro tic nervioso que afloraba a las mejillas de forma intermitente pero altamente significativa.

-Ahora mantener la atención y que nadie se separe del grupo- dijo D. Serafín Olmedilla, que iba el primero de la comitiva portando una antorcha en su mano derecha y en la otra un espadín con el que poder defenderse de cualquier alimaña que le pudiera salir al paso.

Tras franquear la entrada se encontraron nuestros amigos ante una amplia sala cuyo suelo estaba cubierto de agua. Se oía en la sala el chasquido seco del calzado al golpear sobre el suelo impregnado de agua y el sonido acompasado de las gotas de agua al caer libremente desde el techo de la gruta hasta el mismo suelo. Consecuencia de ese ambiente de humedad y de constante goteo un pequeño lago subterráneo se había formado en la parte más honda de la amplia sala.

Hasta aquí era lo máximo que los lugareños se habían atrevido a explorar de esta antigua gruta que en su día y a la vista del material cerámico que aparecía desperdigado por el suelo debió ser refugio de algún grupo humano ya desaparecido.

La sala dejaba ver en mitad de una de sus amplias paredes una abertura lo suficientemente amplia como para poder adentrase y caminar por ella a pie alzado.

-Por allí seguiremos- volvió a decir D. Serafín Olmedilla y de inmediato el resto del grupo se volvió a reagrupar.

Conforme se iban adentrando por el estrecho pasadizo éste se iba haciendo cada vez más estrecho de forma que va llegar un momento en que el discurrir a través de él se hacia imposible para algunos de los integrantes del grupo. Cuando D. Serafín Olmedilla comprobó en su propia persona este extremo mandó enseguida que el grupo se parara y dirigiéndose a los más jóvenes del grupo y por ello más ágiles, les dijo:

-Es el momento de que vosotros dos avancéis por el pasadizo a la búsqueda de Rosana. Mientras tanto nosotros tres nos quedaremos en este lugar. Lo único que os toca hacer es de vez en cuando dar algún silbido que nos pueda servir de referente y a lo dicho mucha sangre fría y si por alguna de aquellas os vierais en la necesidad de usar de la daga o espadín hacerlo sin dudarlo, siempre y cuando no se ponga en peligro la vida de Rosana.

Florentino, que era el nombre de uno de nuestros jóvenes voluntarios, habló de esta forma:

-Solo nos mueve una cosa y ésta es entregar a Rosana viva a sus padres.

-Id y que Santa Águeda os escuche –respondió Juana.

Tras agarrar dos antorchas se deslizaron Florentino y Manuel por el estrecho pasadizo. A cada paso que daban el pasadizo se iba haciendo más estrecho de forma que nuestros voluntariosos amigos se vieron obligados a poner rodillas en el suelo y comenzar a gatear durante unos 200 metros hasta que pudieron comprobar con sus propios ojos como el pasadizo desembocaba en una gran sala de relucientes paredes de la que salían tres galerías.

-¿Y ahora que?- preguntó Florentino.

Ahora- contestó Manuel- nos toca primero silbar y después decidir por cual de las tres aberturas nos adentramos.

Mira- dijo Florentino que había arrimado la antorcha al suelo- aquí se ven unas pisadas recientes.

-¡Es verdad!- exclamó Manuel.

-No nos queda otra que seguir las huellas- volvió a repetir Florentino- pero antes haz una cosa vuelve tú hasta donde están los padres de Rosana y D. Serafín y coméntales lo que acabamos de ver, mientras yo me adentraré por el pasadizo en el que se ven las pisadas en el suelo.

Tras abrazarse afectuosamente y santiguarse se despidieron ambos amigos.

                                                      XIII
Mientras dentro de la cueva una parte de los expedicionarios avanzaban a la búsqueda de Rosana y otros permanecían sentados sobre el duro suelo la espera de noticias, fuera de ella, Sergio, que era el tercero de los mozos que se había ofrecido de forma voluntaria para el rescate, se entretenía acarreando matas y cepas secas, que habían sido arrojadas al ribazo cercano a la entrada de la cueva, con los que poder encender una hoguera en la que poder calentarse.

-La tengo que encontrar -se repetía y repetía hasta la saciedad
Florentino al mismo tiempo que se arrastraba por el estrecho corredor y avanzaba hacia los confines desconocidos de un mundo subterráneo inexplorado hasta aquellos momentos. Por aquellos mismos instantes Manuel ya de regreso y junto a los padres de Rosana y D. Serafín, les contaba a estos, para que no se alarmaran, los motivos de su regreso. –

Tened confianza y no paréis de rezar -les decía.

El tiempo pasaba y pasaba y Florentino continuaba avanzando. Él sabía que mientras la antorcha que llevaba asida de la mano no se apagara no correría ningún peligro y que ante la más mínima de las sospechas de que el aire podía llegar a faltar lo que tenía que hacer era dar marcha atrás y salir zumbando del lugar.

-Hasta cuando Señor me tocará avanzar gritÓ Florentino en medio de un silencio sepulcral.

No hubo respuesta ni Florentino la esperaba pues sabía que entre él y Rosana solo se interponían metros y más metros de galería. Por eso
continuó su periplo y fue en medio de uno de esos avances cuando creyó contemplar un punto luminoso en la lejanía. Punto de luz que conforme avanzaba se iba haciendo más grande, hasta que por fin Florentino llegó a una sala donde una luz de procedencia desconocida alumbraba la estancia en todas las direcciones. Miró Florentino, espantado, hacia los difrentes lugares de aquella sala abovedada y su vista se paró sobre una pequeña repisa que sobresalía del paredón. Avanzó de inmediato Florentino hacia el lugar y cual no fue su sorpresa cuando creyó distinguir en la pequeña repisa el cuerpo de una persona.

-Es ella -gritó Florentino arrojando la antorcha al suelo y poniéndose de inmediato de rodillas. Luego se levantó y tocó con sus manos el cuello de la niña.

-Respira dijo –para luego volver a gritar –¡Está viva! –Su grito se prolongó por todas las salas y pasadizos y llegó como era de esperar hasta el lugar donde esperaban los padres de Rosana, D. Serafín y Manuel.

-Gracias a Dios –dijo Juana echándose en los brazos de Pedro que nomparaba de gimotear.

-¡Por fin! -Exclamó D. Serafín, con cara de cansancio.

-Bien por Florentino y por la niña –subrayó Manuel

-Duerme –dijo Florentino en voz alta

                                                        XV
Sólo Juana y Pedro sabían que se habían cumplido hasta sus últimas consecuencias las predicciones de Durillas, aunque quedaban preguntas por hacer que únicamente Rosana podría aclarar. Pero para eso no había prisa alguna. Era cuestión de ver con sus propios ojos a Rosana; comprobar que su estado de salud era aceptable y de llevársela a casa, por eso Juana miraba a Pedro y Pedro miraba Juana al mismo tiempo que unas sonrisas difíciles de disimular y de complicidad se vislumbraban en las mejillas de nuestros afortunados amigos.

Florentino, que tenía prisas por abandonar aquel lugar que en cierta medida le causaba una sensación difícil de explicar, se había cargado ya a Rosana sobre el hombro derecho y sin despertarla había comenzado el camino de regreso hacia la salida de la caverna. Andaba deprisa como si los pies le volaran y a cada paso que daba hacia la salida la gran sala donde había encontrado a Rosana durmiendo se iba oscureciendo como si un manto negro descendiera desde la bóveda de la sala hasta el mismísimo suelo. Florentino sin volver la cabeza se iba dando cuenta de este hecho ya que el pasadizo por el que caminaba se oscureció de golpe y porrazo.

Por fin llegó Florentino al lugar donde esperaban los padres de Rosana y allí sobre el pecho de Juana dejó caer Florentino, con mucho cuidado, el cuerpo dormido de Rosana.

Pedro se había quedado de piedra y era incapaz de articular palabra alguna mientras D. Serafín lloraba y se enjugaba las lágrimas en la manga de la camisa.

-Hija mí cuanto te quiero –llegó a decir Juana –mientras abrazaba y llenaba de besos la cabeza, cara, hombros y manos de Rosana.

-Mamá –se oyó en las profundidades de la cueva y todos juntos pararon en sus cometidos.

¿Qué hija? –Preguntó Pedro.

-Tengo mucho sueño y hambre –contestó Rosana.

Rosana se había despertado y mientras se frotaba los ojos miraba sin comprender a sus padres y al resto del grupo.

-Me perdí mamá mientras Chispa seguía a un conejo que entró en una cueva y una señora toda de blanco me cuidó y dio de comer –contaba Rosana.

-¿Y como era la Señora? -preguntó D. Serafín.

Muy guapa y me decía que no tuviera miedo, que me cuidaría hasta que llegarán mis padres –contestaba Rosana.

Florentino que permanecía callado, como si fuera una piedra, iba entendiendo lo que podía haber ocurrido y fue por eso que comenzó a contar con todo lujo de detalles lo iluminada que estaba la sala y como la luz se fue apagando a medida que él se alejaba del lugar donde había encontrado a Rosana durmiendo.

-Sin lugar a dudas que ha sido un milagro –Acertó a decir Manuel que era de todos los miembros del grupo el que había permanecido hasta el momento más callado.

-Vayamos saliendo –se atrevió a comentar D. Serafín mientras se daba la vuelta y se encaminaba hacia donde Sergio esperaba al grupo.

Todos juntos emprendieron el camino de salida y lo hicieron entre grandes señales de alegrías, gritos de alabanza a Dios y bienaventuranzas interiores, por parte de Juana y Pedro, hacia Durillas.

Ya fuera de la cueva Sergio, que había oído las exclamaciones que procedían del interior de la gruta, se encontraba ya encima del carro y dispuesto a salir a la ligera camino de Pinarejo. Cuando todos se llegaron a encontrar bien acomodados encima del carruaje, Sergio alzó la voz y la mula, como si fue sabedora de que iba el asunto, en medio de un relinchó que se tuvo que oír hasta en el cercano pueblo de Santa María, comenzó a moverse.

Ya en la recta que enfilaba hacia las primeras casas del pueblo y dejado atrás el pozo del camino del Charcón, Don Serafín dijo:

-Llamaremos a este camino de Santa Ana.

-¿Por qué pregunto Sergio?

- Muy fácil –replicó D. Serafín – Ana en hebreo significa Hennah que quiere decir gracia y de verdad tengo que decir que ha sido una gran gracia el encontrar a Rosana sana y viva y de lo que habéis visto y oído callar todos amigos no sea el caso que nos tomen por locos. Solo Juana y Pedro sabían lo de Durillas y de por vida guardaron el secreto, hasta, he aquí, que tuvo que venir alguien, en este caso un servidor, a esclarecer los hechos. Que si hubo milagro, lo hubo. Que si Durillas existió, existió. Que si el camino se llama de Santa Ana, se llama. Que si existe la cueva, existe y de todo lo demás piensen ustedes lo que quieran pues la verdad sea dicha la vida es una fábula y de una fábula trataba este asunto. ¡Allí dentro de la cueva del Motejón está la contestación a los interrogantes que ustedes se están haciendo en estos momentos!

Autor: José Vicente Navarro Rubio

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...