miércoles, 19 de octubre de 2011

POESÍA: ERA AQUELLO IRSE

Era aquello irse,
¡si, lo era!
Lo entendí cuando vi
la mirada llena de tristeza de los vecinos
y sentí los besos de despedida
de los familiares más queridos
allí junto aquella bodega de vino
cerrada a cal y canto junto a la carretera.

Lo aprecié por dentro
cuando se cerró la puerta de mi casa
y sobre todo cuando las últimas eras con trigo y paja desaparecieron
tras las primeras curvas de una carretera
que cada vez se  alejaba más del pueblo.

Lo entendí cuando llegué a mi destino
y pude contemplar en primera persona
que todo era diferente
y que habíamos pasado de un tipo de cultura a otro
en unos intervalos de tiempo tan cortos
como para que pudiera decir esto no es lo mío.

Y crecí a la espera de volver a ver aquellas casas,
paisajes, tierras y gentes que me habían acompañado
a lo largo de muchos días y algunos años,
pues algo en mi interior me decía
que allí había dejado algo más que ausencias.

Como no puede ser de otra forma, volví,
de la misma forma que vuelven las aves migratorias
al lugar donde nacieron
y lo hice para aquellas fechas
en que los campos de trigo estaban para segar,
para cuando el sol se come hasta las sombras
y las buenas gentes del pueblo
se sientan en los poyos de las puertas para hablar.

Era así que con las idas y venidas
se cerraban y abrían nuevos ciclos en mi vida
y aunque yo crecía
algo en mi interior me decía
que mi alma estaba dividida
y que mi destino sería añorar y sentir nostalgias
por aquellas gentes, tierras y paisajes
que formaron parte de  mi existencia
allá en aquella lejana etapa de mi vida.

 Y es ahora,
ya toda una vida,
cuando uno vuelve a abrir
las páginas de ese libro
del que esta hecha su persona
y se da cuenta
sin querer sentir más allá
de donde puede sentir un ser humano
que todo continua allí
y que aunque hay ausencias
los latidos del corazón se aceleran
en la misma medida que el coche se acerca
a ese triángulo mágico
formado por casas, tierras y gentes
que dejé allí en las altas tierras un día
cerca del lugar donde un gran poeta
perdió su estimada vida
a la hora exacta en que se iban a dormir en retirada
al mismo dormidero las cornejas
desede siempre tan negras como una mortaja.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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