miércoles, 19 de octubre de 2011

POESIA: POR SER BUEN VASALLO MURIÓ JORGE MANRIQUE

Una a una fueron cayendo las horas
en una espera larga
entre silencios alarmantes
y algunas que otras palabras
que parecían proceder
de allí donde los caminos se acaban
y comienza a surgir los despoblados campos
sedientos de vida y agua.

Se abre la geografía cotidiana
de ese mundo construido a muestras espaldas
y cuando intentas comprender que hay más allá
de los confines precisos
que forman parte de tu vida presente y pasada
te encuentras con que aquello que te parecía cercano
se aparta
y emergen entre negras sombras
y fríos que hasta el hueso calan
la verdad de nuestras vidas
en forma de templada música de gaita y acordes de guitarra.

Pasé por la Esquina del Molinillo
e iba camino de la Nava,
a la derecha quedaba Santa María, del Rus llamada,
a la izquierda dejaba el Castillo de segadas almenas
desde las que los halcones oteaban
y entre vueltas y revueltas al fin llegaba
al lugar donde el poeta hundió la barbilla entre la escarcha
cuando sintió la fría punta de metal dentro de su cuerpo
como si fuera una brasa que le quemaba.

Jorge Manrique le llamaban y llaman
y por aquí estas tierras de memoria tan clara
dicen que fue gran señor de fino lenguaje y pluma descarnada
que a lomos de caballo
y antes de emprender batalla escribía
por si acaso del mundo marchar le tocara
tristes versos que lo consolaban.

Por ser guerrero a la fuerza,
servir a  un señor al que respetaba,
querer a un padre que desde el cielo le guiaba
y honrar a su señorial casa
vino a morir Jorge Manrique en una noche fría
en medio de estas tierras con tanta sangre de inocentes regadas
a las mismísimas puertas de La Nava

A lomos de bestias de  carga
como si fuera un pesado fardo
ya sin vida y sin alma
llegó con últimos alientos de vida
a una casa de paredes blancas
y entre grandes suspiros que por su boca escapaban
miró al cielo al mismo tiempo que unas lágrimas
por sus mejillas resbalaban.

Entre toques recios de campanas,
gemidos y plegarias  
cayeron uno a uno los días
a las horas que el Castillo se despoblaba
pues todos sus moradores sabían
que la venganza llegaría aunque esta tardara.

AUTOR: José Vte. Navarro Rubio

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