martes, 1 de noviembre de 2011

EL CASTILLO DE GARCIMUÑOZ: HECHICERIA Y SUPERSTICION

En el libro de Juan Blazquez Miquel, Hechiceria y superstición en Castilla la Mancha", se recogen una serie de casos que tienen que ver con el Castillo de Garcimuñoz:

El primer caso está relacionado con Catalina Morena, hechicera morisca, que vivía en el Castillo de Garcimuñoz y con una intervención suya en un acto de hechiceria. Parece ser que había un morisco Pedro de Patiña que para impedir el matrimonio de su hija, tomó un gallo y le metio un asador po el trasero, sacándoselo por la cabeza. Luego lió al novio con unos corales por todo el cuerpo y de esta forma evitó la boda, pues el joven quedó ligado. Para dar mayor fuerza al hechizo ocultó en una pared una figura de cera, que representaba al novio, a la cual clavó un alfiler en su sexo.

El segundo caso ocurrió hacia el siglo XVI. Sería para el año 1588, cuando Francisco de Torralba, vecino del Castillo de Garcimuñoz, es procesado acusado de astrólogo. Por su declaración sabemos que tan sólo en esa localidad había en esos momentos otros tres personajes dedicados a esos menesteres: Diego de Carrillo de Alarcón, Diego de Cabrera y el más importante, Gaspar Cavallón, quien había aprendido astrología en Valencia. con el famoso maestro Antonio Juan Ripolles. Todos ellos se dedicaban a levantar cartas astrales y eran continuamente solicitados sus servicios de todos los lugares de los alrededores.

Paisano del anterior y mucho más famoso, fue Eugenio Torralba. Hombre de gran inteligencia y no menos fantasía. Estudiante de medicina  y filosofía en Roma. Allí trabó amistad con un dominico, aficionado a las artes ocultas, que tenía un espíritu a buen servicio, llamado Zequiel, que regaló a Torralba. Este se le apareció en forma de arrogante joven, vestido de negro y rojo y se puso a su incondicional servicio. Le enseñó secretos con los cuales Torralba hizo portentosas curaciones; le reveló secretos de estado etc.

También le permitió viajar rapidamente a grandes distancias para lo cual utilizaba una caña y una nuve de fuego.

Así llegó a ser médico de la reina viuda de Portugal, Doña Leonor. En una noche fue y vino a Roma, donde asistió al famoso saqueo de la ciudad por las tropas imperiales.

El tribunal del santo Oficio de Cuenca le detuvo, acusándole de nigromancia, en 1528. Fue, sin embargo, tratado benignamente tan solo a unos años de cárcel, aunque fue indultado a los cuatro años, volviéndose a ejercer la medicina y llegando a ser nada menos que médico de Don fadrique Enríquez, Almirante de Castilla.

Viene a decir de Torralba Marcelino Menéndez y Pelayo, en su 'Historia de los heterodoxos españoles' ( apartado 'Principales procesos de hechicería. – Nigromantes sabios: El Dr. Torralba'), lo siguiente:

«La magia docta del siglo XVI, la que se alimentaba con los recuerdes de la teurgia neoplatónica y crecía el calor de los descubrimientos de las ciencias naturales, adelantándose audazmente a ellas entre vislumbres, tanteos y experiencias; mezcla informe de cábala judaica, supersticiones orientales, resabios de [263] paganismo, pedanterías escolares, secretos alquímicos y embrollo y farándula de charlatanes de plazuela; la ciencia de los Paracelsos, Agripas y Cardanos apenas tuvo secuaces en España. Recórrase la dilatada y gloriosa serie de nuestros médicos, desde Valverde, uno de los padres de la anatomía, juntamente con Vesalio, hasta el Divino Vallés y Mercado y Laguna, y apenas se encontrará rastro de ese espíritu inquieto, aventurero y teósofo. El espíritu de observación predominaba siempre entre nuestros naturalistas, y a él deben su valor las obras de los Acostas, Hernández y García de Orta. Lejos de nosotros siempre esa interpretación simbólica de la naturaleza, esa especie de panteísmo naturalista que solía turbar la mente de los sabios del Norte, moviéndolos a escudriñar en la materia ocultos misterios y poderes y a ponerse en comunicación directa o mediata con los espíritus animadores de lo creado. Sólo de un hombre de ciencia español tengo noticia que pueda ser calificado plenamente de nigromante docto a la vez que de escéptico y cuasi materialista. Llamábase el Dr. Eugenio Torralba y era natural de Cuenca, como tantos otros personajes de esta historia. Su nombre, y la más singular de sus visiones de nadie son desconocidos gracias a aquellas palabras de Don Quijote subido en Clavileño: «Acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma y se apeó en Torre de Nona... y vio todo el fracaso, asalto y muerte de Borbón, y por la mañana estaba de vuelta en Madrid ya, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir por la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse». Torralba había ido a Italia muy mozo, de paje del obispo Volterra, después cardenal Soderini, y en Roma había estudiado filosofía y medicina, contagiándose de las opiniones de Pomponazzi acerca de la mortalidad del alma, y cayendo, por fin, en un estado de absoluta incredulidad, a lo cual contribuyó su trato con un renegado judío, llamado Alfonso, como Uriel da Costa y otros de su raza, había parado en el deísmo y en la ley natural. Otro de los amigos de Torralba en Roma allá por los años de 1501 era un fraile dominico dado a las ciencias ocultas, que tenía a su servicio, pero sin pacto ni concierto alguno, a un espíritu bueno, dicho Zequiel gran sabedor de las cosas ocultas, que revelaba o no a sus amigos según le venía en talante. El fraile, que estaba agradecido a Torralba por sus servicios médicos, no encontró modo mejor de pagarle que poner a su disposición a Zequiel. Este se apareció al doctor, como Mefistófeles a Fausto, en forma de joven gallardo y blanco de color, vestido de rojo y negro, [264] y le dijo:»Yo seré tu servidor mientras viva». Desde entonces le visitaba con frecuencia y le hablaba en latín o en italiano, y como espíritu de bien, jamás le aconsejaba cosa contra la fe cristiana ni la moral (2097); antes le acompañaba a misa y le reprendía mucho todos sus pecados y su avaricia profesional. Le enseñaba los secretos de hierbas, plantas y animales, con los cuales alcanzó Torralba portentosas curaciones; le traía dinero cuando se encontraba apurado de recursos; le revelaba de antemano los secretos políticos y de Estado, y así supo nuestro doctor antes que aconteciera, y se los anunció al cardenal Cisneros, la muerte de D. García de Toledo en los Gelves y la de Fernando el Católico y el encumbramiento del mismo Cisneros a la Regencia y la guerra de las comunidades. El cardenal entró en deseos de conocer a Zequiel, que tales cosas predecía; pero como era espíritu tan libre y voluntarioso, Torralba no pudo conseguir de él que se presentase a Fr. Francisco. Prolijo y no muy entretenido fuera contar todos los servicios que hizo Zequiel a Torralba, sin desampararle aun despues de su vuelta a España en 1519. Para hacerle invulnerable le regaló un anillo con cabeza de etíope y un diamante labrado en Viernes Santo con sangre de macho cabrío. Los viajes le inquietaban poco, porque Zequiel había resuelto el problema de la navegación aérea en una caña y en una nube de fuego, y así llevó a Torralba en 1520 desde Valladolid a Roma, con grande estupor del cardenal Volterra y otros amigos, que se empeñaron en que el doctor les cediese aquel tesoro; pero en vano, porque Zequiel no consintió en dejar a su señor. En 1525, y a pesar de tan absurda y extravagante vida, Torralba llegó a ser médico de la reina viuda de Portugal, doña Leonor, y con ayuda de Zequiel hizo maravillas. Acortémoslas para llegar a la situación capital eternizada por Cervantes. Sabedor Torralba, por las revelaciones de su espíritu, de que el día 6 de mayo de 1572 iba a ser saqueada Roma por los imperiales, le pidió la noche antes que le llevase al sitio de la catástrofe para presenciarla a su gusto. Salieron de Valladolid en punto de las once, y cuando estaban a orillas del Pisuerga, Zequiel hizo montar a nuestro médico en un palo muy recio y ñudoso, le encargó que cerrase los ojos y que no tuviera miedo, le envolvió en una niebla oscurísima y, después de una caminata fatigosa, en que el doctor, más muerto que vivo, unas veces creyó que se ahogaba y otras que se quemaba, remanecieron en Torre de Nona y vieron la muerte de Borbón y todos los horrores del saco. A las dos o tres horas estaban de vuelta en Valladolid, donde Torralba, ya rematadamente loco, empezó a contar todo lo que había visto. Con esto se despertaron sospechas de brujería contra él, y le delató a la Inquisición su propio amigo D. Diego de Zúñiga, [265] que ni siquiera agradecía a Torralba el haberle sacado adelante en sus empresas de tahúr. Y como, por otra parte, el médico, lejos de ocultar sus nigromancias, hacía público alarde de ellas, no fue difícil encontrar testigos. La Inquisición de Cuenca mandó prenderle en 1528, y Torralba estuvo pertinacísimo en afirmar que tenía a Zequiel por familiar, pero que Zequiel era espíritu bueno y que jamás él le había empeñado su alma. Aún en las angustias del tormento, se empeñó en decir que todavía le visitaba en su prisión. El pacto lo negó siempre; pero la cuestión vino a complicarse con motivo de ciertas declaraciones acerca del materialismo y escepticismo del doctor. El cual, en suma, fue tratado con la benignidad que su manifiesta locura merecía, sentenciándosele en 6 de marzo de 1531 a sambenito y algunos años de cárcel, a arbitrio del inquisidor general, con promesa de no volver a llamar a Zequiel ni oírle. Don Alonso Manrique, cuya dulzura de condición es bien sabida, le indultó de la penitencia a los cuatro años, y Torralba volvió a ser médico del almirante de Castilla D. Fadrique Enríquez (2098).»
El total de procesos supersticiosos en el Castillo de Garcimuñoz fueron 4. En localidades próximas al Castillo de Garcimuñoz se dieron los siguientes casos: 2 en Alarcón, 1 en la Alberca, 17 en Belmonte, 2 en el cañavate, 2 en las Pedroñeras, 38 en San Clemente, 1 en Torrubia,  1 en Valverde del Júcar, 4 en Vara del Rey, 1 en Villargordo del Júcar y 2 en Santa María del campo Rus.

José Vicente Navarro Rubio

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