sábado, 19 de noviembre de 2011

POESIA: EL CASTILLO DE GARCIMUÑOZ: A UN MONUMENTO A JORGE MANRIQUE TAMBIÉN HERIDO DE MUERTE

                                 


Estaba, no se desde que día,
el lugar tranquilo bajo una luz apurada
y había algo en el ambiente que me decía
que por allí dormía el recuerdo
de un hombre sin vida, ya esta apagada,
al que la negra noche le había robado el alma.

Eran versos, violines y trompetas,
era música de cámara la que el aire trasmitía
en ese lugar donde la soledad se confunde con la calma
y a sabiendas de que estaba vacía
deposité mi mano sobre una hornacina en la piedra tallada
y noté que estaba helada.

¡Le han robado el alma pensé!
le han quitado la vida y se han llevado sus poesías
que en este lugar descansaban
como si fueran una ofrenda gloriosa
al poeta que herido marchó por el camino de la Nava
hacia la retaguardia de sus tropas
allí donde en Santa María del Campo Rus le esperaba duelo quebranto y lágrimas.

Serenidad, aparente, aguantaba
estoicamente el frío que por los campos altos
hasta llanura bajaba,
al tiempo que se me helaba
la piel por fuera y por dentro las palabras
y es que por estar me encontraba
allí donde un día cayó herido de muerte, pequeña fue su hazaña,
Jorge Manrique cuando como capitán de tropas realizaba correrías y razias
y tuvo a mal el poeta que cantaba a la muerte mientras luchaba
que la suerte le fallara y con ello se le fuera la vida sin más tardanzas.

Frío hacia esa mañana en que vi
a esas horas en que los campos vomitaban
restos de girasoles cuando el tractor los labraba
como las viejas piedras lloraban
ante la apatía de los silenciosos campos
y todo vino a ocurrirme en una mañana emergente, limpia y clara
mientras las oliveras ya con aceitunas moteadas
pedían agua con que lavar sus mejillas por el polvo de los caminos ensuciadas.

Son piedras talladas de la catedral de Cuenca
las que contempla mi vista y las que dan forma
 a ese austero monumento erigido de forma espartana
en el lugar donde la tradición dice que hubo batalla
y son piedras de una torre hundída llamada del Giraldo
traídas hasta El castillo de Garcimuñoz,
allí donde los pájaros eternamente pían y cantan,
para conmemorar la muerte de un buen poeta
que en esas tierras tan llenas de vida y esperanzas
tuvo la desdicha de venir a morir,
de la misma forma que el cantaba,
para cuando la luz ya se extinguía
y por aquellos días en que dos pretendientas a un trono luchaban
por ser reinas de una misma patria.


Autor: José Vte Navarro Rubio

                    

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