sábado, 10 de diciembre de 2011

POEMA : CUENCA EN LA MADRUGADA

Vive Cuenca, la ciudad, encantada
y se enamora todos los días de esas piedras
de las que cuelgan sus casas.
Cuenca la de la catedral siempre en obras,
nieves ancestrales y nido de águilas.
Inmortal Cuenca
que sobrevive a la historia y a las duras batallas
nos deja su perfume a humo de haya
cuando paseas entre tanta viejas piedras
 y alzas la mirada
para ver si los balcones no caen
cuando por debajo de ellos pasas.

Cuenca la de las sotanas tan negras
como ese asfalto color calabaza quemada
con el que se cubren las calles
y esos cuervos que en las cornisas de las casas graznan.
Presagios, malos, nos trae sin tardanzas
el recuerdo de la ciudad amada
será por lo de su puente de madera tan desgasta
que cuando por él avanzas
te imaginas caído en el fondo de la cañada,
o la de esa cuesta tan empinada
que cuando llegas arriba te falta hasta el habla,
o la de edificios pegados a la montaña
con un pegamento tan fino
que  no se nota por donde entra el frío en las casas,
o la de los conventos de todas las ordenes imaginarias
donde se oyen plegarias,
o la de seminaristas rezando desde las altas ramas
de un árbol seco que daba en vez de peras manzanas,
o la de los labriegos y amas de casa
que acudían a Cuenca para curar el alma,
o la de los suspiros, amoríos y otras batallas
de jóvenes y menos jóvenes, solteros y casadas
en los paseos, alamedas, parques y portales de casas enamoradas,
o la de aquellos trenes de carbón
que tenían pintada a Cuenca de negro
y cuyo hollín se pegaba a la ropa
como si fuera trozos de escarcha,
o la de las procesiones de Semana Santa
de cofrades que se quedan a dormir
allí donde despierta el alba.

Cuenca no quiere ser en vida enterrada.
Cuenca necesita aire limpio de la montaña.
Cuenca despierta por las mañanas con olores a rosa
y se acuesta cuando le viene en gana con mucha desgana.
Cuenca prevalece viva porque sus gentes la aman
y porque un gallo de piedra la despierta cuando de ella mal se habla.
Cuenca tiene una fuente de agua congelada
y unos enanitos de plomo que aunque a la guerra no marchan
llevan viejas medallas
allí donde los bolsillos de las chaquetas lucen moqueros de plata.
Cuenca me sabe a vino y a horchata,
a tango y música africana,
a cerdo asesinado para cuando las matanzas,
a sorbetes de hielo de la luna arrancados
por una joven doncella castellana
 que destila por sus claros ojos convertidos en fuentes de escarcha
"agua de azahar y zumo de naranja"
a Maestranza de toreros que sueñan en bajar con patines hasta la plaza,
a música de violines tocados por ciegos que ven más que hablan,
a hombros cultos de palabra fácil y buen trato en las barras,
a mujeres recelosas que no les gustan las palabras vanas,
a turistas distraidos que se van de Cuenca sin saber nada
ni de su historia, ni de su cultura y menos de sus hechos y hazañas,
a buenos discursos políticos
 como aquel de Indalecio Prieto
que todavía me viene por la memoria
cuando necesito llenarme de España.

Cuenca, que tendrá Cuenca
que no tiene Andalucia, Extremadura, Madrid ni Las Palmas
ni el resto posesiones africanas y España:
Cuenca tiene unas sirenas embarradas en un mar de aguas congeladas
y un molinillo de aspas al viento lanzadas
que recoge el aire de la sierra y lo transforma en música sacra.

Cuenca, Cuenca, Cuenca, Cuen-ca, Cuen-ca, C-u-e-n-c-a, Cuenca se me marcha:
De fiesta de buena mañana.
De borracheras cuando a sus gentes les da la gana.
De ocultismo y magia a los viejos palacios y casonas de bellas fachadas.

Cuenca tal alta y tan baja,
tan llena de misterios y tan de calles empinadas,
tan misteriosa que hasta las aguas al oído te hablan,
tan devota y cristiana que tiene procesiones milenarias,
tan alegre que hasta las farolas por la mañana te saludan sin dar la espalda.
Tan de tanto es Cuenca
que hablar de ella no me cansa,
es un suspiro en una garganta enamorada,
es una hada encantada,
es un cura relojero que construye relojes con arena de la playa,
es un panadero haciendo con la levadura santos de piedra tallada,
es patria de poetas que le cantan,
es un ruiseñor de voz quebrada,
es un botijo con las casas colgadas y unas llaves doradas que no abren ninguna casa,
es sol de resoli y de noches de serenos comiendo chuzos cuando las luces se apagan,
es lugar sagrado o no es nada,
es el vino tinto que derrama una tinaja en una jarra,
es un cordero hecho con sarmientos y a la brasa,
es un despacho de oficinas en el que buscas unas tierras del abuelo que te faltan,
es una feria constante con olores a manzanas caramelizadas, chupachus de azúcar quemada, trenes de brujas y soldados que al frente marchan.

Cuenca está donde la mando construir un rey que mucho mandaba
y por eso tiene:
Alamedas y pinadas,
jardines y murallas,
catedrales y cortesanas,
archivos y mansiones tan grandes que ocupan una manzana.
conventos de monjas de cristo enamoradas,
seminarios de muchos rezos y jóvenes de devoción fuerte y sana,
plaza de toro y hospital donde curar a los diestros de las cornadas,
hospicios y casas de tanta caridad que la comida se regala,
escuelas de muchas letras e institutos de secundaria,
parador y fondas de parada obligatoria si dormir se quiere y se tienen buenas ganas.

Cuenca es un poema de palabras entrecortadas
es como un barco de vapor comido por una ballena en el que viajan:
Florencio Martínez Ruiz que como capitán manda e intenta despertar al "Cabriel dormido".
Miguel Valdivieso que por "Los alrededores" marcha mirando el horizonte desde el palo mayor de la nave.
Cayo Román Cardete al que de vez en cuando se le escapa que "La morada del cielo vacío" es como su casa.
Federico Muelas llevando a "Cuenca en volandas" más allá d esos mares del señor y de ese vientre de la ballena tan bien colmado de poetas.
Julio Arturo Valero Solana tocando "Campanadas y piedras" a sabiendas que le queda un hilo de vida y de que "las casas se apoyan en su sombra para no caerse"
Eliseo Feijoo escribiendo "Coplas sin malicia" y añorando su pino en la isla.
Eduardo de la Rica solicitando "Tiempo y aires de Cuenca" para que esta reviva más alegre y grande.
Demetrio Castro Villacañas cansado de beber agua allí "Donde la sed comienza"
Guillermo Osorio acompañado de su perro "Carriquí" y escribiendo "Veínte sonetos" perdidos.
Amable Cuenca escribiendo "un poema inicial" y buscando un libro suyo de poesía que no encuentra.
Meliano Peraile que habla de "Las agonías" y de lo mal que lo está pasando.

De pronto el  barco reflota en medio de la calma
y del vientre de la ballena salen sin equipaje
nuestros amigos los poetas tan tranquilos, como si no pasara nada,
dispuestos a seguir escribiendo poesía,
aunque muchos de ellos, la mayoría, casi nada,
tienen ya a estas alturas del viaje el alma helada.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

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