jueves, 22 de marzo de 2012

POESÍA: EN PINAREJO LLORA LA NOCHE

                   I
Pinarejo es en esa llanura inmensa
y en esa meseta
como un cuento de hadas
de esos que se cuentan
a la hora de hacer la siesta.

En Pinarejo llora la noche
en esa fuente de piedra
que en la plaza lanza agua
como si fuera
una cascada eterna
y se ríe la mañana
en la Solanilla
de luces y calores
que rebotan sobre las paredes
y llenan el espacio
de su clarividente presencia.

Mediodías de músicas imperecederas
en Pinarejo se come
alrededor de una mesa
mientras  llegan sonidos de la calle que anuncian
que ya siendo época de siega
hay que recoger la cosecha.

Tardes con sabores
a gaseosas y zarzaparillas
en aquel cine de Pinarejo
con gran estufa de leña
donde no recuerdo el título de ninguna película
aunque yo anduve
por aquella sala de cine de Manuel Illán López
grande para mi edad y luego con el tiempo pequeña.

Pinarejo de calles de piedras clavadas a la tierra
de tanto transitar por ellas
y de tanto subir las bestias
cargadas de mies y de leña hasta las cejas.

Pinarejo de aquellos días
y de estos por llegar
me llevo lejos conmigo tu presencia
pues vivir sin ti sería
como morir con pena.

                  II
Días de recolección de aceitunas
me suenan
como si fueran
una música imperecedera
de aquellos momentos
de otro siglo
y de otras décadas.

Mientras tanto me llegan
recuerdos de inviernos fríos
de grandes escarchas
y nevadas de esas
que calaban hasta el alma
cuando alejado estabas del calor del fuego
que desprendían las chimeneas.

Y todavía hoy en día
asumo de aquella lejana época
la sencillez
y las formas de vida austeras,
el poder de la palabra de nuestros mayores
y los consejos a ciencia cierta
de quienes habiendo vivido más
trasmiten su sabiduría de puerta en puerta.

Olores a matanza del gorrino,
a humos saliendo por el tiro de las chimeneas,
a trigo, centeno y avena,
a rosas para la primavera,
a jamón curado en la cámara
y a morcillas y chorizos fritos
comidos como si fueran
manjares exquisitos de alta cocina
y quita penas.

              III
En noches tan oscuras
como la boca de una cueva
se oían los golpes certeros
al cerrarse algunas puertas,
los maullidos de los gatos
y voces fuertes y secas.

Negras noches
de esperanzas y muchas penas
en muchas casas de Pinarejo
señaladas por la pobreza
de unas tierras secas
y de una España tan falta de libertades
que se masticaban los silencios
allí donde uno estuviera.

Noches de espera del nuevo día
como quien se quita una camisa
para ponerse otra nueva
y cuando despierta se encuentra
el armario vació de ropa
y en ella una única percha.

Pobres fueron las vidas
de nuestros antepasados
pero muy llenas
de valores que ya no se encuentran.

Amor a la tierra,
por ser origen de la vida
y salir de ella
el pan que comemos,
por haberla trabajado
nuestros antepasados
y luchar y morir por ella.

Decencia pública y privada,
honor y amistad
y como no solidaridad eterna.

           IV
Cuantos días de fatigas
esperando la siega,
la recolección de las aceitunas,
la vendimia y la vuelta
a las faenas del campo
consistentes en pasar el arado y la vertedera,
sembrar, abonar
y rezar a Dios para que lloviera.

Rogativas a San Isidro
que por ser Patrón de los labradores
de él solo esperas
que las plegarias sean atendidas
y las cosechas vengan
granadas y con frutos
con que llenar las despensas.

Cuantas lágrimas derramadas
y cuantas noches de vela
con el pensamiento puesto
en llenar las panzas de algo más que penas.

                   V
Calle hacia arriba unas sombras negras
espantadas se alejan
y son solo eso sombras tintadas de tristeza
las que por mis ojos pasan y me dejan
recuerdos de un Pinarejo de cuando era niño
con olor eterno a fiesta y verbena.

Y entre las sombras vislumbro una luz que me ciega
que viene cual rayo que no cesa
de aquella Plaza de Pinarejo de toros y almendreros
que llegaban como las golondrinas para esas fechas
de septiembre
en que ya cogidas las cosechas
entraba un poco de alegría a las casas y como decía mi abuela
cuatro perrillas que gastar que son muy buenas.

Arriba del pueblo estaban las eras
con olor a grano y a paja,
a sudor fundido en soles,
a trillas moliendo
y a bestias dando vueltas
a un círculo que se aquieta
para esos momentos de la noche
en que mi padre y mi madre
deshechos por el trabajo
en mi casa entran.

               VI
Volver a los orígenes,
a la esencia de la vida,
a aquellos momentos
de inocencia plena,
en que fuimos
allí en Pinarejo
parte de aquel paisaje fotográfico
de los años 1950
y volver a vivir los momentos
tal y como fueron en su día
acompañados de aquellas gentes
y familias
que velaban por uno
como si fueran ángeles de la guarda
y sentir la brisa, los calores y fríos
para entender
que todavía estamos vivos
y que estamos hechos
a imagen y semejanza
de nuestros parientes más lejanos
y cercanos.
Todo se va
y si algo queda hay que conservarlo
sobretodo la alegría
de saber quienes somos
y a lo que nos debemos.

               VII
Era Pinarejo
un pueblo grande
para quien por aquellos días
era tan pequeño
y veía todo tan inmenso
que ahora
ya pasado el tiempo
le parece todo un sueño.

La calle 
de las Cruces
se perdía a lo lejos,
la plaza
estaba
¡Sepa Dios donde la plaza estaba
por aquellos momentos!,
la escuela
era un lugar de encuentro
de Doña Pía con un atajo de mochuelos,
la barbería
de muchos sufrimientos
y flequillo lanzado al viento,
del médico
nada recuerdo
ni mi nacimiento
para un uno de enero,
el casino
de mi tio Florentino
con olores a hombres hechos,
el horno
de la calle Nueva
un lugar de recogimiento,
el ultramarinos
tan variopinto
como un bazar turco
con esencias de ébano negro,
la tienda
de Olegario
de gratos recuerdos,
la casa
de mis abuelos
y de una sardina que voló por los cielos,
la casa
de mi tío Agustín: "El Moreno"
con un perro de porcelana que daba miedo,
la carpintería
de Dimas
de un hombre bueno,
el bar
llamado de "La Rubia"
¡que gran mujer, que coraje y que genio
para aquellos tiempos
donde las mujeres pintaban menos
que un sello!
la casa
del Torcido
con su bar lleno de recuerdos
y una iglesia
donde tomé la primera comunión
como quien juega al tejo.

           VIII
Calle de Melgarejo
de casas señoriales, curato
y escuelas de mayores y de pequeños
de Doña Pía y Don José Olivares,
que son a los que yo recuerdo,
por ser entonces maestros de Pinarejo.

Por allí anduve un año
entretenido en eso
de cantar canciones
y recitar sílabas
que a la postre fueron
el origen de mi conocimiento.

Y desde allí a  casa
cruzaba por medio pueblo
sin miedo al tráfico, a los atascos,
a los semáforos,
a los vehículos pesados, rápidos o lentos
¡Que calma la de aquel pueblo
y como pasaba el tiempo!
¡Que niño me sentía
y que poco queda de aquello!

La plaza era el lugar de encuentro
de mayores y más pequeños
y como si fuera una fotografía
grabada en el cerebro
me viene en este instante
una imagen de niños jugando
con chavos negros y viejos
y un pozo de brocal de piedra
al cual me arrimaba con mucho miedo.

Las historias de Matilde, Perico y Periquín
oía
y todavía de ellas recuerdo
las travesuras de aquel pequeño
al que yo debí emular
en algún determinado momento.

             IX
A estas horas y en este día
Pinarejo camina hacia un nuevo día
y lo hace en medio de silencios
que se respiran
allí donde los ojos ponen la vista.

Igual da, que da igual
que sea en una calle, en una era,
en un campo de olivos
o en una parcela de verdes tallos
movidos por la brisa,
la paz de Pinarejo se disfruta
y devuelve humores y sonrisas
allí donde había melancolía.

                X
En mitad de la Mancha ¡Allí!
viene a estar Pinarejo
y no viene a morir
que resucita todos los días
sin necesidad del uso de ningún elixir mágico.

En esa Mancha abierta
como las páginas de un libro
Pinarejo es parte de esa historia
que tenemos que aprender
si de verdad queremos entender
lo que fuimos,
lo que somos 
y lo que tenemos que ser.

Luces diurnas nos trasladan
y llevan
por valles, sendas y caminos,
vaguadas, montes, llanos
y riberas de ríos
y siempre al atardecer
cuando las sombras comienzan a caer
ves
como las tierras se cobijan
para volver al día siguiente a nacer.
De vuelta a casas,
a Pinarejo debe de ser,
ves luces en las casas
y para esos momentos comienzas a entender
que Pinarejo es algo más
que cuatro vocales y cuatro consonantes
que con la palabra "pino" deben de ver.

             XI
Tu no eres un ángel
ni vienes en mi búsqueda,
tu eres la frescura,
tu eres la lozanía,
tu eres el duende que en mi habitas.

Un pueblo surge en la llanura
y se extiende
como una sábana
puesta a secar al sol
cogida de una pinza
hasta allí donde se pierde la vista
y se le pone nombre al pueblo
y se le bautiza
entre lloros de alegria
y el pueblo se une a tu vida
como si fuera una larpa incrustada
allí donde las penas dormitan.

Y el pueblo viaja contigo
y te acompaña en tu vida
y ya
para cuando tus seres más queridos
desparecen de tu vida
es la voz del pueblo
la que cura tus heridas.

Me visto de pueblo
a todas las horas del día
y me voy allí a la Solanilla
para ver despertar el día
y para sentir
 los fríos de la mañana
entrar en mi cuerpo
y curar esas heridas
que en mi se llaman
amor a la tierra
que me dio de comer un día.

Me lleva el pueblo
cual rumor
que crece en un barco
a la deriva
hasta una era batida
por esos vientos
cargados de preguntas
que despuntan
en La Mancha
a todas las horas del día
y me voy
tranquilo a casa
ya puesto el sol,
ya la luna a la vista
a saciar mi mente de preguntas.


Autor: José Vicente Navarro Rubio

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