Buen día de recuerdos
son los que ahora deambulan
por mi mente
como si fueran un tren de mercancías
apunto de entrar en la estación
después de recorrer
lo habido y por haber.
Bigardo era yo
por aquellos días,
no por mi porte,
altura y robustez
sino por mi holgazanería
propia de un niño
que todo lo tenía que aprender
de forma rápida
y a veces sin querer.
Capones con sabor a estrellas,
que ahora collejas vienen a ser,
se repartían por doquier
en aquella plaza de Pinarejo
de los años 50
y yo sin pretender ser
otra cosa que un niño
acuestas con su niñez
recibí algún que otro coscorrón
por no aprender
que la "m" con la "a" es "ma"
y que dos veces "m" y "a" es "mama"
y que "mi mama me mima",
todo esto era obligado saber
para ascender de nivel.
Era mucha la inocente bigardía,
y tanto era el querer aprender
aquellas cuatro letras,
que alguna vez
ya dispuesto para dormir
me vino a la mente
la voz clara y firme
de aquella santa mujer
que a diario se batía
con tanto galeno
que por querer solo querían
jugar a las canicas
y correr detrás de un rulo
confeccionado con el aro de metal
de un viejo tonel.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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