martes, 5 de junio de 2012

POETAS DE CUENCA: ENRIQUE DOMINGUEZ MILLAN

                                 
Barrio Alto (Poemario de Cuenca)
Enrique Domínguez Millán
Prólogo: José Luis Muñoz
Cuenca, 2009; Real Academia Conquense de Artes y Letras, 185 págs.

La de Enrique Domínguez Millán ha sido, siempre, una de las voces más poderosas de cuantas han resonado en el ámbito literario conquense durante el último medio siglo pero, curiosamente, sin que esa fuerza haya encontrado suficiente reflejo en los libros. En efecto, el autor, periodista, cronista, conferenciante, pregonero, ha ido dejando muestras de su dominio del idioma y de su capacidad para enhebrar los matices del lenguaje mediante diversas formas literarias pero con un escaso reflejo en el formato que llamamos “libro”. En este último territorio, su obra más conocida y utilizada fue aquel prodigioso volumen denominado Setenta años de poesía en Cuenca, escrito al alimón con Carlos de la Rica. La que podemos considerar “pereza” de Domínguez Millán para dar a la imprenta su dilatada obra poética, transmitida a través de recitales orales o de publicaciones parciales en revistas y periódicos, ha dejado paso en los últimos años a la aparición de Cantos de soledad, inspirados por la muerte de su compañera de toda la vida, Acacia Uceta y ahora a una obra que tiene en cierta medida un carácter antológico, porque en ella se recuperan versos escritos a lo largo de muchos años, este Barrio alto que aquí comentamos, estructurado en cuatro partes, la primera de ellas con el mismo título del volumen y que, como es fácil deducir, se refiere al casco histórico de Cuenca, en el que el autor vive desde hace más de cincuenta años.
“Gaudium amandi (Gozo de amar)”, es el título de la segunda parte, “Semana Santa” el de la tercera y “Meditaciones en la catedral” la cuarta, seguidas de un apéndice en que se recogen otros tres poemas galardonados en otros tantos concursos. El resultado es un libro de naturaleza dispar, como corresponde a los propósitos enunciados para cada segmento, pero uniforme en cuanto a la estructura lírica y la fuerza interior con que Domínguez Millán se sumerge en cada uno de los elementos que atraen su atención. Visualmente narrativo con toques nostálgicos en el primer bloque, extraordinariamente sentimental, incluso sensual, en el segundo, exaltado y apasionado al hablar de la Semana Santa, uno de sus temas preferidos, emocionadamente espiritual, con una religiosidad a flor de pie y una envoltura dramática que deja trascender la presencia inmediata de la muerta que el poeta presiente para cualquier momento, en el último bloque poético, el conjunto resulta de una riqueza metafórica y lírica sorprendente, pues hablamos de un poeta con más de ochenta años de edad, de cuyos versos trascienden elementos formales que, pese a su clasicismo, resultan de una extraordinaria lucidez y modernidad. Ello nos permita asegurar que estamos ante una de las grandes obras de la poesía conquense contemporánea, cuya llegada reconciliará a los amantes de la poesía al comprobar la vigencia de un género no siempre bien tratado.
02/12/2009 - ENRIQUE DOMÍNGUEZ MILLÁN

Voces de Cuenca.es
El periodista y escritor conquense acaba de publicar la antología poética 'Barrio alto' y está pendiente de que salga a la venta un libro en prosa con los artículos de recuerdos que publicó durante dos años en la desaparecida La Tribuna de Cuenca.
Por Gorka Díez
Sobrepasados los ochenta, en ese momento de la vida en que parece que lo que toca es retirarse del mundo de las letras, Enrique Domínguez Millán (Cuenca, 1927) se ha lanzado a la tarea de ser más escritor que nunca, de modo que su poemario Cantos de soledad, editado por la Diputación Provincial en 2007, le cede el paso a una antología con lo mejor de su obra poética, Barrio alto, y está pendiente de publicar en libro los artículos de memorias que durante dos años fue dando a conocer en las páginas de la desaparecida La Tribuna de Cuenca bajo el título Vivir y convivencias. El gusanillo por dar a conocer parte de una producción que hasta hace poco mantenía como escondida en el armario recorre el cuerpo de este escritor y periodista marido de la fallecida poetisa Acacia Uceta que hasta su jubilación ejerció de periodista cultural para Radio Nacional de España y Televisión Española.
¿Qué se puede encontrar el lector en Barrio alto, editado el pasado octubre por la Real Academia de las Letras Conquenses?

Es una antología de la poesía que he escrito en Cuenca o sobre Cuenca cuyo título es indicativo de la parte alta de la ciudad, hacia la que está orientado. Tengo muchas ilusiones puestas en él porque refleja mi visión poética sobre esta ciudad o aquello de Cuenca que me ha inspirado. Está dividida en cuatro partes: Barrio alto, sobre la parte antigua; Gauidum Amandi, que son poemas amorosos, Semana Santa, sobre esa festividad nuestra; y Meditaciones en la Catedral, un espacio de corte más filosófico-religioso-espiritual.
Se trata de una antología, pero de una antología de textos en buena parte inéditos...
Yo es que he sido poco amigo de publicar, y menos poesía, no por ningún perjuicio, sino porque me he dedicado al periodismo y éste es tan absorbente que deja poco tiempo para otras cosas, especialmente en el periodismo que yo he ejercido, de la radio y televisión, donde el factor tiempo es esencial. De joven sí que publiqué un libro de poemas y en 2007 salió Cantos de soledad, dedicado a Acacia, pero es lo único que ha visto la luz en libro. Aunque sí que tengo varios poemas sueltos publicados en revistas poéticas. En Madrid formaba de hecho parte de la élite poética madrileña, y me llamaban para muchos actos, recitales, etcétera. Pero como nunca los había reunido en una única publicación Barrio alto es realmente es mi auténtico libro grande de poesía, dedicado a todos mis paisanos.
Son poemas hechos a lo largo de toda una vida...
Sí, se han ido haciendo a lo largo del tiempo, así que hay mucha variedad, desde la estética juvenil de mis primeros años hasta una más moderna y actual. Pero todo cargado de un mismo sentido poético, de una misma emoción.
Su poesía tiene un estilo muy sencillo y directo...
Siempre he buscado hacer una poesía clara, sencilla, que pueda ser entendida sin grandes dificultades por el lector. Esto sin olvidar, naturalmente, el cuidado del lenguaje, de la expresión, del estilo. Y siempre he creído también que la poesía tiene que decir algo: no la concibo sin mensaje. Creo que todos tenemos la necesidad de expresarnos con un mensaje a los demás.
Al público, en general, le cuesta leer poesía...
Efectivamente, se ha creado entre el público general y los poetas una especie de abismo del cual hay que culpar a ese prurito que ha tenido la poesía en las últimas décadas de volverse un tanto misteriosa y oscura, marcando cierta distancia y provocando una escisión con el público. Esto ha sido fatal para la poesía y por eso ahora hay mucha gente que se lleva las manos a la cabeza cuando escucha hablar de ella. Es algo que me parece lamentable, sobre todo en un país con tanta tradición poética como el nuestro.
Sorprende que haya publicado tan poco cuando los escritores suelen intentar publicar todo cuanto pueden. ¿Usted no es como la mayoría?
Lo cierto es que estoy muy arrepentido de no haber publicado más, porque con el tiempo he comprendido que lo que queda de uno es aquello que publica: de nosotros van a quedar nuestros libros. Así que ahora tengo mucha prisa por ello porque el camino que me queda por recorrer es muy corto y, en cambio, el material que tengo acumulado es muy abundante: podría publicar hasta una decena de libros si tuviera ocasión de hacerlo recogiendo textos que he publicado sobre Cuenca, o, por ejemplo, unos artículos que hice sobre hoteles para ejecutivos para el periódico económico Cinco Días. También tengo muchos textos de crítica literaria, ya que los veinte años que ejercí esta labor en RNE, gracias a la cual pude ejercitarme y estar al tanto de todo el movimiento literario español. También me gustaría hacer un libro con semblanzas de gente de mis tiempos, que se titularía Mis contemporáneos. Lo que me hace falta es tener quien me vaya editando todo esto. Si no encuentro a nadie, tendrán que salir a la luz póstumamente, que es algo que yo he hecho con Acacia a través de dos libros: Calendario de Cuenca, editado por la Diputación, y Memoria de afectos, de la Asociación Castellano-Manchega de Escritores.
Barrio alto se lo publica la Real Academia, de la que usted fue uno de sus fundadores y su primer presidente. ¿Mantiene buenas relaciones con esta institución?
Sigo perteneciendo a ella, aunque no a su Junta Directiva, en la que estuve dos ocasiones: primero como presidente y más tarde, al morir Carlos de la Rica, como miembro de la Junta Directiva. Con los actuales responsables me llevo perfectamente y colaboro con ellos en todo lo posible. Y la verdad es que me tratan con respecto y admiración. Es legítimo que haya renovaciones en todo. Cuando se fundó la Academia recuerdo que en mi primer discurso dije que la institución nacía con vocación de pervivencia, y que tenía que ir más allá de quienes la fundamos. Y ver que hay generaciones nuevas me parecen algo muy positivo.
¿Qué opinión le merece de la vida cultural de la ciudad? ¿Echa en falta aquellas tertulias del Colón en la que usted participaba en los sesenta?
Sí que se echan en falta... Ahora hay otro tipo de actividades culturales muy dignas de elogio, como una Universidad que tiene su repercusión en el ámbito social conquense. Pero antes yo creo que había un espíritu más avanzado, más entusiasta, con más ganas de hacer cosas, de unirnos, de cambiar impresiones... Aquellas tertulias del Colón fueron emblemáticas: era una reunión diaria y toda persona con inquietudes que viniera a Cuenca sabía que a las diez de la noche podía ir al café y encontrarse con gente afín. Había escritores, pintores..
En aquellas tertulias participaba César González-Ruano...
Sí, pero es un error atribuir a César su creación. No sólo no la creó, sino que ni siquiera fue miembro. Todos los que la formábamos éramos sus amigos pero él casi nunca acudía. Porque salvo que por alguna circunstancia tuviera que bajarse de la parte alta, ya fuera para una cena o un evento, se acostaba muy pronto. A las nueve de la mañana en punto ya estaba en el Colón escribiendo y no se permitía el lujo de trasnochar, que es lo que hacíamos todos los de aquella tertulia, que cuando cerraba el café nos íbamos de paseo o nos pasábamos por la redacción del periódico para seguir charlando.
 ¿Hay alguno de aquellos miembros de la tertulia a quien se sintiera más próximo?
Hombre, todos éramos amigos... Pero la gran figura era Federico Muelas: no sólo ha sido el gran poeta de Cuenca sino el gran amigo y el gran maestro. Siempre he dicho que la vida literaria de Cuenca se divide en el antes de Federico y el después de Federico. Otros a los admiraba mucho eran Carlos de la Rica, un ser increíble, y don Miguel Valdivieso, además de a pintores como Ruibal.
En esas tertulias estaba también su mujer, la poetisa Acacia Uceta: aparte de la relación sentimental les unía una misma pasión por el mundo de las letras...
A Acacia la conocí en el primer recital que dio en público, en el café Varela de Madrid. Al año ya nos casamos y como nuestros campos eran afines íbamos siempre juntos a las tertulias. Recuerdo que cuando Acacia empezó a venir a Cuenca no era considerada tanto como la señora de Domínguez Millán, sino que era a mí a quien se me señalaba como el marido de Acacia Uceta (risas). Ella había publicado varios libros y la conocían mucho más que a mí. Y eso que fue una persona que se ocupó más de ayudar a los demás que de su propia carrera. En los diez años que presidió la sección de cultura del Ateneo estuvo mucho más pendiente de abrir las puertas a la gente joven que de presentar su propia obra. Pero era conocida en toda España y, como hablaba tanto de Cuenca, con libros dedicados a la ciudad como Roca Viva, muchos creían que era de aquí.
¿Cree que hay semejanzas entre la poesía de Acacia y la suya?
No, era ella mucho más avanzada que yo. Le preocupaba mucho el lenguaje, que la expresión fuera moderna, actual, y tenía también una ansiedad de mensaje, de decir algo: que todo no se quedara en un juego de palabras. Todo lo que escribió tiene un contenido trascendente y casi teológico. Árbol de agua, por ejemplo, es un libro teológico, dedicado a Jesucristo, a quien no obstante no nombra en ningún momento.
A pesar de algunas excepciones, Cuenca ha dado más creadores conocidos en pintura que en literatura...
Es que en pintura la figura de Zóbel fue decisiva para una proyección exterior de gran dimensión internacional: aquellos que se arrimaron a él tuvieron su salida, como Gustavo Torner. El Museo de Arte Abstracto hizo mucho por ello.

Pero en la literatura se echan en falta nombres importantes...
Fuera de Federico sí que no ha habido gran repercusión. Aunque ahí está Diego Jesús Jiménez, por ejemplo, por desgracia recientemente fallecido, cuando todavía tenía mucho que decir. También está Raúl del Pozo, pero para de contar...
¿Usted no se incluye?
Yo he tenido una proyección importante en los terrenos de la radio y la televisión, pero son terrenos que, como ya he dicho, no dejan una huella impresa que es lo que al final se recuerda
¿De qué trabajos de su época periodística se siente más orgulloso?
Hay mucho, ya que empecé en RNE en Cuenca a los quince años y como me jubilé a los 65 he estado cincuenta años dedicado al periodismo activo. En lo respecta a la prensa escrita, estuve en Pueblo con Emilio Romero, en La Estafeta Literaria, colaboré en varias revistas... Pero fundamentalmente me dediqué a la radio y posteriormente a la televisión. Estoy por ejemplo orgulloso de haber ganado el Primer Premio de Guiones Cinematográficas de Televisión y de un programa que duró siete años y tuvo un gran éxito, Cesta y Punta, donde participaban los colegios. Y también recuerdo varias tertulias radiofónicas y seriales. De hecho, fui el primero en escribir seriales para televisión de grandes escritores como Miguel Delibes, del que hicimos La sombra del ciprés es alargada.
Información periodística no hizo mucha...
A mí es que siempre me ha interesado más ser escritor que periodista de información. Mi puesto en RNE era de redactor en los Servicios Informativos, donde pasé una temporadilla, llegando a dirigir el Diario Hablado de las 14.30, pero lo cierto es que estuve a punto de enloquecer. Era muy aburrido estar toda la mañana como quien dice cruzado de brazos, repitiendo las mismas noticias cada hora hasta que daban la una y media y entonces el teletipo empezaba a escupir noticias y llegaban las crónicas de los corresponsales de todo el mundo. Esa última hora era de locura. Afortunadamente conseguí un estatus especial, que era seguir en la plantilla de Informativos con mi plaza ganada por oposición pero viviendo como colaborador: ideando programas y sin tener que ir a fichar ni nada. A partir de entonces fui muy feliz.
¿Qué opinión tiene del periodismo actual, que está siendo tan sacudido por la crisis?
Yo soy optimista por naturaleza, y creo que todas las cosas al final se arreglan, pero de momento lo veo mal, con mucho paro en el sector: salen muchos periodistas de las facultades que luego no tienen porvenir. Pero tienen que ponerse soluciones. Cuando surgió la radio se dijo que eso iba a ser el fin de los periódicos, y no fue así, lo mismo que la televisión tampoco supuso el final de la radio. Así que internet no tiene por qué acabar con los periódicos impresos. Seguirán existiendo todos estos medios, creo. La radio, por ejemplo, está ahora en un alza importante.  



Como es normal no falto a la cita y les dejo mi poesía:

Barrio alto de una ciudad Cuenca
que viene a surgir
como si fueran los jardines de Babilonia
sobre frondosas terrazas
en las que surgen los edificios
que se van prolongando
a través del espacio
hasta llegar a lo más
convertido en lugar santo y de culto
y obligado lugar de encuentro 
de arrieros, ganaderos y hombres y mujeres del mundo de la cultura.
Mimbrean las copas de los árboles
y a expensas de ese dolor
que le sube por su talle hasta la cintura
nos invitan a ser 
invitados de hambres inoportunas
y bebedores de caldos recios
exprimidos a las huérfanas uvas
que lloran y se lamentan desde siempre
en los majuelos de nuestros abuelos y antepasados
a las orillas de algún camino.
Vino de cepas de cosechas eternas
caen por mi garganta y me ayudan
a ser más ligero en el hablar
y más torpe en el caminar
y más animal y más tierno y más inseguro
y me llego subiendo
por esas calles de Semanas Santas cansinas
de curva en curva
y de descansillo en descansillo
hasta ese pasadizo tras el cual 
una torre se cayó un día
y vino a ser la torre 
como las murallas de Jericó
un majano tan inoportuno
que ni los mochuelos lo quieren como suyo.
Ya me voy. 
Ya me quedo. 
Ya me subo.
Ya allá arriba soy parte de un pergamino
pues mi subida es lenta
y me lleva hasta el Archivo

Autor: José Vte. Navarro Rubio



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