Ya el "Che" Guevara cabalga libre de ataduras
en caballo salvaje sin herraduras.
El fatal destino que le pisaba los talones
y los traidores que le perseguían
un día, poco día, para tan largas horas,
acabarían con su vida.
Murió sirviendo a su patria y a todas las patrias del mundo
por aquellos días
de dictadores de sienes plateadas, calvas de besugo,
y gorros militares con estrellas siempre de luto.
"Che" de valores tan altos como el Himalaya o Aconcagua o la luna
y de sentimientos granados en nobles lecturas
a la luz de una linterna
o de una bengala enemiga
en la espesura de una selva
o en la arenas blanquecinas de las playas del norte de cualquier isla
en las que poder defender al proletariado
del látigo que le ata a la tierra y al surco donde crece la caña de azúcar.
No pregunto por el lugar,
ni por el momento,
ni por quien fue la mano asesina
pues el Che Guevara murió
a la hora exacta en que la diosa fortuna
le dio la espalda y se fue camino de otras batallas menos duras.
Su nombre en una camiseta
y su figura en un almanaque
comprado en la Habana
y regado con ron de caña de azúcar
todo ello lo guardo
en un baúl con doble cerradura.
Su nombre figura
como si fuera padre de todas las culturas
en iglesias, camposantos, paredones de haciendas por gentes del pueblo atendidas,
casas de cultura, escuelas y universidades públicas.
Allí su nombre
levantaba rumores
con olor a pólvora húmeda
y allí en la Habana en un bar
con su escalera llena de frases y rubricas
leí que el Che vive y cabalga en caballo sin herraduras
por esos lugares del mundo
donde los seres humanos se hacen mayores
a base de recibir golpes
y tener miedos tan grandes
que no se pueden guardar en caja fuerte alguna.
El Che no se fue,
el Che con su mirada fría y su pecho comido
por la metralla nos guía,
pues fue mito
y estos siempre perduran
por mucho que intenten los que mandan
cambiar el curso de la historia
y ensuciar las biografías.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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