Todo podrido, todo muerto, todo sajado
en este mundo,
no como esa raíz de vid
que atraviesa la piedra para caer en el vació
y al llegar a Moixent toma vida
y la ves en una vieja bodega
de tinajas construidas por un Dios alfarero que vivía en el Olimpo,
asomando, con orgullo,
entre el roquero diminuto,
dándonos casi besos y saludos.
Todo entre silencios
nace la uva y se forma el racimo
que será con amor exprimido
para convertirse en gota tallada por un fermento curativo,
llamado cariño y buen sentido,
que lo transformará en vino
de recios colores, panizo, negro como un túnel vació
y arco iris de colores
hasta ese amarillo
que colorea en una paleta
antes de convertirse en pastel
de un lienzo
pintado por un genio sencillo.
Vino con aromas a madre tierra
a sabiduría
de un gran vinatero
que entre historias y más historias
de sus años mozos
y andanzas entre selvas y surcos
nos cuenta como ha conseguido este gran vino,
MADURESA,
de aromas maduros de frutas, de sotobosque: ciruela negra, fresa y frambuesa con un fino y muy elegante aroma a violeta
de un tono canela,
que se llega hasta la boca
para ser roble tostado
y como si mascaras regaliz
y comieras mantequilla,
de la Irlanda de pastos salvajes
y grandes acantilados
tallados en forma de precipicio,
se te llena el espíritu
de conocer estas tierras de Moixent
que entre madurezas y esperanzas,
cuidados y mimos
gesta hijos y vinos
en una gran bodega de campiña
alrededor de un poblado ibérico
en el que un guerrero de antaño
ya soñaba en que un buen individuo
enamorado de las cepas
diera carácter a las viñas
y consumara con su sacrificio
lo que en la Santa Mesa
rodeado de 12 discipulos
dijo un día Jesucristo
alzando la copa y perdonando de sus pecados al mundo.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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