Periodistas españoles exiliados: una lección de historia para adultos
ANNA GRAU | 30 de diciembre de 2010
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Qué me van a enseñar a mí de memoria histórica que no sepa ya. A mí, que ya
lo he visto todo. ¿Seguro? Llega a mis manos El exilio periodístico español,
de 1939 al final de la esperanza, título de la tesis doctoral del compañero
Luis
Díez, que hace más o menos un año se convirtió en un libro de la
colección DePeriodistas, publicado por la Asociación de la Prensa de Cádiz.
Llego tarde a hacerle publicidad (me dicen que el libro está agotado) pero no a
hacerle los honores, espero.
El libro reconstruye la peripecia, por decirlo
amablemente, de 500 de los 20.000 españoles exiliados en México después de la
Guerra Civil que eran periodistas y que como tales vivirían en el país donde
pensaban encontrar refugio temporal y que se los acabó tragando como una
“prolongación de la patria”. Así lo describía uno de ellos, Eulalio Ferrer,
futuro revolucionador y casi reinventor de la publicidad en lengua hispana –el
presidente Kennedy llegaría a pedirle consejo para dirigirse a
la comunidad latina de Estados Unidos–, plantando cara al marketing y a
los usos mentales yanquis con vocablos nuevos como “mercadotecnia” y con el arma
invencible del Quijote. Esa sólo aparentemente herrumbrosa lanza de una lengua
inmortal que Ferrer estudió en sus largas horas de refugiado
prisionero en Francia. De ahí sacó el genio para descifrar el espíritu –y el
orgullo– de un pueblo y hablarle en línea recta al corazón.
Que Ferrer lo tenía, biengrande y bien palpitante, queda
claro cuando, en el momento de cruzar la frontera francesa como derrotado,
vislumbra a Antonio Machado muriéndose de frío (y de más
cosas), abrazado a su madre bajo una escueta manta. Sin pensárselo dos veces,
Ferrer se quita su propio capote militar, que no es que a él le
sobrara, y se lo da al gran poeta. Da igual que este lleve escrito en la cara
que le quedan muy pocos días de vida.
Esta es sólo una de las desgarradoras historias perdidas que vuelven a casa
en el libro de Luis Díez. Este se puede leer como quien va
armando con cuidado y con paciencia el rompecabezas de cierto olvido, más
curioso desde el momento en que atañe a los practicantes de un oficio cuya
esencia es sacar a la luz las cosas. Por ejemplo, quién mató a
Trotsky. Fueron dos periodistas españoles en México, Rafael
Sanchís Nadal, en el diario Novedades, y Víctor
Alba, en Excelsior, los que hicieron decisivas contribuciones
al esclarecimiento del asesinato del dirigente soviético caído en desgracia.
Sanchís reconstruyó el asesinato casi paso a paso, obtuvo la
primera entrevista en exclusiva con el asesino (aún antes de saber ni quién era)
e informó de las amenazas contra el juez por parte de los sicarios estalinistas.
Alba se dio cuenta de que el asesino de
Trotsky era catalán y tiró del hilo clave para establecer que
se trataba del hoy tristemente famoso Ramon Mercader.
Engancha y emociona leer las andanzas de estos reporteros españoles que en
los años 40 en México ejercen su oficio con un ardor y una eficacia que no
tienen nada que envidiar a las que treinta años después en Washington mostrarán
Bob Woodward y Carl Bernstein, los jóvenes
sabuesos de The Washington Post que se lanzarían tras la pista del caso
Watergate. Y es que uno de los rasgos distintivos del periodismo
español exiliado en México es el triple salto mortal que sus protagonistas van a
dar, dejando atrás la gran prensa romántica, ideológica y de
“porque-te-lo-digo-yo” que se hacía en España en el siglo XIX y principios del
XX (vamos a hacer como si no nos diéramos cuenta de que aún se hace) y
sumergiéndose hasta las cachas en la prensa de muchos hechos, muchos datos,
mucha noticia pura y dura y mucho ver-y-tocar que venía pisando fuerte en
América.
Lo que vale para el periodismo vale para la Historia, que en las vidas de
estos exiliados experimenta una constante y dialéctica tensión. Así encontramos
una épica entrevista
exclusiva con el gran último defensor de la Madrid sitiada por los franquistas,
el general Miaja,
y a la vez nos enteramos de cómo la antigua diputada socialista
Margarita Nelken fue hostigada en México por sus compatriotas
comunistas, en cuyas filas militaba, por cierto, algún que otro denegador
profesional del asesinato del dirigente del POUM Andreu Nin en
España.
Lo mejor de esta investigación y de este libro es precisamente eso: su
“adultez” histórica, su férreo y admirable compromiso con todas las caras de la
verdad y con toda la inteligencia del lector. Yo creo que a muchos lectores de
cuartopoder.es no se les escapa que el compañero Luis
Díez es una persona de izquierdas. Lo cual le impulsa pero no le ciega.
Así ha sabido rescatar para nosotros una memoria madura, compleja y civilizada,
tan llena de denuncia de la injusticia como de sutileza con los humanos
claroscuros, que la vida en el exilio y en el extranjero pone bajo una especie
de lente de aumento.
Seguramente en la Historia, más que buenos y malos, hay piratas y honestos, o
follones y caballeros, que diría aquel que nació en un lugar de la
Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Ni falta que hace, pues si de verdad
llegara a olvidárseme, seguro que alguien en México ya se acuerda por
mí.
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