domingo, 20 de enero de 2013

POEMAS AL POETA JULIO ARTURO VALERO SOLANA, NATURAL DE PINAREJO (CUENCA)

                         
Este libro de Florencio Martinez Ruiz contiene la vida de Julio Arturo Valero y parte de su producción literaria.    


            POESIA
                I
Quiero recordar esta ciudad
con sus puentes y casas,
unas colgadas
y otras yaciendo a sus anchas
por aquí y por allá
en una Cuenca encantada
ungida para ser amada
por el viento
al que solo le atraen
los susurros y voces de poetas
que velan en las ramas de los árboles
al tiempo que curan sus heridas,
cual murciélagos de grandes alas
presidiendo tertulias literarias
en las criptas de los cementerios
entre tumbas selladas
por los tiempos de los tiempos.
Amén, Jesús.

Que miedo me da hablar de la muerte.
Toco madera de abedul
y sigo el camino por una hoz
cortada en otros tiempos
como si fuera mantequilla
 a gusto de la corriente de un río
de nombre concreto Júcar
y destino trotamundos
 hasta su desembocadura en el mar. 

 Observancia:

Muere el poeta teniendo amigos
y se le recuerda
a pesar de lo mucho que ha llovido
en las páginas de algunos libros
y en una revista denominada “Horizontes”
con solo dos números perdidos.
            
                II

Llama la mañana a golpe seco 
a Julio Arturo Valero Solana
y le recuerda que murió muy joven
y que tan desgraciado fue en su infortunio
que sus lamentos se oyen
a esas horas insospechadas
en que las golondrinas cansadas cruzan
los desiertos africanos
con rosas petrificadas,
los mares y montañas
de desoladas entrañas
y paredes verticales
con uñas en ellas clavadas
en días de ventiscas sin testigos.

Vienen las golondrinas hasta  los parques
a decir con caras compungidas
que Cuenca no debe olvidar esos versos
vanguardistas y dinámicos
propios de excéntricas galas
en las que pululaban  jóvenes extrovertidos
y damas de honor y gracias,
devoradores de zarajos,
morcillas y chorizos
y bebedores, todos ellos,
de cuartillos de vino
en horas prohibitivas de la madrugada
de cualquier día,
sin excluir la Semana Santa,
en la Dehesa de Santiago
entre perdices, pinos y urracas. 
                       
Improperio:

Maldito el día
y sus minutos con horas y segundos
en que se apagaba una vida
mientras un reloj de pared
marcaba hora de difuntos
y una iglesia se llenaba de  “ismos”
                                  
                    III

Una ciudad me enseña sus misterios
en una orgía de deseos crecientes
y creo que me muero
llevado de un amor tan grande
que hasta el rocío
se queda dormido sobre mi pelo
teñido con betún de Judea
extraído de un campo petrolífero.

Escucho, ya atento,
 como si campanas al viento
vinieran a decirme te quiero,
con esa fuerza que les da
un acólito lanzador de ruegos
de blanco y negro su vestimenta
y zapatos de charol
con punteras bien pegadas al suelo.

Replican las campanas
con ayuda de sus manos e impulso
y la mirada puesta
en el abismo que se abre ante sus pies
cada mañana, cada tarde y cada noche
sin él quererlo ni pedirlo.

Dicho:

Quizás fue así
y si no lo fue
igual da
pues llegado el momento,
tarda lo mismo
el pobre que el rico,
en eso que se llama
irse con los pies por delante
 al otro mundo.

Sueñan ambos pobre y rico, ya difuntos,
con caballitos de mar
y percebes con agua en sal hervidos
en el mar que genera una lágrima
olvidada en el bolsillo de un abrigo.

                 IV

Me quedo a investigar la vida
de Julio Arturo Valero Solana,
quieto en la penumbra
de un triste hostal
de un  pueblo manchego
tomado por el frío 
en días de advientos navideños
con olores a matazones y villancicos,
pero no lo veo
aunque a veces creo oír
y sentir pisadas
que como si fueran
sablazos en el pecho
me hacen brotar tiernos sentimientos
hacia ese poeta joven
tan enfermo y deslucido
al que la vida se le iba
sin haber tenido tiempo
de abrir sus manos y comerse el mundo.

Redicho:

En el First Folio no he visto
que se hable de su muerte
aunque  Julio Arturo Valero Solana
mereces una traviata
en cinco actos y un pasaje del libro: La ira de los justos.
            
             V

Me muero por Cuenca
y loco y muy lelo
ya me creo su lucero nocturno
ladrón de besos,
subiendo por las cuestas,
bajando de los cerros,
entrando en las alcobas
y durmiendo con  mujeres de pechos duros
y senos puntiagudos,
irrumpiendo a través
de la corriente clara de un río
que se oye con solo poner el oído
en una caracola que guardo
en un arcón junto a un chupete muy relamido.

¡Pero no, no!
la vida nos depara sufrimientos
por eso, 
me despierto entre sudores
y me vengo en mi lamento
al igual que un día lo hizo Jorge Manrique
a las puertas de un castillo
para exclamar en medio de un grito: ¡Me muero!
y ver que todo lo hecho
mañana puede ser pasto del olvido
sin merecerlo y sin derechos
a ruego alguno en ningún sitio.

La vida nos induce a luchar
y en esa batalla continua
contra quien se pone a pelo
a veces ganamos
y otras veces perdemos
al tiempo que se endurece
nuestro cuerpo,
                       ser,
entendimiento,
                       y  sentidos: oído, gusto, vista y tacto.

Cuento:

La envidia tejió
su tela de fino hilo de oro
y lo hizo poco a poco
sin testigos
mientras en una hornacina
comida por los vientos alisios
quedó un suspiro
en esa catedral de Cuenca
camino de aquellos paseos vespertinos
en que arrastrabas tu cruz
                                                    a la luz
de un mundo provinciano
y muy anodino.
                
       VI

Me pregunto:
¿Por qué es a mi
a quien tu amigo, Julio Arturo Valero,
te encomendaste
para que te sacara de ese olvido
al que te ha sometido
el peor de los enemigos
que es la noche con sus lamentos
y el tiempo
con sus años, décadas, siglos y milenios?

Me llegó tu ruego
y lo hizo
con el único motivo
que yo hiciera de transmisor
y explicara
que hace 100 años justos
vino al mundo
un poeta de larga cabellera,
paseante nocturno
de una ciudad de Cuenca
que lo tuvo como hijo
hasta que el infortunio
escaló la piedra
y vino a convertirse
en invitado de turno
de un improvisado cuerpo
que hizo lo que pudo
por mantenerse alejado
de ese tuno
comedor de sueños
que sin importarle para nada
¡tan duro es su oficio!
cumplió su triste designio
de convertir en llanto
hasta la sonrisa inocente
de un joven adicto
constructor de ismos.

Aviso:

Como quiera que hoy es domingo
madrugo.

Que nadie espere
a estas alturas
que se me pegue la almohada
pues disfruto
con los primeros rayos del sol
y con ver las calles desiertas
a mi rutinario paso,
corto y seguro,
viendo escaparates
y comiendo un helado de cucurucho.
          
               VII

En esto tan concreto que es mi vida
introducida a escondidas 
en un destartalado calendario
que mueve el mundo
rumio con ahínco versos
y me acerco,
hasta allí de donde proceden
todos aquellos vestigios
que a la espera de mejores tiempos
se asoman a páginas,
para leer los versos
de Julio Arturo Valero Solana
y los artículos que  hablan con cariño del difunto.

Y claro que te vi
en el vientre de una ballena
y claro que Florencio Martínez Ruiz
te puso a la altura
de todos aquellos escritores
de una Cuenca de verso
a la que le salen poetas
con pegarle con un legón
a cualquier cántaro viejo
de esos de ahora
convertidos en artículos de lujo.

Drama:

Los versos que nacieron de tu cerebro
y pluma de pájaro extinguido
unos han crecido
y los otros murieron a tijeretazo limpio
en aquel piso de la Plazuela de San Andrés
donde el frío entraba
hasta por las losas de barro
de un suelo bendecido
con guisopos de agua y chuscos.
                        
          VIII

Si en vida de Fray Luis de León
hubiera éste escuchado tus versos
a lo seguro Arturo Valero
que habría, con buen criterio,
tan docto señor dicho:
Aquí tenemos
para gloria de muchos
y mía en concreto
¡Dios bendito!
a otro conquense
de esos que van por la vida
lamiendo a la muerte
sin importarle para nada
que hay más allá
de donde el horizonte
pierde el ceño
como si fuera el fin del mundo
en días de panes duros
mojados en tazones con achicoria
disuelta en leche de oveja manchega
con su nata y su jugo.

Si todo fuera tan fácil
y si Cuenca no tuviera
ese corazón tan escarpado
con balcones a un pecho
del que cuelgan estalagmitas
alimentadas gota a gota
con vinos sobrios
de cepas que crecen
en su vasto territorio
quizás no hubiera venido a morir
Julio Arturo Valero, poeta,
hasta aquí,
con los alveolos pulmonares reconvertidos
 en cavernas invadidas
por un vándalo bacilo
que todo lo devuelve en forma de esputo.

Julio Arturo Valero Solana
fue poeta que de tanto amar a la luna
se marchó con ella
llevándose carros de versos
con que enamorarla
en esas fases lunares
en que desde la tierra se le ve
a medio cuerpo y al desnudo
pues el otro lo tiene comido
por un rayo de sol
que fue a extinguirse,
al encuentro de cobijo,
en su enigmático ombligo.

Pastoral:

El cordero vino al mundo
para ser comido
por un lobo rabioso
que se lamía el hocico
por el solo hecho
de que tenía que alimentar
a su camada de lobeznos
sin posibilidad de perder en esa tarea ni un minuto.

            IX

¡Ay de ti muerte!
y de mi que quiero
me entierren junto a geranios
plantados en botes de hojalata
de aquellos que decían:
tomate del bueno y duro
para hacer mojetes con que saciar el apetito.

Reposaban las improvisadas macetas 
en la pared de un patio
de la casa de mis abuelos
en la calle de la Divina Pastora
de un pueblo sin río
en medio de un mar de trigos y girasoles
por los que yo creía ver
bergantines con piratas
cuando los carros llegaban cargados de mies
por los polvorientos caminos.

Quiero morir al son de una música
y de un cantar perdido,
en un cuarto sin luz
ni ventanas al poniente cubierto de oncejos,
allí donde una madre hermosa,
todas las madres se merecen
los mejores de los versos,
me enseñó  a querer a Cuenca
mientras mi padre me recitaba
poemas de Miguel Hernández
aprendidos de memoria
como si se fuera a acabar el mundo.

Entre nanas, cebollas,
hoces y martillos
me lavaba mi abuela el pelo
al tiempo de lanzar suspiros y aspavientos
de  ¡vaya chico!
usando como artilugios
una artesa de madera
con agua calentada a fuego continuo
de un sol luciendo
en una mañana de muchos lamentos perdidos
en los interiores de unos cuerpos
acostumbrados a coger el azadón,
con temple y sin miedo
en  el surco recto de sus vidas
sin paraísos fiscales ni divinos.

Rapsodia:

Ni rapto ni sabinas,
eran concubinas.
Ni peras el olmo ni guijas,
era un campo de sabandijas.

Cada uno canta a su son
y si hay liga
es por culpa de esa rabia encendida
de ser portavoz
y no reportero
de revistas de dulces noticias.
Todo una felonía.

           X

Que coraje Julio Arturo Valero
la de nuestras madres
y la de tu padre que fue maestro
enseñando por aquellos pueblos
las cuatro letras con arte e ingenio
mientras tu postrado en una cama
escupías sangre
en aquella Plazuela de San Andrés
que fue tu obligado destierro
al tiempo que la nieve caía
y sus copos blancos poblaban los suelos
en un año 1933,
con 22 años a tus espaldas,
tan marchitos como llenos
de incumplidos deseos.

Que desolación,
que temores y que recogimiento
y como la muerte
perdura para los padres
toda la vida
cuando un hijo se va
a las grandes praderas
donde los búfalos eternos
resoplan y resoplan
entre cánticos de indios
y silbidos de las balas
rompiendo  los lamentos
de quienes vagan por los siglos de los siglos
sin encontrar acomodo en ningún sitio.

Canta la muerte
y  lo hace de remordimiento.
Sabe la taimada, astuta y zalamera
que no hay peor lamento
que el que saliendo de las gargantas
moja copiosamente pañoletas y moqueros
a la hora que las criptas
recogen a los cuerpos
y los cementerios se quedan
con sus fríos eternos
oyendo sinfonías de canciones de cuna,
 amor y recogimiento compartido.

Canción de cuna:

Crece hijo, crece,
y si encuentras un camino
no dejes su raya
pues al final siempre encontrarás
mi voz y arrullo
en forma de consejo gratuito.
      
         XI

Por ti, solo por ti,
y mira que lo siento
me lancé a esta aventura
hace muchos años
de construir versos
sin andamio que me sirviera de asidero.

Como si fuera
un arquitecto de catedrales
siempre me encuentro
remodelando fachadas
y rompiendo
el corazón de las piedras
para sacar de ellas
sus sentimientos
y hacer santos para los altares
que recen por ti un credo
que diga entre otras cosas
que la niebla estaba encerrando el día
en un féretro.

Esto último que es tuyo,
verso y solo verso,
es la mejor demostración
de que presintiendo la muerte,
momento a momento
y muy despacito
con cerebro de ratoncito
acechado por el peligro,
levantaste un corpus selecto de ismos
que yo recuerdo
por ser tú Arturo Valero
de la tierra que más quiero y he querido.

Gárgaras:

Al viento la voz se pierde.
Al viento quedan suspiros.
Al viento crecen los árboles
como si fueran juncos
a la vera de un río
con ropa tendida que se mece
al son de un viento traído
por la garganta de un Pavarotti aburrido
al lanzar un fuerte estornudo.

                  XII

Ser poeta de Cuenca
para mis adentros
y serlo con el alma y el entendimiento
hasta allí donde el cuerpo aguanta
entre clamores y vítores
a esta tierra tan llena para mi de sentimientos.

No me quiero olvidar de nadie
y si por alguna de aquellas
he dejado algo en el tintero
no se tenga por culpable a la persona
que suscribe estos versos
sino a esta memoria dichosa
que de tanto ver mares abiertos
se acomoda en sus lagunas
y hace de las aguas pantanosas
 lugar donde vivir y echar raíces
a la sombra de un viejo molino
que solo mueve ya su propio orgullo.

Estribillo:

Por vivir murió
y por morir
su vida se apagó
como si fuera la colilla
de un cigarrillo
que llevara en la cajetilla escrito:
El vivir mata,
viva lo justo e injusto
antes de que le llegue el turno.

          XIII

¿Te imaginas si yo fuera piedra
de afilar cuchillos
o allí en un barbecho mojón de pedernales
a punto de mostrar su brillo
pulidos  por el sol y los muchos fríos?

Yo me lo imagino
en la noche de los tiempos
en que los aerolitos cruzaban por el firmamento
llevando a su grupa a Magos de Hoz
y a un puñado de Aladinos.

Lo mío es fácil,
y  lo tuyo
en vista de que el paño
es de fino lino
da para pensar
que si te lo crees
es porque en tu cerebro hay sitio
para almacenar
lo que se le eche
ya sea cebada o trigo.

Yo fuera sanador de cuerpos
y quisiera con solo lanzar vahos
limpiar tus cavernas interiores
para que quedaran como una patena
en una misa de domingo.

Si yo fuera todo eso
tu estarías vivo
o al menos hubieras vivido
para ver el germinar de tus versos
en ese jardín del Olimpo
donde los dioses parecen niños
dando y quitando vidas
y ejerciendo el viejo oficio de Celestinos
en Odiseas, Iliadas y periplos. 

Oficios:

Cantero y picapedrero era
y convertía las piedras en obeliscos
con los que conjurarse con el sol
y demostrar hasta que punto
la religión pervive pura
en el cantar de los Nibelungos.

          XIV

Mi vida, nuestras vidas,
las vidas del mundo entero
están cortadas
por un mismo rasero
y a la espera de otros vientos
un poeta que lo fue,
Julio Arturo Valero,
se marchó y en ello dejó
una mancha en un bloc iluminado
que le servía de asidero
en un diario de provincias
y a un amigo Federico Muelas
que lo elevó a la categoría de maestro
a lo Rimbaud
y grito certero de  Je m’evade.

¡Ahí queda eso asombrados contertulios!

Cuenca tuvo un poeta a saber de Pinarejo,
era conquense,
y por allí  descansa tal y como el decía:
“Viendo como los gorriones hacen el nido
con ramitas de lluvia
y unas estrellas rotas”
¿en que pensaba el poeta
Cuando escribió estos versos?

Yo con Julio Arturo Valero
y su recuerdo
jugósamente entretenidos
en  Cuenca me quedo
a  la espera cierta
de un invierno crudo
en que convertido
muy en copo de nieve
desde los pies al cerebro
venga a ser ese blanco perpetuo
que me persigue
desde que era pequeñito
al tiempo que oigo el cantar
de los números de la lotería de Navidad
y veo salir vaho continuo
de un viejo puchero
cuya tapadera rugue
en una chimenea dando brincos
como si tuviera dentro
una piara de gorrinos
relamiendo un tornajo
y a un acordeonista ciego
cantando los mayos
a esa hora en que un ángel mira
detrás de unos visillos tan negros y sucios
que el firmamento a su lado parece
la lana blanca de un cordero.

Fin:

En la oquedad de una silaba
redondeada en un paladar
por una corriente de aire
me vengo a columpiar
tras ver con mis propios ojos
sin hacer falta que nadie me venga a comentar
que las expresiones mínimas
son en boca de quienes se saben explicar
bálsamos con los que debemos contar
a la hora de hacer juicios y valorar
a esos poetas de las tierras de D. Juan Manuel,
allí en la Mancha de Monte Aragón,
tan juiciosos en su detallar y tan versátiles
como las estaciones al pasar
del frío al calor
y de la sequedad a la humedad
en un cantar.

Todo esto es
en boca de Julio Arturo Valero Solana
vanguardismo, lirismo, expresionismo,
surrealismos y poca más
aunque mucho lo fue
para los tiempos en que vino a suceder
que un poeta muriera
reduciendo a la expresión mínima
su vocación literaria
como si el mundo se le fuera de las manos,
como si no tuviera tinta ni papel,
como si la enfermedad que le vino a vencer
marcara sus impulsos últimos. Dicho es
que me toca callar.

Dejaré que el poeta vuelva a sus silencios
y en ese columpio buscaré
nuevas corrientes de aire que me vuelvan a mecer

Se acabó todo, así de fijo es,
y en este punto
lanzo un saludo
aunque comprendo el disgusto
de los que siendo comparsa
de un entierro sin difunto
se han tenido que tragar
un hueso endemoniadamente tan duro.

  
 Autor: José Vte. Navarro Rubio

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