domingo, 20 de enero de 2013

POESIA A VICENTE ALEIXANDRE

      
                  
Y vino a ser él con su yo
una especie de oración
que aparecía en ciertos momentos de su vida
en señal de un infinito dolor
que atravesaba el espacio y le llegaba
para que supiera que todavía estaba vivo
en aquel nuestro País
con tantas libertades descansando
en el fondo de bolsillos llenos de preguntas.

Y era el sólo con su yo
el que elevaba hasta las más elevadas cimas
lo trascendental de un instante
y la fragilidad del ser humano
al ser comido su corazón por el desespero
y el dolor de heridas no cicatrizadas con pegamento alguno.

No más allá de esos cielos
estás tu, Vicente Aleixandre, todavía apaciblemente sentado
esperando a que llegue el frío polar
trayendo  días oscuros y noches negras
cual teas impregnadas con grasa de focas
matadas vilmente por tramperos borrachos,
amantes de mujeres heridas por los hijos de la vida,
y asesinos de la ingenuidad de los bebes polares
a golpe de martillo.

Allí, supongo que estarás  tú a solas como siempre
en los momentos de inspiración amando por el mundo entero
y como no puede ser de otra forma
bien acompañado en un salón con grandes estanterías de libros
en los instantes de recitar y versar sobre lo humano y divino,
entorno a un té caliente poco azucarado
y algún calmante para ese corazón, el tuyo, tan cansado.

Estarás a lo seguro en uno de esos paraísos
a los cuales tu de vez en cuando acudías
en las noches serenas de tu alma
para llorar piadosamente y pedir clemencia
y estarás para serenamente escribir e inmortalizar paisajes
que han hecho reír, llorar y reflexionar a más de un ser humano
en cuanto se han llenado espiritualmente de las indulgencias de tus poesías.

Nunca el quejido y el llanto del hombre
poseído de su verdad y de sus enigmáticos silencios
fue tan grande ni estuvo acompañado de tanto amor
hacia todo aquello que era digno de resaltar
y tu lo supiste inmortalizar con cuatro pinceladas
y un millón de días de paciencia y de saber escuchar a las paredes, tus amigas.


Es por ello que te pido que te vengas
ahora que todavía estas a tiempo
a tomar posesión de lo tuyo
especialmente de aquel lugar donde el misticismo de tus palabras
era como una comunión diaria
de todos aquellos que disfrutáramos con tus poesías.

Recuerdo que alguien me dijo un día que los poetas
y sus creaciones las poesías no mueren nunca
porque aunque canten a la vida, a la esperanza y al amor
llevan desde siempre la muerte pintada en sus labios,
y yo me lo creí sin más comentarios,
porque he visto esa muerte muchas veces
y alrededor de ella mares de  lágrimas
haciendo germinar esperanzas en lebrillos.

De esta forma se vienen renovando los ciclos de la vida,
a ello se debe que siempre detrás de una muerte
se de un poeta y una llámale como quieras poesía
con lo que el ciclo se hace repetitivo hasta el infinito.

Fuiste tu Vicente Aleixandre, poeta de interior,
con añoranzas de litorales llenos de luz y azul de los mares
quien peleaste más que nadie
por conseguir que el amor fuera menos alquimia y más deleite,
y quizás esos rayos de esperanza que se veían en tus ojos abiertos
cuelguen todavía de las cortinas de aquella habitación convertida
en cripta inmortal de intelectuales anónimos y noveles
que acudían a tu casa 
para que el sumo sacerdote de la poesía
y obispo de una abadía 
construida en la oquedad profunda de una cueva submarina 
les dieras la absolución.

A lo mejor todavía corran sonrisas por los zaguanes de tu casa
y haya explosiones de alegría y palmas y olés de maestro
esperando a que la puerta de tu espartana alcoba se abra
y aparezcas tú allí en batín y zapatillas
diciendo que has visto pasar cerca de la ventana 
a un gavilán muerto de frío.

¿No se lo que fue de tu quinta allí en Madrid,
ni si la barbarie humana habrá transformado aquel lugar de culto
en una torre de apartamentos con vistas al retiro de nuestras vidas?

¿No se lo que fue de aquella calle 
que te llevaba poco a poco hacia otros países
como aquel día en que te fuiste a recoger un Premio Nobel?

¿Ni sé nada de esa niña de tus ojos que se vestía de mujer de fiesta?

Niña que acude todavía, me han dicho, 
a los manantiales que nacían en tu alma
para llenarse de corrientes de aguas frías y de luz
con la que poder ver a esos gallos del amanecer 
vomitar en las madrugadas
las mentiras que las estrellas escupen inoportunamente.

No se si tú,
en tu paciencia infinita
te dejarás ver de vez en cuando
para que no se diga
que te fuiste para nunca más volver
y que pasaste por la vida sin hacer ruido
ni levantar polvo tus sandalias.

Esto, amigo, no es una despedida
y más cuando sabemos que la muerte
está siempre a la espera
de recibir noticias y de sentirse querida.

He llegado hasta aquí
a la hora en que unos pájaros trinan
heridos en su interior
por una mañana que les trae miedo y hambre
y he visto como entre ellos se llaman
para sentirse más cercanos y arropados
y he observado a uno herido de muerte
por un rayo venir a morir a mis pies
y he sentido, tristeza la mía,
como tu Vicente Aleixandre te marchaste
como ese pobre pajarillo sin decir ni pío
para no molestar a nadie.

Quiero pensar que esos trinos
a ti también te acompañarán
y entre leves quejidos,
muchos y oportunos suspiros,
picotazos de amor con sabor dulce a mostillo
y miradas al infinito
serás ¡allí! capaz de diferenciar
las tranquilas costas de arenas blancas
de las costas acantiladas de los mares inquietos
y esto te relaje y te haga más humano, que divino,
en esos reinos de Dios. 

Me gustaría que en tu hogar definitivo
siguieras disfrutando de esos silencios
que muchas veces a lo largo de la vida
explotaron en tu interior
cual mina marina cargada de toda la podredumbre
de aquel sistema político
ya lejano pero no olvidado del todo.

Y me gustaría, como despedida,
que esos ojos vivos
continúen siendo una llama encendida
y faro de escritores necesitados de luz
que hasta él acuden en las noches tristes
para recitar poesías que el viento se lleva
al interior de los mares y océanos
donde se convierten en letras de canciones tristes
cantadas por los marineros cuando los navíos se van a pique
arrastrando con ellos a su tripulación a los abismos.

Me gustaría un último poema tuyo
y  nada más que no sea un abrazo de despedida,
en estos instantes en que ya la noche me llama
y yo apaciblemente me vengo a proteger
desde los más lejanos días de mi infancia
en que se decía que la noche trae sujeta a su cintura
caballos desbocados y a su grupa fantasmas
de cuentos escenificados por los padres a sus hijos
a esas horas de irse a dormir a la cama.

Y en esta espera que me desespera
continuo aquí preguntándome el porqué escribo y te invoco.
Se que respuestas sólo hay una
y que ellas se encuentran escondidas
en las páginas de esos libros que vienen a descansar
en las estanterías de mi biblioteca.

Es por esto que cojo al azar uno y me lleno de hambre de conocer
y dar lectura a esos versos vencidos y caídos
que hablan de nubes felices, de hijas de la mar
y de criaturas en la aurora y me voy de paseo
allí donde el mundo encierra la verdad de la vida.

Ya a  estas alturas
me da miedo alcanzar los interiores de las personas
porque sé que tras algunas fachadas
se esconden corazones que matarían a la tierra.

Si cruel es la vida más cruel es el saber
que para algunos ésta ha estado prohibida
y en este caso a ti Vicente Aleixandre te tocó la peor parte,
vivir tu encierro en un exilio interior agrio a más no poder.

Hasta aquí he llegado.

Agotado me dispongo a descansar,
es lo que me pide el cuerpo, así de seguro,
y para ello dejo que la mente juegue con mis sentimientos
y que allí donde un día la resignación tuvo palco
con vistas al gran teatro de la vida
se formen remolinos que me lleven más allá de las estrellas
para volver cargado de luces intermitentes
como si fuera un árbol de Navidad en un invierno blanco y frío.

  
 Autor: José Vte. Navarro Rubio

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