lunes, 25 de marzo de 2013

POESÍA: BUSCARINI Y LA CALLE DE ALCALÁ

 

Tú, y, yo,
nos conocemos
porque en nosotros se murió la risa
antes de ser concebida
y de que una comadrona
dijera: enhorabuena,
por fin parió la literatura
y ha sido una niña.
que se llamará poesía.

Y llegó la poesía
vestida de niña
hasta un Madrid cosmopolita
donde los artista
se daban las espaldaspor miedo a quedarse,
por aquellos días,
sin comida ni camisa.

Y fue,
 en ese Madrid sin prisas
de un año de 1900
y un pico de poca altura
y fue,
en una calle llamada de Alcalá,
con Leandras y mantillas,
no se si cantada por Sabina
y defendida
por soldados de la II República
en una guerra convulsiva,
donde puso su tenderete de libros
nuestro artista
a toque de silbato de policía.

Sacó Buscarini a pasear,
patria potestad tenía,
como buen padre que la quería,
a su endeble niña
de nombre poesía
ya convertida en drama
y adornada de tanta pedrería
que los adoquines
de las mismas aceras
se sentían
llenos de huraña envidia,
en aquel Madrid
de señoritos y señoritas,
de pobres de solemnidad,
de locos de mirada altiva,
de prostitutas y chulos,
de políticos de pacotilla,
y de dictadores con cara de sello de postal
con destino las Antillas.

¡Vaya con ese Madrid
y con esa niña
ya  doctorada en poesía!
que Armando Buscarini lucía
vestido de capa, sombrero y zapatillas
con agujeros en las suelas
por los que cabían monedas de plata
con esfinge de Rey incluidas
 y en ese Madrid
del que me da hablar risa
se volvió loco el poeta
e igual que acudía
a la calle de Alcalá,
quizás a pie o en tranvia,
para arrancar unas monedas
poniendo cara de pena
y de pocas risas,
desaparecería un día
el niño poeta
y con él también se fue
en una noche de serenos
echando una cabezadita
tras alguna esquina
el tenderete de libros,
y los pocos amigos de correrías
que en sus pocos menesteres le atendían.

Corrió su vida
en galeras tiradas por jumentos,
que luego Juan Ramón Jimenez
usaría para dar a Platero dulzura,
y fue a perderse el niño poeta,
entre las cloacas y pestilentes avenidas
de los suburbios de una urbe
que no podía,
¡Ay que desdicha!,
dar otro tipo de vida al artista,
que ya se sentía
envenenado por su madre,
olvidado por los amigos
que de él se escondían
y herido por la pus convulsiva
que le subía
como rayo que no cesa,
como lepra transitando por la vejiga
camino de un cerebro
inmaculado, tierno y abierto a las corrientes modernistas.

Por aquellos días
nadie era capaz de entender
el cantar roto por la mala vida
que salía
de aquel cuerpo maltratado,
y violentado con alevosía
por un banderillero y maletilla,
y por un sirviente negro
de un payaso llamado también artista
que de ello luego se vanagloriaría.

Como si el mundo fuera de unos pocos
hasta Samuel Ros,
otro también literato con polilla,
le excluiría de ese gran evento
¡que felonía!
de salir con el resto de la cuadrilla
en aquel libro escrito
en la cama de alguna modistilla
que llevaría por titulo, sin comillas:
"El hombre de los medios abrazos"
donde en uno de sus capítulos
se celebraría a bombo, platillo y rumba,
en el gran salón de ceremonías
del café de San Isidro,
una boda de corta, pega
y vamonos corriendo de la misa.

¡Hasta ahí le llegó a Buscarini la desdicha
de no ser reconocido como artista
ni por la flor y nata
de la vanguardia falangista!

Él, y, yo, nos curamos en salud
comiendo sardinas,
pan de cebada, centeno o de guijas
y en lo que podemos
y nos deja la chusma
con una cierta compostura
a la vieja usanza
sin necesidad de usar de daga
ni cañón de artillería,
solo esbozando sonrisas
ante las adversidades tremendas
e injustas de la vida
que a él lo volvieron loco
y a mi me han tirado panza arriba
en una España
con políticos reconvertidos
en salsa picante
con que espolvorear las palomitas.

Autor Jose Vte. Navarro Rubio


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