En la pensión Hans de Islandia, asturiano el dueño para más decir, se solía advertir: Casa económica para pernoctar. No se fía ni a Dios.
Mayor bodega de vino
por no existir
no la había en Madrid
a la hora que a la pensión "Hans de Islandia"
los bohemios menores de Madrid
en la Corredera Baja, para dormir
con el odre rebosante
de vinos tintos y blancos de las mejores cepas del país.
Dos reales
muy difíciles, para Buscarini, de conseguir
era el alquiler diario
que se pagaba por dormir
y en el derecho a una noche de asilo
se solía incluir
chinches, piojos, liendres, garrapatas
y cucarachas negras y relucientes
como el ébano procedente de Malí.
Entre gurruños de ropa apestada
dejados por aquí y por allí
y jergones y camastros
que algún día debieron servir
a las tropas acuarteladas en las montañas del Rif
se venía el día por una rendija en el techo venir
y tras de sí
el desfile de moda de una pasarela de pobres en Madrid
saliendo al escenario de la vida diaria para pedir y malvivir.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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