viernes, 19 de abril de 2013

Treinta años de poesía y bohemia (1890-1920) Allen W. Phillips Universidad de California, Santa Bárbara


                          

El vía crucis de otro individuo, bohemio profesional, más triste e infeliz que pintoresco, merece mencionarse brevemente: es el lamentable caso de Armando Buscarini, joven que cultivaba con poca fortuna la poesía y la prosa. Su persona inspira compasión, porque es el caso extremo de un pobre escritor sin talento, probablemente inofensivo y bueno en el fondo, que vivía en la más abyecta miseria. Su muletilla de siempre fue «¡Me voy a arrojar al Viaducto!», y una vez le aconsejó Valle-Inclán que al menos lo hiciese con elegancia550, y Cansinos cuenta un cómico intento frustrado. Según noticias dadas en las memorias es posible que haya muerto en un manicomio. González Ruano (a quien Buscarini dedica un poema) lo recuerda con cierta simpatía y refiere que vendía en las calles y los cafés sus pobres libritos (los que tengo a la vista son meros folletos baratos, de pocas páginas, y los tres llevan afectuosa dedicatoria del puño y letra del autor para «el maestro» Cansinos-Assens551). Y en su antología González Ruano imprime de Buscarini un solo poema «Hospital de leprosos», soneto en que las hermanas consuelan a los enfermos que sienten «el fuego de Vida en la carne doliente / y el frío de la Muerte dentro del corazón»552.
Para tener una idea cabal de la vida y la persona de Buscarini, hay que remitir nuevamente a González Ruano y Cansinos-Assens.Feo de
semblante, con pelo lacio y largo, aquel hijo de amor «...conoció todas las desdichas, los tristes internados de San Juan de Dios y las duchas frías de los manicomios, el falso calorcillo de los prostíbulos ínfimos y las tremendas horas del cafetón como máximo refugio de las noches mejores»553. Por su parte Cansinos ve en el pobre poeta, víctima de burlas, una «extraña mezcla de candor angélico y de astucia diablesca», comparando sus facciones («ojos negros, grandes, estrábicos y alucinados, y sus orejas, semejantes a alas de murciélago») con las de un degenerado. Buscarini se cree poeta maldito y no deja de cultivar sus apetitos groseros en una existencia insegura e inútil554.

En las páginas que presentan sus Poemas románticos (1923, sin pie de imprenta) Buscarini, a quien le niegan colaboración en los periódicos con la excepción de La Libertad, habla en términos despectivos del mundo literario de Madrid y de sus contemporáneos. Así dice este poeta «lírico y hambriento»:
El poeta no obstante está decidido a sufrirlo todo y a morirse de hambre, que para eso es poeta y sólo da uno cada generación de vez en cuando, sépanlo todo el coro de grillos afónicos que me rodean y tienen el honor de ser mis contemporáneos que carecen de elegancia, sutileza, aristocratismo, de sentimientos, plasticidad lírica, ideología, etc., y valor para arrastrar la vida miserable de hampón; copleros absurdos, retorcedores de lugares comunes y tópicos manidos y ridículos, mixtificadores en ladrillo del sagrado sacerdocio de las bellas rimas sin ripios; que me llaman vago por la rara condición de tener talento como si no hicieran falta horas enteras para pulir el mago artificio de los versos.

Y sigue Buscarini con otras muestras de egocentrismo, insultando a los académicos, al mismo tiempo que ofrece al lector sus versos «humildes, sencillos y limpios», que los directores de periódicos le favorecen al no publicarlos entre sus bazofias farragosas.
Los temas y los personajes de Buscarini, a juzgar por lo que he podido conocer de su obra, fiel trasunto de su vida dolorosa, son los poetas bohemios despreciados y hambrientos, las vendedoras de caricias, y siempre, por encima de todo, la visión más negra y sombría del vivir. De ahí el motivo constante del suicidio. Para el poeta nostálgico, que recuerda su juventud lejana y más apacible, el camino es interminable; se siente cansado y melancólico («caminante de la vida»); sus versos añoran
a la amada y son tristes soliloquios de un corazón fatigado («La amada ausente»); y, con dedicatoria para Manuel Machado, escribe Buscarini estos versos: «Luz de la mañana / que ahuyentas las penas: / luz en mi ventana / milagros a hermana / de las almas buenas». El transcurrir de la vida es eterno e infinita la fatiga, gris el color predominante, y la tristeza del invierno pone sobre todas las cosas un matiz frío («Saudades de invierno»). En efecto, todo se resume en la tercera estrofa de «El romero»: «Tener el alma cansada / y ser siempre peregrino / en el árido camino / de la jornada». En esta poesía de la desesperación resuena continuamente la nota de despedida amorosa, sentimiento rememorado de un pasado lejano, y siempre el poeta se cruza en la vía opuesta con otras almas y otros trenes («Tren de noche»). Y finalmente esta desolada actitud ante la vida se evidencia claramente en un poema dedicado a Francisco Villegas Estrada, otro bohemio y autor del libro Café romántico y otros poemas (Madrid, 1927), y de esta composición transcribe las dos últimas estrofas:



Es una calle sin ningún viandante


¡páramo triste de silencio eterno


en donde aúlla errante


algún can en las noches del invierno!



Es una calle abyecta por las miasmas


de un malsano pantano


por donde cruzan sombras de fantasmas


bajo la luna roja de verano



(«Una calle»)                


¿Farsante Buscarini? No lo creo del todo. De cuando en cuando se percibe un latido de sinceridad en sus exagerados lamentos, y, si hemos de creer en los memorialistas de la época, no puede imaginarse una vida más dura que la suya. No se puede negar que posee un temperamento exageradamente romántico y sin duda delirante. En el prólogo a la novelita Las luces de la Virgen del Puerto habla al autor de manera exacta de su modo de ser y de su terrible existencia:
... o soy un escritor de un temperamento romántico inadaptado al ambiente de mediocres que empestilece y denigra la vida española. Estoy sinceramente asqueado de la incomprensión de los directores de periódicos que me niegan sistemáticamente mis colaboraciones retribuidas. [...] Mis intentos de suicidio son un testimonio de la indiferencia que todos muestran a la desesperación del hombre que lucha y la prueba más clara de la falta de humanidad hacia el prójimo y el desapego de mis semejantes. Durante seis días he permanecido en la antesala de un manicomio por reincidir en mi propósito de quitarme la vida y he tenido puesta la camisa de fuerza...

Funesto el destino de este infeliz. Al final del breve texto de la novelita, que relata un episodio espeluznante y sangriento de un poeta bohemio que convive con los golfos de un barrio madrileño, hay un comentario («El dolor de no llegar») que firma José Romero Cuesta. Se ponen de manifiesto en este epílogo las cualidades humanas de Buscarini, persona mansa y atormentada, objeto de la indiferencia gris del ambiente. Otra víctima, pues, del calvario de un artista con poco talento en busca de un alma buena.

550
José Alonso, Madrid del cuplé, Madrid, 1972, 237. (N. del A.)
 
551
Poseo El riesgo es el eje sublime de la vida. Poemas románticos (1923) y dos obras en prosa: Las luces de la Virgen del Puerto (¿1924?) y La cortesana del Regina (1927). En los tres casos falta pie de imprenta. Observo que Cejador anota la publicación de otros títulos (Historia de la lengua y literatura castellana, XII, Madrid, Revista del Archivo, Biblioteca y Museo, 1920, 40).
Parece que años después Hernández Cata editó, con un prólogo, un libro bien presentado que recoge los folletos anteriores de Buscarini. Tomo el dato de Cansinos-Assens (La novela de un literato, II, 429-430), que agrega un comentario que transcribo: «Oh, la cara de Buscarini, con sus negros ojos de vicioso, su nariz ciranesca y su boca grande, ancha, simiesca... ¡Cara de archivo policíaco! ¡Cara de adolescente pervertido, delincuente en potencia, sobre cuyos rasgos bestiales brilla, sin embargo, el celestial destello de la luz apolínea: ¡Cara de perturbado, que puede ser también la de un genio en potencia, quién sabe!... ¿No se dio esa mezcla de bien y de mal, de perversidad e inocencia, en Rimbaud y Verlaine?» (430). (N. del A.)
 
552
González Ruano, Antología, 373. (N. del A.)
 
553
González Ruano, Memorias, 235. (N. del A.)
 
554
Cansinos-Assens, La novela de un literato, II, 393-399. (N. del A.)
 

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