domingo, 30 de junio de 2013

POESÍA: PINAREJO Y ESA ESTAMPA


Como si fuera una estampa
detenida en el tiempo
y pegada a mi memoria más antigua
las llegadas a mi pueblo, allí en La Mancha,
se repiten siempre de la misma forma
nada más el coche remontar una pequeña falda de tierra roja, chaparros y sílex en forma de lascas.

Yo contaré de esta historia
que mi pueblo, Pinarejo, es parte de mi alma
desde aquellos días
que ya nadie agarra
de una niñez perdida
como las golondrinas esas que se marchan
para volver en otras mañanas.

El paisaje ese que tanto me entraña
es un paisaje de corte austero
que encanta
por lo que te dice
desde el preciso momento
en que con él hablas.

Dispuse en aquella casa
que todo fuera
en lo posible y mediato
como lo fue
a lo largo de los años
en que el silencio de los días
inundaba sus estancias
y ebrio de memoria
con la cual llenar la casa
encontré en esos lugares
por donde pasea la memoria
para refrescarse de agua
aquellas cosas materiales que se tiran a un rincón y allí descansan
sin hacerse viejas
y a la espera, siempre espera,
pues por ellas el tiempo no pasa,
que el joven ya maduro
como la fruta sobre una rama
se llegué hasta ellas
para recobrar aunque solo sea
de ese tiempo perdido
lo que ahora le falta.

Yo anduve
como ser perdido
en una batalla
entre muertos y tragedias
y me asomé
a un patio
con especies vegetales
que habían crecido a sus anchas
allí donde de niño jugaba.

En una pared una hoz
ya oxidada
y más allá un espejo roto
en el que perdida
quedó un día mi mirada
y allá tejas
con señas de haber sido maltratadas
y en un pequeño búcaro cal
convertida en piedra blanca.

Ramas de un almendro crecen a sus anchas
y se llegan
como quien no habla
hasta un lugar concreto
donde se paran
pues la pared es el fin de sus ansias
de libertad.... tantas
y tan pocas allí congeladas.

La parra crece
y se marcha de jarana
sobre un carril,
hilo de metal blando,
que cruza el patio
y servía para tender al sol ropa y sábanas.

El patio me habla
de lo que sabe y calla
y yo callado
sin espantar sus ganas de llenarme de sus batallas
me quedo quieto
y nada me alarma,
ni la noche que me embriaga,
ni la mañana que se alarga,
ni la tarde insensata
con sus ganas de morir entre desganas.

Porque el tiempo pasaba
y todo era
del color
con que se viste una mujer
que al altar marcha
vi en la fotografía
aquella que mi hermano
de vez en cuando me enseña
a mi madre
con no más de 7 años
en la Moraleja
y junto a ella a mi tío Juan de Dios
en brazos de su madre
soportando las tardanzas
de un fotógrafo que pasó por aquella aldea ahora abandonada
disparando fogonazos
y convirtiendo aquellas tristes miradas
en algo que ahora me falta.

No me dejo a mi tío Agustín
tan hombre para trabajar en su tierna infancia
y tan ajeno
a lo que sería su vida
siempre esperando a falta de hijos
a que sus sobrinos y sobrinas
todos y todas llegaran
hasta aquella su casa
para contarle cosas de sus vidas
que el grababa
y luego siempre te recordaba.

No estaba
mi tía Maximina en la fotografía
pues nacería
para cuando ya el fotógrafo
por las Pedroñeras andaba
soñando con ajos y avutardas.

Me quedo
ahora que la mañana avanza
viendo como el ventanillo
no cierra al haber dado de si el marco de madera por culpa del agua
que lo azota
sin que nadie se cuide de limpiar su cara
y como la pared preñada de espacios
que separan la cal de la tierra
y los guijarros de sus entrañas
se me viene abajo y nunca se abalanza sobre el suelo que sabe que aquello tiene algo de magia.

Tanto en esta mañana
que avanza
al tiempo que alguien entra y lee en el blog
desde México, Colombia, Cantabria, Cuenca, Valencia, ................ fin sin falta,
y exclama:
¡esa historia me sabe a algo que no se compra con nada!

Tu y yo
estamos hechos
con el  mismo barro
que se amasa
y una vez dejado que se cueza a base de rayos y calorías insensatas
separa......., lo de fuera, que lastima,
de lo de dentro de la casa.

¡Alerta y calla
pues pueden saltar, ahora, las lágrimas!

Autor: José Vte. Navarro Rubio

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