Viene el día marcado
en un calendario que avisa
que estamos a 8 de diciembre
y si nada ocurre en este día
seguiremos con el veraneo
hasta el toque de trompetas ya casi cruzada la línea
del 1 de septiembre, domingo, se diga donde se diga.
Las sombras sobre el edifico que se alza
a pocos metros de la ventana
que me sirve de puesto de vigía
alcanzan hasta una determinada altura
y proyectan como si fuera una línea discontinua
la parte más alta de la finca
en la cual yo tengo casa, cama y comida.
Todo invita
a ese descanso,
con siesta incluida,
que por estos lugares es parte inseparable de todo lo que tenga que ver con nuestras vidas.
Abajo en la calle un joven y una joven
se citan
y como si el mundo se hubiera parado
y todo corriera muy deprisa
se abrazan y besan
como si se conocieran de toda la vida.
Estamos en agosto
y se escucha la música
esa que descarna las paredes y se infiltra en nuestras vidas
sin tener en cuenta
si te gusta o no te gusta.
Al son de la música
en un aparcamiento de coches se juntan
jóvenes de diferentes edades para beber
más de lo que el hígado destila
y ya ebrios lanzarse a esa ruta
por la que llegar a esa discoteca de la que se escucha su música.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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