sábado, 21 de septiembre de 2013

POESÍA: MÉXICO SIGLO XVIII Y LOS HOMBRES DE FE



Desde lejos creo ver
aquel mi pueblo rodeado de campos
donde vi crecer
arrozales, trigales, arboles de morera, frutales y  zarzas de esas
que se agarran a la piel
y allí en aquel pueblo llamado l'Alcudia cerca de Carlet
me vino  a nacer,
entre cánticos que salían de entre las paredes de un convento,
mucha fe.

Fue toda la fe del mundo
y con ella me marché
buscando un lugar donde poder ser siervo de Dios
y del resto de mortales, nacidos por doquier,
esclavo desde la cabeza a los pies.

A lo que se ve un día me encontré
en aquella Valencia con río, puerto, mar e iglesias
tocando sus campanas y así comencé a querer
a  Dios
en el cual yo me quería entre sus brazos esconder
y así fue
que en la Iglesia de Santa María de Jesús
comencé
entre enfermedades
que me venían a remover el cuerpo a crecer
en incontables asuntos de fe.

Oliva, Cheste, Chiva, Alicante, Requena, Guadix
con sus conventos que me vinieron a dignamente atender
son parte de ese mi lento recorrer
siempre al encuentro de Dios,
siempre lleno de tanto dolor
que yo mismo creía ser
el mismo Jesucristo camino de un Calvario del cual solo quería
¡por Dios no volver!.

Pero siempre volvía al mundo cruel
y siempre me encontré
en este peregrinar mío por los mundos que Dios me dio a saber
con pobres criaturas
y con seres tan infelices que por ellos renuncié
a mujer alguna,
a comer,
a ser osado y a querer únicamente tener
otra razón que no fuera
extender la palabra de Dios sin pedir nada
ni querer ser
cosa alguna que no fuera un pobre fraile descalzo y desnudo
como nuestro Redentor vino él de esta forma en Belén a nacer.

¡Que bien me fue aquel viaje a pié
camino de Cadiz para en México intentar ser
el hermano de todos los que faltos de fe
salían a los caminos para entender la palabra de Dios y ver
con sus propios ojos
como había otros seres humanos que iban por la vida más ligeros de ropa
de lo que ellos podían entender.

Allí me fui
y para ellos desde Cadiz embarqué
camino de Veracruz para extender
la obra del Dios piadoso solo él, y yo a su merced,
y desde aquel día en que vi entre brumas la muerte rondarme
y no poderme, ni por sorpresa, coger
pensé que en mi había algo más grande de lo que nadie puede entender
y miré y no encontré
otra cosa que no fuera
a las olas envolver el bajel
en el cual yo me sentía como pez
fuera de una pecera muy predispuesto a fenecer.

El recuerdo Àlcúdia me guiaba
pues a ella quería volver
para morir en aquel convento de Santa Barbara que tenía
bellisimas esculturas del imaginario Bonet

¡Volver!

¿Para qué?

Si Dios quería verme lejos,
si yo quería entre aquellas gentes tan pobres en su vivir, pensar y en Dios creer
ser mártir por la Orden de San Francisco
y poder yacer
en hondo agujero en el suelo o pared
con los ojos serenos
y las manos cruzadas entorno al pecho en señal de recogimiento
sin más habito
que la pobreza impregnando mi piel. 

Si es que vivo
es solo en la soledad de mi silencio
encendidos mis deseos
en ansias inmensas de servir a Dios
y aquí
en tierras alejadas y entre pobres seres
me encuentro dispuesto a ofrecer
lo mejor de mi ser.

Solo quiero ser aquello que libremente elegí
y solo quiero este es el destino de los nacidos para servir a Nuestro señor
ser tan pequeño e inocente
como esos seres a los que ayudo
en todo aquello en lo que puedo
sin pedir otra cosa que no sea solo poder compartir con ellos
sus penas, llantos y quebrantos.

Mi lengua madre es
la que de ti aprendí y heredé
y como si fuera mi hablar dulce miel
pronunció por estas tierras queriendo y sin querer
aquellas bellas expresiones que oyendo y jugando en mi corazón atesoré.

¡De poder ser
ya la muerte ciñendo mi cintura!

¡De poder ser
ya el sol retostando mis ojos como granos de café!

¡De poder ser
quiero ver la imagen de mi pueblo l'Alcudia
y el tañer segundo a segundo de las campanas bajo las cuales me llené
de tanto querer!

¡Muerto soy!

¡Viva la fe!

¡Acabemos con la pobreza
y devolvamos al ser
la riqueza esa, solo esa riqueza,
que  Dios un día
de claro amanecer
me lego
para que yo inculto a más no poder
trasmitiera por mi boca
amor, ternura y fe! 

Y fue que el santo varón, Fray José Marqués, murió
por aquel lejano siglo XVIII
y fue
que un día de viaje a Valencia en el tren
un amigo me habló de él
y fue
para conocimiento de todos ustedes
que su historia
se viene ahora a contar
desde las uñas de las manos a las de los pies
para grato descanso eterno
de quien tuvo a Dios,
solo a Dios,
¡Dios, cuanto fue su querer!
como principio de su vida,
principio éste que quiso imponer
hasta que la muerte le aconteció
allí donde el quiso por las bravas fenecer.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

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