miércoles, 27 de noviembre de 2013

POESÍA: EN LA OSCURIDAD PINAREJO RELUCE COMO EN AQUELLOS DÍAS


(Fotomontaje de Paco Arenas)


                     POESÍA
Quién no vive de esos silencios que acompañan toda la vida
como el corazón que palpita
o como esos riñones que expulsan los rencores que nos corroen por dentro. En la lejanía
veo momentos de mi vida como si fueran imágenes sacadas de una fotografía
vagando por las noches esas que se hacen tan largas o más que los días y me lleva
a ese encuentro de cada noche y de cada día
la edad que no perdona, esa que necesita
al igual que las fuentes del agua para que se diga que que no esta muerta y que todavía respira.
Una calle a solas y una casa
y una bombilla en una esquina que un lucero mira con ese temor eterno
de quien sabe lo cara que es la vida y en esa calle cuesta arriba
se fatigan los que la suben
y saludan los que por ella bajan de prisa
camino como siempre del casino adonde echar la partida
o de la tienda u horno, herrería, Ayuntamiento y casas de familiares en las que se respira
de ese ambiente tan cercano y tan cortado por la lentitud de las silabas depositadas
sobre una cartilla
en la cual aprendió a leer, a duras penas, el cabeza de familia.
La calle continua sin sereno y si  me apuran vecinos que en ella vivan
y la plaza sin pozo ni brocal de piedra comida
por los cantaros y cubos de todas las mujeres de esa villa que vinieron a nacer
en tiempos que todavía se ven pasar por mi vista.
Cantarranas fue calle en la que la luna siempre dormía en las camas de los pobres
pues en ella los ricos no vivían y de paso por la Divina Pastora veo desde su mirador un molino
que cautiva por su blancura allí cerca del camposanto erigido en cuna de culturas
con sus nichos, panteones, lapidas por el sol comidas
y ramilletes de flores de quienes hasta él se arriman
no porque no se diga, sino por lo que en el corazón el amor hacia los nuestros siempre perdura.
Plaza de toda una vida cada vez más pequeña
conforme a ella te arrimas y como si todavía
en ella hubiera rey o señor feudal doblegando a los hombres con tercias, horca y elevadas multas
sobrevive la calle Tercia ya sin deposito de granos, cueva y juergas de alta cuna
en aquel casino que se abría
como si fuera la mano de un dios ebrio de amargura
allí donde la calle se junta
con la que viene de la Iglesia y se llega sin tardanzas inoportunas
a la de Melgarejo, con su casa que fue de cura, su mansión solariega
convertida por la incultura necia de los que siempre clamaban justicia en una perpetua ruina.
Todo esto sin contar que por allí los Belinchones disfrutaron
de rentes, casa, montes y tierras buenas de cultivo en trigos, avenas, centenos y guijas
y sin olvidarme de la casa del guardia y de las escuelas tan poco por mi vistas
nos llegamos hasta la iglesia esa que se ve desde más allá de los llanos que llevan a Villar de la Encina.
Me fui
como la tarde esta fría
hacia la oscuridad de la noche
esa que en mi alma anida
por eso y porque se que en esto que digo va parte de mi fortuna
me retiro
hacia los aposentos
donde una televisión avisa
que los ladrones en España
crecen como las centurias
aquellas romanas que asolaban e invadían
a los pueblos libres de una Europa
que a base de sangre y fuego se hizo tan latina
que todavía sobre nosotros gravita
como si fuera una arroba de aceite de oliva
esperando, siempre esperando, el momento en que derramar nuestras lágrimas y culpas
por lo que no hemos hecho y por lo que jamás haremos, si me apuran, en esta vida.

Autor de la poesía: José Vte. Navarro Rubio




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