martes, 24 de diciembre de 2013

POESÍA: MENSAJE NAVIDEÑO DE UN MANCHEGO, POCO REAL Y MUY CONCRETO


 

Me adentro
como estilete, pluma o carcasa
en la zona conocida con el nombre de La Mancha.

Me adentro
hasta los más profundo de mis sentimientos
y poseído de ese don que florece
en los túneles del tiempo
me voy recorriendo
la espesa geografía de los lamentos
de esos pueblos que murieron
antes de que a ellos  llegaran las mieles invictas del progreso.

Comienzo a vuelo de pájaro
visitando tierras adentro
los lugares concretos
donde desde la nada vendrían a surgir en sus tiempos
pueblos enteros,
allí donde la tierra, el hombre, el agua y el cielo
se creyeron
tan independientes como el Dios
que de un soplido hizo el universo.

Por ellos, ahora en concreto,
ya no corre la vida
tal y como la contaban los viejos
en forma de risas
de unos niños
llegando del colegio,
por no ver,
si no estoy en lo cierto,
no he visto
a bestia alguna, caballo, mula o jumento,
comiendo amapolas en los prados que se dan en las tierras de barbecho,
ni me llegan los lamentos
de quienes en las esquinas, a sotavento,
miraban con entretenimiento el cielo
esperando de su Dios,
el Dios que los quería pobres e indefensos,
algo más que azotes, plagas y malos tiempos.

Todo en La Mancha
se ha convertido por decreto
en algo diferente,
muy concreto,
a aquello que todavía recorre mi cuerpo
cuando en ello pienso.

'Son pueblos muertos!
¡Son aldeas  de piedras comidas por los vientos
que traen las calores
que queman los cuerpos
de nuestros antepasados
padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos y ancestros!

Uno puede
aun no queriendo
echar mano de le tecla de su ordenador
o de un teléfono
y decir desde la frontera de los recuerdos,
me voy
y espero llegar a tiempo
para ver la matazón
y el gruñido de los cerdos,
consumidos en su engorde, que es su éxito.

Llego
por una carretera cortada como un queso
sin más árboles
que los que recorre la vista
por mis adentros
y sin más campesinos
que los enigmáticos cuerpos
de las maquinarias modernas
que como si fueran un cepo
engullen en sus estómagos de acero
perdices, codornices, liebres, conejos, y huevos,
que luego vomitan
y dejan suavemente sobre los surcos y suelos
convirtiendo la tierra
en inmensos cementerios.

Ya sabiendo la lección
se adentra, me adentro
en mi terreno
para cuando ya se abre el cielo
y veo
campos inmensos
sobre los que florece el trigo,
y donde los chaparros son testigos rectos
de los últimos quebrantos y duelos.

Todo lo veo
igual que ese cuadro al oleo
en el comedor de un piso viejo
donde se destaca un puente, un río, un castillo
y junte a él
un pequeño pueblo muerto
y detenido en el tiempo.

Ya nadie me espera en Pinarejo, ni mi tía, ni mis tíos, ni la familia que tanto quiero,
solo yo me espero
y aunque llevo junto a mí
un mapa en el cual me recreo
cuando llego allí
donde señala mi dedo
me destemplo
pues todo igual que ese cuadro al cual me refiero
está muerto.

En esta geografía tan concreta
transformada por quienes creyeron que el progreso
era cambiar de color
las paredes de los pueblos
yo no me encuentro,
pues falta lo genuino, lo cotidiano, lo inmortal y lo familiar con cuño de manchego.

Falta la vida que yo viví
y entre años luz de recuerdos
llegó hasta ese preciso momento
en que nos hicimos manchegos
sin ningún tipo de bautismo  o credo
que no fuera
la honestidad como talento,
la palabra como dogma
y el trabajo como cruz de cementerio.

De la nada
que era lo posible y cierto
en aquellos tiempos
de palmadas en los hombros
y tanto sufrimiento
surgió el destierro
como salida de la pobreza
que nos convertía en siervos.

Es ya tiempo,
de plegar la silla
en la cual me acomodo y descanso de los varapalos de los señores que rigen nuestros sueños,
de cerrar el libro,
con forro de piel de cabrito indomable y tierno,
que ante mi se abre
con sus páginas carcomidas con mucho celo
por la filoxera que trasmite el paso del tiempo
y de volver de mis recuerdos
hasta ese instante en que me encuentro
tejiendo este poema
tierno por fuera
y por dentro
lleno de lamentos,
en unas navidades que solo me saben a recuerdos.

Cansado ya
de mensajes navideños
de un anciano Rey
que ni el mismo se cree sus cuentos
y de una familia la suya
con tantos dineros
yendo y viniendo,
que a uno,
que nació en La Mancha,
y sólo oyó hablar a lo largo de su vida
convertida en segmento recto
de dignidad, trabajo y honestidad,
se le estremece hasta el pelo
y le entran ganas de decir:
váyase usted con ese discurso tan bien hecho
a comerle a otro guilipoyas/guilipollas, los sesos.

Sube la luz, mi Rey,
y hace frío en esta España con tantos reinos.

Crecen las colas del paro, mi Rey,
y aquí nos calentamos
a base de recortar libertades
ganadas por el pueblo.

El pueblo pasa hambre, mi Rey,
mientras los mensajes navideños
nos llenan de cólera y de tristes recuerdos.

Autor: José Vte. Navarro Rubio 

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