sábado, 23 de noviembre de 2013

POESÍA: QUE PAZ ¿LA DE QUIÉN?



¿Qué paz?
¿La de quién?
Paz a solas y sin tener
que vivir pendiente del mañana cogido a tu ser.
Gotas de sudor, gotas de sangre, gotas heladas de hiel
como decía aquel ¿para qué?
Los trabajadores son los mismos
y sus circunstancias también
en años de bonanzas y de escasez.
El ser humano
como tal debe defender lo que es de él
a pesar de los obstáculos de quienes nos gobiernan desde su mal entender
la política que vienen a hacer.
Colas de parados
¡cuanta insensatez!
en boca de los que mandan y se escudan en que todo va bien.
El pueblo y los que se deben a él
son parte de un binomio
que nunca se debería romper.
¿Por qué
La historia se repite
y siempre tienen las de perder
los descamisados y desposeídos
de la gracia divina de nacer
en círculos concretos próximos a cualquier tipo de poder?

Autor: José Vte. Navarro Rubio

POESÍA. BUSCARINI POETA EN TODO SU SER

 

¡Volver!
en la mañana,

 ¡Volver! ¿a que?
a ser
eco y voz,
sílaba y palabra,
oración, diálogo ¿y qué?
Volver,
ya de paso de tanto y a pesar de lo que
¿?qué?
Volver
de la misma forma e igual que
se vuelve del destierro de la insensatez
a la cordura dentro del seno del ser.
¡Volver!
como aquel poeta novel
a querer ser
poeta, solo poeta y que se le pudiera leer.
De Buscarini se
que
hizo de la poesía algo más que
lo que ningún poeta se atrevió jamás a hacer
vivir por ella
y morir
sediento, hambriento y desposeído del querer
de aquellos que irónicamente le adulaban y  se reían de él.

viernes, 22 de noviembre de 2013

POESÍA: LA NOCHE Y BUSCARINI MUTUAMENTE SE LLAMAN

Frío
y a la desesperada,
en mitad de una plaza
el poeta se abalanza
sobre sus propias bocanadas de palabras
unas tras de otras
todas con ganas de mucha marcha.
Es en una noche
con las calles cubiertas
de rocío y escarcha
cuando suenan las campanas
entre sonrisas y carcajadas
de un puñado de pobres camino de algún portal en el cual dar la ronda por finiquitada.
En los bancos de una estación
convertidos en albergue y cama
duerme Buscarini
mientras por su cabeza pasan,
en forma de ráfagas,
poemas y más poemas
que el compone
como le vienen en gana.
El poeta y su mundo y su nada
y la muerte que lo atenaza,
el poeta a la desesperada
se muerde la lengua pero no calla.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

miércoles, 20 de noviembre de 2013

POESÍA: RICOS Y POBRES EN UN MISMO SACO




El sol último de la tarde
calienta mi cuerpo y mi ánimo
en un siglo XXI
tan a regañadientes por mi llevado
que me rebelo contra todo lo que de una forma u otra me irrita y provoca asco.
Me rebelo contra los recortes
por recaer siempre sobre los mismos desgraciados
y si por ello quedo clasificado
ruego pongan en la etiqueta
que murió a gusto tal y como tenía acordado
desde el día en que se vino al mundo allá por tierras de secano.
Rebelión a bordo
sobre el casco de un barco en la ciudad yace varado
por culpa de esas corrientes marinas que de la alta mar lo han desplazado
hasta esta ciudad convertida en guarida de bandidos y vándalos
donde desde siempre sobreviven,
a costa de los desamparados, los ricos por ser ricos,
y tener el futuro bien asegurado-.

Autor: José Vte. Navarro Rubio 

POESÍA: CUENTAS Y CUENTOS

 
Hay cosas en la vida,
tantas cosas que ir contando
en renglones vacíos
que de esta forma vamos llenando
que todo lo que digamos
es poco,
como poco es
lo que en libertades vamos avanzando.
Cuentan que contamos
todo aquello de lo cual renegamos.
Cuentan los que de esto saben más de lo que pensamos
que por mucho que contemos
será poco lo que contamos.
De cuentos y cuentas
de lo que se cuenta y de lo que contamos
de todo ello les cuento
lo que para mi es tan importante como el aire que respiramos.
Cuentos al aire lanzan
los políticos que se creen ser de España sus amos
y entre cuentas y encontronazos
se van los tiempos tan volando
que todo por ser volátil pasa por delante de mis ojos como si fuera un chispazo.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

martes, 19 de noviembre de 2013

POESÍA: DORMITA MIENTRAS LA CALMA LLEGA


Dormita
mientras la calma llega
e invade
cual cercana presencia
esos ámbitos de la tierra
donde los seres humanos
son solo ellos los que se sienten protectores de la naturaleza.
Calma a ciegas
en esta noche que se lleva
algo más que las horas que se dejan ver
a través de la rendija de una puerta.
Noche serena
de esas
que vienen y se van en mitad de una cuaresma,
entre rezos y penitencias
como si todo fuera eso que algunos llaman fe ciega.
Son las 23 horas y estas
se anuncian como si fueran
solo esos que algunos atinan a llamar con el nombre de nochevieja
en todos los lugares a poco que miremos de reojo las estrellas
tan quietas,
tan llenas de luces y de bohemias
que cualquier otra cosa que se le parezca
es solo plagio por mucho que algunoS de ello entiendan.
A estas horas
ya hecha mi tarea
me voy a la cama
contando de reojo más de cien ovejas
que balan y pastan a sus anchas en los macizos, llanos, montes y veredas
todas ellas
de blanco por dentro y por fuera.

Autor: José Vte. Navarro Rubio

domingo, 17 de noviembre de 2013

ARTICULOS VARIOS: EL JUGUETE AVERIADO; LA LISTA DE FRANCO PARA EL HOLOCAUSTO


El juguete averiado


En estas últimas semanas, a raíz de la devolución de los tres cuadernos de Azaña robados en 1937, se han sucedido una serie de artículos con opiniones de todo tipo, unas acertadas y otras disparatadas, tanto sobre la valoración literaria de Azaña y su vocación política como del destino que habría que dar a tales diarios. Sorprende en primer lugar que todo el mundo haya sostenido, incluso historiados profesionales, que esos diarios, aunque vergonzosamente mutilados y manipulados, fueron editados por primera vez en 1939 por Joaquín Arrarás. Para la reconstrucción de su peripecia es importante aclarar que existe una edición anterior, de 1938, publicada en Santiago de Chile. Se tituló Memorias íntimas y secretas de Manuel Azaña, con el subtítulo (La República Española y sus hombres juzgados por el presidente). Documentos sensacionales. Éste es un libro editado muy pobremente, al contrario que el de Arrarás, y está igualmente mutilado y lleno de infames e importunos comentarios. Lo editaron seguramente los servicios de propaganda franquistas, que trataban de ese modo de contrarrestar las muy numerosas simpatías que la causa de la República despertaba en la población arnenicana, como cuando los mismos servicios hicieron circular en Buenos Aires una increíble décima atribuida a Lorca y titulada ¡España!En Chile residía por entonces Samuel Ros, un escritor sobresaliente por el que Ridruejo sintió siempre una sincera admiración. Por la época en que fueron robados los cuadernos de Azaña, Ros se evadió por la embajada que ese país tenía en Madrid, al igual que Sánchez Mazas. Ros alcanzó Chile, pero Sánchez Mazas, que pretendía avadirse por Francia, cayó preso. Como ha recordado Patxo Unzueta citando a Zugazagoitia, en un momento determinado Azaña planteó canjear al prisionero Sánchez Mazas por sus propios diarios, idea que el Consejo de Ministros encontró descabellada. Si Ros se ocupó o no de esa edición y de las glosas groseras que jalonan el texto, es cosa que no sabemos, aunque no parece su estilo. En el libro no figura nadie como autor de esa edición, que se remata con un cuadernillo con el facsímil de los cuadernos, probatorios de su autenticidad.
Que los diarios, al parecer extraviados y dormidos entre otros libros de la biblioteca de la hija de Franco, hayan aparecido ahora, 20 años después de, no tiene nada de extraño, y sólo quiere decir que en esa casa leen poco y consultan menos aún la biblioteca, que por otro lado no debe ser tan numerosa, aunque seguramente la verdadera razón de este vacío haya que buscarla en el propio Azaña. Basta leer la literatura de uno y otro bando para darnos cuenta de que Azaña fue verdadera bestia negra de todos ellos, y sólo cuando desde la derecha o desde posiciones liberales se ha vuelto a poner en circulación su obra y su pensamiento político han reaparecido tales cuadernos. Dicho de un modo poético: los diarios no han aparecido antes porque, salvo unos pocos historiadores y dos o tres viejos azañistas, nadie en el fondo estaba interesado en ese legado, del que entre todos habían desmontado la espoleta.
Como quiera que sea, estos cuadernos, con los ya editados en México hace 30 años en la editorial Oasis, completarán esta obra llamada a ser la más importante y leída de su autor, quizá porque, entre otras razones, no está escrita con ese otro estilo suyo elocuente, empastado y un poco retumbante, que marea un poco, en detrimento de sus asombrosas ideas.
Azaña conocía la importancia nacional, no sólo personal, de tales documentos, y eso lo prueba el hecho de que los pusiera a resguardo con su cuñado, quien fue traicionado por un subalterno del consulado en Ginebra. La historia es la que ha aparecido estos días en los periódicos.
Bien si Azaña pensara, en momentos de reposo, utilizar estos cuadernos para elaborar unas memorias, bien si se hubiese decidido a publicarlos en esa redacción primera, los diarios vienen a confirmar algo que por evidente a veces no quiere repetirse: que Azaña era un hombre profundamente débil, tanto como inteligente, melancólico y solitario. Conocemos muchas memorias de estadistas, escritas en la tranquilidad de sus retiros. Ahora, el caso de Azaña es único. No se habrá visto a nadie que teniendo la responsabilidad de gobernar en un país entonces ingobernable se dedique a llevar un diario de esta naturaleza, con efusiones líricas incluidas. Y ahí viene la debilidad. Quienes llevan un diario suelen ser débiles por definición, al menos en el ámbito de lo público: quieren contarse por escrito las cosas de otro modo a como realmente han sucedido, al menos como ellos creen que han sucedido. Es, para entendernos, una manera legítima de vivir dos veces. En ese aspecto, en todo diario, no cabe duda, hay un proyecto de literatura: la ficción y la realidad tienen un vínculo que les une: la verdad. El que escribe un diario cree estar contando la suya y quién sabe si restableciendo la de todos. De hecho, en los de Azaña más que en ningunos otros, nos topamos con el intento desesperado de relatar a los hombres del porvenir lo que sus contemporáneos no quisieron creer. Dicho al revés, si Azaña hubiese podido hacer política no habría podido escribir sus diarios, no habría tenido ni siquiera tiempo. Pudo hacerlo porque el tiempo le sobraba. El diarista es un orillado del tiempo, del tiempo social, al menos. El resultado fueron estas páginas apasionantes. Azaña fue un hombre que luchó en su vida sólo por dos cosas, la literatura y la política, y en él esas dos causas fueron, en su época, unas causas perdidas. Es curioso, sin embargo, que hoy todo el mundo se reclame deudo suyo, después de que lo tuvieran todos, izquierdas y derechas, apartado en un rincón, como a juguete de hojalata lleno de abollones. El viejo juguete se ha puesto a andar y empieza una violenta disputa para determinar quiénes son los auténticos herederos. Veremos ahora la reunificación de los diarios de Azaña como la reconciliación de aquellas dos Españas que se inventaron quienes no creyeron jamás en la tercera, que era precisamente la que defendía él. Por fin, sólo quedan los pequeños pero muy importantes detalles: quién es el legítimo propietario de los manuscritos, quién va a editarlos, etcétera.
Juan Marichal ha expresado el deseo de que "al patriotismo del gesto de la donante" de devolver estos diarios al Estado se sume el de los dueños del resto de los manuscritos, ya publicados en 1968. Marichal sólo pudo hablar del "patriotismo de la donante" seguramente en un momento de reblandecimiento, ante la alegría de la recuperación, ya que no consta en ninguna parte que devolver lo robado 60 años después de robado sea un gesto patriótico. Bien es verdad que Franco o su hija podían haberlos destruido con gasolina y una cerilla o sacado fuera de España para venderlos en una subasta, obteniendo por ellos una bonita cantidad, pero seguramente el patriotismo de que hicieron gala durante 40 años les ha puesto en la posición de no necesitar el dinero, gracias a Dios. En cuanto a acusar de falta de patriotismo a Enrique de Rivas Cherif, actual y legítimo propietario del resto de manuscritos, si no se desprende de ellos, es como llamar malas personas a los herederos de Pedro Salinas por no ceder los manuscritos y derechos de autor del poeta al pueblo de Madrid, que tanto le quiso y tanto le debe, o llamar desalmados a quienes, como el burgués Azaña, creemos que de la propiedad privada ha de disponer siempre el individuo y no el Estado o las coacciones falsamente morales. ¿Y para qué querría el Estado el manuscrito si ya tenemos el texto? Se ve que a Marichal sólo le molesta que lo tenga otro.
Lo importante, en fin, ni siquiera es que hayan aparecido estos diarios. Lo único importante ahora es que sean leídos, por lo menos tanto como los antiguos, que tampoco lo fueron mucho nunca, a tenor de las cosas que seguimos diciendo los españoles.
Andrés Trapiello es escritor.


La lista de Franco para el Holocausto


Al final de la II Guerra Mundial, el régimen de Franco intentó con relativo éxito confundir a la opinión pública mundial con la fábula de que había contribuido a la salvación de miles de judíos del afán exterminador nazi. No solo era falso lo que la propaganda franquista pretendía demostrar. En la España del dictador hubo la tentación de contribuir a acabar con el "problema judío" en Europa.
La paciente labor de un periodista judío, Jacobo Israel Garzón, ha conseguido que aflorara el único documento conocido sobre el asunto, conservado por obra de la casualidad en el Archivo Histórico Nacional, y proveniente del Gobierno Civil de Zaragoza. Lo publicó en la revista Raíces. A partir de ese trabajo, EL PAÍS ha continuado la indagación y ha reconstruido la historia completa de la frustrada colaboración con el Holocausto. Quiénes fueron sus protagonistas y sus cómplices. Una historia que cambia la Historia.

El Archivo Judaico es una prueba de lo que los falangistas de Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles

La directriz alerta de que los sefarditas pueden pasar desapercibidos por su "similitud" con el "temperamento" español

José Finat, que también fue alcalde de Madrid, hizo amistad con Himmler cuando este visitó España en 1940
El 13 de mayo de 1941, todos los gobernadores civiles españoles reciben una circular remitida el día 5 por la Dirección General de Seguridad. Se les ordena que envíen a la central informes individuales de "los israelitas nacionales y extranjeros afincados en esa provincia (...) indicando su filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación policial". La orden la firma José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, el último día de su permanencia en el cargo, porque va a ser relevado por el coronel Galarza. De ese puesto va a saltar en pocos días al de embajador de la España de Franco en Berlín.
El conde es un personaje refinado y culto, y muy amigo de Ramón Serrano Suñer, el hombre fuerte del régimen [fue ministro de Interior y Asuntos Exteriores], que es quien le va dando los distintos cargos que ostenta. Ha prestado grandes servicios a Serrano y a Franco, como el de organizar a los policías que, en connivencia con el embajador Lequerica y la Gestapo, utilizando a un siniestro policía de apellido Urraca, consiguió traer a Companys y Zugazagoitia a España para sufrir una burla de juicio y ser fusilados.
José Finat hizo buenas migas con Himmler cuando este visitó España en octubre de 1940. Himmler pudo asistir a un espectáculo que le pareció cruel: una corrida de toros en Las Ventas. En esos días, ambos pusieron al día una vieja colaboración firmada por el general Severiano Martínez Anido en 1938. Gracias a ese acuerdo, la policía política alemana goza de status diplomático en España, y puede vigilar a sus anchas a los treinta mil alemanes que viven aquí.
Dentro de poco más de un mes, Finat va a ocupar su cargo de embajador en Berlín. Allí podrá entregar en persona a Himmler sus listas de judíos. Si España entra en la guerra, serán un buen regalo para los nazis. Antes va a tener tiempo suficiente para dar una paliza y emplumar por maricón a un cantante, Miguel de Molina. Le ayudará el falangista Sancho Dávila, primo del fundador del partido fascista.
El objetivo del Archivo Judaico no consiste en defender al régimen de la posible acción subversiva que puedan realizar los refugiados que pasan por España huyendo de la persecución nazi. Esos son conducidos directamente a Portugal para que se marchen a Estados Unidos, o internados en el campo de concentración de Miranda de Ebro hasta que se sepa qué hacer con ellos. De lo que se trata, sobre todo, es de tener controlados a los judíos españoles de origen sefardí:
"Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores".
El trabajo no va a ser fácil por esa capacidad de adaptación que tienen los judíos. Sobre todo en lugares que no sean como Barcelona, Baleares y Marruecos, donde había antes de la guerra "comunidades, sinagogas y colegios especiales", y eso permite una mayor facilidad de localización.
La circular no oculta la urgencia de la acción. Hay que proteger al Nuevo Estado de la posible actuación de estos individuos, que son "peligrosos".
El coronel Valentín Galarza está poniendo patas arriba el ministerio que le ha dejado Serrano Suñer, infestado de falangistas revolucionarios. Pero no va a destrozar toda la obra de su antecesor. El Archivo Judaico se va a seguir completando con carácter de urgencia al principio y con metódica seriedad después.
¿No son acaso los judíos y los masones los enemigos fundamentales del Nuevo Estado?
Cuando haya pasado el tiempo, el Archivo Judaico será ocultado y sistemáticamente destruido, como toda la documentación comprometedora para el régimen franquista en relación con la persecución antisemita realizada en los años cuarenta. Cuando deje de ser urgente tener listas completas de israelitas y haya que justificar la patraña de que el régimen surgido del 18 de julio ayudó en todo lo posible para que se salvaran muchos judíos de la persecución nazi.
En mayo de 1941, cuando se envía la circular, resulta muy significativa la desaparición de las guardias de falangistas de la puerta del Ministerio de la Gobernación. Ya no se trata de que la represión la lleve la Falange por su cuenta, como si fuera un poder autónomo del Estado. Se trata de que el Nuevo Estado asume comportamientos que le identifican con los de la Alemania nazi, pero mediante las instituciones tradicionales, o sea, en este caso, la Policía y la Guardia Civil. Eso sí, "auxiliados por elementos de absoluta garantía".
Esos elementos son falangistas entusiastas de la represión, que hay muchos. Porque continúa en funcionamiento la Delegación Nacional de Información e Investigación, con sedes en muchos municipios españoles. Hay más de tres mil agentes del partido repartidos por toda la geografía nacional, que elaboran sin descanso expedientes sobre sospechosos. En el año anterior han escrito más de ochocientos mil informes y han elaborado fichas sobre más de cinco millones de ciudadanos. Los miembros de las delegaciones hacen informes constantes sobre la situación política en cada lugar, sobre el estado de la opinión pública, y sobre los antecedentes políticos de cualquier ciudadano que aspira a un puesto de trabajo. Y tienen el privilegio de participar en interrogatorios policiales y torturas en comisarías o cuartelillos.
A veces, fuera de las dependencias judiciales. El ricino y las palizas callejeras están a la orden del día.
Con el cambio de destino del conde de Mayalde, los falangistas dejan de ser los que encabezan este tipo de investigaciones, pero están. Siguen estando.
Los investigados para el Archivo Judaico no son gente de especial relevancia. Salvo en algún caso, como el del escritor Samuel Ros, amigo íntimo del revolucionario Dionisio Ridruejo, cuya condición de judío levantará las inquietudes de los funcionarios nazis instalados en España. Se da la circunstancia de que Ridruejo es también muy amigo del conde, con el que va a compartir muchas jornadas en Berlín durante su discontinua presencia en la División Azul, el contingente español que va a marchar a Rusia a luchar contra el comunismo a las órdenes del general Agustín Muñoz Grandes.
Los hombres de Himmler, a los que el conde de Mayalde ha dado el estatus oficial para que se muevan con soltura por el país, reclaman a la Policía española que les dé detalles sobre las actividades de Samuel Ros. Incluso se atreven a protestar porque se le permita escribir en medios oficiales como el diario falangista Arriba.
Otra de las circunstancias llamativas de la circular es que rompe con el antijudaísmo clásico de la católica España. Para la Iglesia, y por tanto para el régimen nacional católico amparado por los cardenales Pla i Deniel y Gomà, un judío deja de serlo si se convierte al catolicismo. Los nazis consideran que se trata de una raza, y el conde de Mayalde expresa claramente su concepción próxima a la de los seguidores de Hitler: los sefardíes, que por "su adaptación al ambiente y su similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen". Hay un temperamento español y un origen judío.
La fecha en que se emite la circular tampoco es casual. En España se debate desde hace meses la posibilidad de que el país entre en guerra al lado de Alemania. Y los más furibundos partidarios de esta opción son los falangistas revolucionarios, los nacionalsindicalistas que admiran a Hitler y comprenden su política de liquidación del judaísmo.
En Francia, las autoridades de Vichy han puesto en marcha, sin necesidad de que los ocupantes alemanes se lo pidan, un Estatuto Judío que incluye un censo. Ya hay muchos miles de judíos franceses o apátridas recluidos en campos de concentración en la zona de Vichy y en la zona ocupada. En todos ellos la autoridad le corresponde a la policía francesa. De esos campos saldrán los trenes de la muerte que conducirán a casi todos los judíos franceses al exterminio en Auschwitz.
El más importante está al lado de París, en una localidad llamada Drancy, donde catorce sefardíes españoles han sido recluidos. Un diplomático llamado Bernardo Rolland de Miota, cónsul general en París, intenta, contra las órdenes del embajador Lequerica y del ministro Serrano Súñer, salvarles. No lo consigue, aunque sí puede actuar a favor de otros dos mil que reciben protección de su consulado. Serrano Suñer le hará pagar por su desobediencia destinándole a un oscuro puesto africano. Será declarado por la Fundación Wallenberg "justo entre las naciones", un título al que se harán acreedores otros diplomáticos españoles, como Sebastián de Romero, Eduardo Propper, Julio Palencia, Ángel Sanz Briz o Carmen Schrader.

»LA REUNIÓN DE WANNSEE.A las afueras de Berlín hay un plácido barrio de casas residenciales donde muchos berlineses de posición económica acomodada pasan los fines de semana. Antes para alejarse del estruendo de la gran urbe. Ahora para eludir la incomodidad de las alarmas aéreas. El barrio se llama Wannsee, y está construido a las orillas del lago del mismo nombre.
Allí se solazan y descansan los responsables de la Seguridad del Estado hitleriano. Los jefes de los Eisantzgruppen, estresados, se recuperan del pesado trabajo de matar en masa a tantos judíos, a tantos partisanos y comisarios bolcheviques. Lo hacen en una casa adquirida por la Seguridad del Reich, que dirige un asesino en masa llamado Reinhardt Heydrich.
Heydrich, el virtuoso violinista que, a las órdenes de Himmler, desarrolla la matanza de los judíos, ha hecho balance, y este no es nada bueno. Con gran esfuerzo y un enorme gasto de munición y recursos, se ha conseguido matar solo a un millón de judíos en números redondos, de los más de once que se calcula que están en los territorios del Reich o en las zonas conquistadas. Y lo que no cabe ya, a la vista de la reacción del Ejército soviético, que ha detenido la ofensiva sobre Moscú y Leningrado, es pensar en expulsar a todos los hebreos hasta los montes Urales para que allí se extingan.
Hasta octubre de 1941, se ha conseguido que quinientos treinta y siete mil judíos se marcharan de los territorios del Reich. Unos quinientos mil, de Alemania y Austria; los treinta mil restantes, de Bohemia y Moravia. Pero esta política está realmente acabada, porque trae muchos problemas, en plena guerra, negociar transportes, destinos e itinerarios.
Mientras a los de las repúblicas bálticas se les mata en bosques o se les enrola por la fuerza en destacamentos de trabajo, en Varsovia sigue habiendo un gueto poblado por decenas de millares de judíos polacos que absorben recursos alimenticios, que obligan a dedicar numerosas tropas a controlarles. No es barato liquidar el problema judío. Los responsables de cada área ocupada se las ven y se las desean para cumplir con una orden muy vaga, la de que cada uno se las tiene que arreglar para matar a sus judíos. Pero eso no es fácil. Hans Frank, el gobernador general de Polonia, ha mostrado su desesperación hace pocas semanas: "No podemos fusilar a esos tres millones y medio de judíos, no podemos envenenarles, pero tenemos que ser capaces de dar pasos para encontrar una forma de llegar al éxito en el exterminio".
Es 20 de enero y en el palacio de Wannsee, junto al lago de aguas cristalinas, Heydrich ha reunido a los quince mejores expertos en matanzas porque ha recibido la orden de poner de una vez en marcha la "solución final" de ese problema. Hay que tomarse en serio el asunto, y ordenar los métodos, convertir el empeño en un sistema industrial eficiente en resultados concretos y en términos de economía. Y la consigna debe carecer de elementos que permitan la duda. A partir de ahora está claro que lo que procede es matar a todos, absolutamente todos, los judíos que se encuentran en territorios del Reich o en zonas conquistadas. No solo en esas áreas, sino también en el resto de Europa. Porque quedan muchos judíos en países rendidos o aliados. En casi ninguno de ellos se va a encontrar ningún problema para aplicar la solución. Sí en Italia, que es un aliado dubitativo en este asunto, pero no hay quejas sobre la actitud de Francia.
Hitler ha hecho hincapié varias veces en su "profecía" de que, si se produjera una nueva guerra mundial, los judíos desaparecerían de la faz de la tierra. Ahora ya no puede haber vacilaciones. Ya hay una guerra mundial desde que Estados Unidos se han enrolado en ella. Dentro de diez días, en un sitio público, el Sportpalas de Berlín, el Führer va a insistir en ello: "Esta guerra no tendrá un final como imaginan los judíos, con el exterminio de los pueblos arios de Europa, sino que el resultado de esta guerra será la aniquilación de la judería. Por primera vez, la antigua ley judía será aplicada ahora: ojo por ojo y diente por diente".
No hay constancia documental de que en Wannsee se hable de España. Se hace notar, simplemente, que allí hay seis mil judíos. Pero su destino está claro, para cuando se pueda atender la relación con este país. Lo seis mil están censados por algún organismo del Gobierno, que ha pasado nota a los representantes alemanes en la Embajada de Madrid. El censo que inició el 5 de mayo de 1941 José Finat, conde de Mayalde, ahora embajador en Berlín. Están todos localizados.
Una compleja serie de razones impedirá que España entre en la guerra al lado de Alemania. Eso evitará que los nombres incluidos en el Archivo Judaico pasen a formar parte de los listados de Auschwitz.
A finales de 1945, los archivos de los ministerios de Gobernación y de Asuntos Exteriores serán expurgados para que no quede nada que demuestre que la mayor actitud de piedad de Franco hacia los judíos fue dejar pasar a algunos, o soportar en ocasiones la acción individual de los pocos diplomáticos que se la jugaron por salvar vidas humanas.
El Archivo Judaico habría sido un hermoso regalo para Hitler. Su conservación, una repugnante prueba de lo que los falangistas de Ramón Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles.
El cinismo franquista llegó al extremo cuando tuvo que negociar con los aliados vencedores en la guerra la liquidación de las deudas con Alemania. La delegación española se atrevió, ante el escándalo de los representantes aliados, a pedir compensación por los daños patrimoniales causados por los nazis a los sefardíes de Tesalónica. El representante inglés McCombe tuvo que recordar en la reunión que España jamás había protestado por la persecución nazi contra sus compatriotas.

Siguiendo la investigación del periodista judío Israel Jacobo Garzón, publicado en la revista Raíces, el diario El País publicó una indagatoria sobre la lista de seis mil judíos, españoles y extranjeros residentes en España, que presumiblemente fue entregada a Heinrich Himmler, el arquitecto de la "solución final".

La fecha de elaboración del archivo es reveladora. La lista fue enviada a Himmler, el jefe de las SS, justo cuando ambos países discutían la posibilidad de la incorporación de España al Eje, conformado entonces por la Alemania nazi, Italia y Japón. Según se desprende de la investigación, las listas constituirían probablemente algo así como un aporte del régimen de Franco a la "solución final", para el caso en que la alianza se sellara.

El 5 de mayo de 1941, el último día de permanencia en su cargo al frente de la Dirección General de Seguridad, José Finat Escrivá de Romani, conde Mayalde, firma una circular que el 13 de mayo reciben todos los gobernadores civiles; donde se les ordena que remitan a la central informes de "los israelitas nacionales y extranjeros afincados en esa provincia (...) indicando su filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación policial". El 6 de mayo, el conde de Mayalde será relevado para asumir a los pocos días el puesto de embajador en Berlín.

El Archivo Judaico tenía como objetivo principal controlar a los judíos sefarditas, cuyo lenguaje y apariencia les permite confundirse con la sociedad española.

"Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores", dice la circular.

Los oficiales alemanes de la SS estacionados en España vigilaban de cerca a los judíos locales y mostraron su desagrado ante el hecho de que alguno de ellos mantenía vínculos cercanos con oficiales del gobierno franquista.

Según El País, los agentes alemanes trataron de impedir que el escritor judío Samuel Ros publique sus obras en diarios y publicaciones oficiales.

Sin embargo, la incorporación de España a las potencias del Eje no se produjo por un número de razones complejas. Y al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el dictador español intentó ocultar su cooperación con Adolfo Hitler y destruyó sistemáticamente la mayoría de las listas y los datos sobre la actuación de su gobierno en la persecución antisemita. No obstante, las listas que permanecieron en las dependencias de los gobiernos provinciales, pasaron a los archivos oficiales

Fuente: Aurora  

El régimen franquista ordenó en 1941 a los gobernadores civiles elaborar una lista de los judíos que vivían en España. El censo, que incluía los nombres, datos laborales, ideológicos y personales de 6.000 judíos, fue, presumiblemente, entregado a Himmler. Los nazis lo manejaron en sus planes para la solución final.
Cuando la caída de Hitler era ya un hecho, las autoridades franquistas intentaron borrar todos los indicios de su colaboración en el Holocausto. EL PAÍS ha reconstruido esta historia y muestra el documento que prueba la orden antisemita de Franco.
JORGE M. REVERTE 20/06/2010

Al final de la II Guerra Mundial, el régimen de Franco intentó con relativo éxito confundir a la opinión pública mundial con la fábula de que había contribuido a la salvación de miles de judíos del afán exterminador nazi.
No solo era falso lo que la propaganda franquista pretendía demostrar. En la España del dictador hubo la tentación de contribuir a acabar con el “problema judío” en Europa.
El Archivo Judaico es una prueba de lo que los falangistas de Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles.
La directriz alerta de que los sefarditas pueden pasar desapercibidos por su “similitud” con el “temperamento” español.
José Finat, que también fue alcalde de Madrid, hizo amistad con Himmler cuando éste visitó España en 1940.
La paciente labor de un periodista judío, Jacobo Israel Garzón, ha conseguido que aflorara el único documento conocido sobre el asunto, conservado por obra de la casualidad en el Archivo Histórico Nacional, y proveniente del Gobierno Civil de Zaragoza.
Lo publicó en la revista Raíces. A partir de ese trabajo, EL PAÍS ha continuado la indagación y ha reconstruido la historia completa de la frustrada colaboración con el Holocausto. Quiénes fueron sus protagonistas y sus cómplices. Una historia que cambia la Historia.
El 13 de mayo de 1941, todos los gobernadores civiles españoles reciben una circular remitida el día 5 por la Dirección General de Seguridad. Se les ordena que envíen a la central informes individuales de “los israelitas nacionales y extranjeros afincados en esa provincia (…) indicando su filiación personal y político-social, medios de vida, actividades comerciales, situación actual, grado de peligrosidad, conceptuación policial”.
La orden la firma José Finat Escrivá de Romaní, conde de Mayalde, el último día de su permanencia en el cargo, porque va a ser relevado por el coronel Galarza. De ese puesto va a saltar en pocos días al de embajador de la España de Franco en Berlín.
El conde es un personaje refinado y culto, y muy amigo de Ramón Serrano Suñer, el hombre fuerte del régimen [fue ministro de Interior y Asuntos Exteriores], que es quien le va dando los distintos cargos que ostenta. Ha prestado grandes servicios a Serrano y a Franco, como el de organizar a los policías que, en connivencia con el embajador Lequerica y la Gestapo, utilizando a un siniestro policía de apellido Urraca, consiguió traer a Companys y Zugazagoitia a España para sufrir una burla de juicio y ser fusilados.
José Finat hizo buenas migas con Himmler cuando este visitó España en octubre de 1940. Himmler pudo asistir a un espectáculo que le pareció cruel: una corrida de toros en Las Ventas. En esos días, ambos pusieron al día una vieja colaboración firmada por el general Severiano Martínez Anido en 1938. Gracias a ese acuerdo, la policía política alemana goza de status diplomático en España, y puede vigilar a sus anchas a los 30 mil alemanes que viven aquí.
Dentro de poco más de un mes, Finat va a ocupar su cargo de embajador en Berlín. Allí podrá entregar en persona a Himmler sus listas de judíos. Si España entra en la guerra, serán un buen regalo para los nazis. Antes va a tener tiempo suficiente para dar una paliza y emplumar por maricón a un cantante, Miguel de Molina. Le ayudará el falangista Sancho Dávila, primo del fundador del partido fascista.
El objetivo del Archivo Judaico no consiste en defender al régimen de la posible acción subversiva que puedan realizar los refugiados que pasan por España huyendo de la persecución nazi. Esos son conducidos directamente a Portugal para que se marchen a Estados Unidos, o internados en el campo de concentración de Miranda de Ebro hasta que se sepa qué hacer con ellos. De lo que se trata, sobre todo, es de tener controlados a los judíos españoles de origen sefardí:
“Las personas objeto de la medida que le encomiendo han de ser principalmente aquellas de origen español designadas con el nombre de sefardíes, puesto que por su adaptación al ambiente y similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen y hasta pasar desapercibidas sin posibilidad alguna de coartar el alcance de fáciles manejos perturbadores”.
El trabajo no va a ser fácil por esa capacidad de adaptación que tienen los judíos. Sobre todo en lugares que no sean como Barcelona, Baleares y Marruecos, donde había antes de la guerra “comunidades, sinagogas y colegios especiales”, y eso permite una mayor facilidad de localización.
La circular no oculta la urgencia de la acción. Hay que proteger al Nuevo Estado de la posible actuación de estos individuos, que son “peligrosos”.
El coronel Valentín Galarza está poniendo patas arriba el ministerio que le ha dejado Serrano Suñer, infestado de falangistas revolucionarios. Pero no va a destrozar toda la obra de su antecesor. El Archivo Judaico se va a seguir completando con carácter de urgencia al principio y con metódica seriedad después.
¿No son acaso los judíos y los masones los enemigos fundamentales del Nuevo Estado?
Cuando haya pasado el tiempo, el Archivo Judaico será ocultado y sistemáticamente destruido, como toda la documentación comprometedora para el régimen franquista en relación con la persecución antisemita realizada en los años 40.
Cuando deje de ser urgente tener listas completas de israelitas y haya que justificar la patraña de que el régimen surgido del 18 de julio ayudó en todo lo posible para que se salvaran muchos judíos de la persecución nazi.
En mayo de 1941, cuando se envía la circular, resulta muy significativa la desaparición de las guardias de falangistas de la puerta del Ministerio de la Gobernación. Ya no se trata de que la represión la lleve la Falange por su cuenta, como si fuera un poder autónomo del Estado.
Se trata de que el Nuevo Estado asume comportamientos que le identifican con los de la Alemania nazi, pero mediante las instituciones tradicionales, o sea, en este caso, la Policía y la Guardia Civil. Eso sí, “auxiliados por elementos de absoluta garantía”.
Esos elementos son falangistas entusiastas de la represión, que hay muchos. Porque continúa en funcionamiento la Delegación Nacional de Información e Investigación, con sedes en muchos municipios españoles. Hay más de tres mil agentes del partido repartidos por toda la geografía nacional, que elaboran sin descanso expedientes sobre sospechosos.
En el año anterior han escrito más de ochocientos mil informes y han elaborado fichas sobre más de cinco millones de ciudadanos. Los miembros de las delegaciones hacen informes constantes sobre la situación política en cada lugar, sobre el estado de la opinión pública, y sobre los antecedentes políticos de cualquier ciudadano que aspira a un puesto de trabajo. Y tienen el privilegio de participar en interrogatorios policiales y torturas en comisarías o cuartelillos.
A veces, fuera de las dependencias judiciales. El ricino y las palizas callejeras están a la orden del día.
Con el cambio de destino del conde de Mayalde, los falangistas dejan de ser los que encabezan este tipo de investigaciones, pero están. Siguen estando.
Los investigados para el Archivo Judaico no son gente de especial relevancia. Salvo en algún caso, como el del escritor Samuel Ros, amigo íntimo del revolucionario Dionisio Ridruejo, cuya condición de judío levantará las inquietudes de los funcionarios nazis instalados en España.
Se da la circunstancia de que Ridruejo es también muy amigo del conde, con el que va a compartir muchas jornadas en Berlín durante su discontinua presencia en la División Azul, el contingente español que va a marchar a Rusia a luchar contra el comunismo a las órdenes del general Agustín Muñoz Grandes.
Los hombres de Himmler, a los que el conde de Mayalde ha dado el estatus oficial para que se muevan con soltura por el país, reclaman a la Policía española que les dé detalles sobre las actividades de Samuel Ros. Incluso se atreven a protestar porque se le permita escribir en medios oficiales como el diario falangista Arriba.
Otra de las circunstancias llamativas de la circular es que rompe con el antijudaísmo clásico de la católica España. Para la Iglesia, y por tanto para el régimen nacional católico amparado por los cardenales Pla i Deniel y Gomà, un judío deja de serlo si se convierte al catolicismo.
Los nazis consideran que se trata de una raza, y el conde de Mayalde expresa claramente su concepción próxima a la de los seguidores de Hitler: los sefardíes, que por “su adaptación al ambiente y su similitud con nuestro temperamento poseen mayores garantías de ocultar su origen”. Hay un temperamento español y un origen judío.
La fecha en que se emite la circular tampoco es casual. En España se debate desde hace meses la posibilidad de que el país entre en guerra al lado de Alemania. Y los más furibundos partidarios de esta opción son los falangistas revolucionarios, los nacionalsindicalistas que admiran a Hitler y comprenden su política de liquidación del judaísmo.
En Francia, las autoridades de Vichy han puesto en marcha, sin necesidad de que los ocupantes alemanes se lo pidan, un Estatuto Judío que incluye un censo. Ya hay muchos miles de judíos franceses o apátridas recluidos en campos de concentración en la zona de Vichy y en la zona ocupada. En todos ellos la autoridad le corresponde a la policía francesa. De esos campos saldrán los trenes de la muerte que conducirán a casi todos los judíos franceses al exterminio en Auschwitz.
El más importante está al lado de París, en una localidad llamada Drancy, donde catorce sefardíes españoles han sido recluidos. Un diplomático llamado Bernardo Rolland de Miota, cónsul general en París, intenta, contra las órdenes del embajador Lequerica y del ministro Serrano Súñer, salvarles.
No lo consigue, aunque sí puede actuar a favor de otros dos mil que reciben protección de su consulado. Serrano Suñer le hará pagar por su desobediencia destinándole a un oscuro puesto africano. Será declarado por la Fundación Wallenberg “justo entre las naciones”, un título al que se harán acreedores otros diplomáticos españoles, como Sebastián de Romero, Eduardo Propper, Julio Palencia, Ángel Sanz Briz o Carmen Schrader.
»LA REUNIÓN DE WANNSEE. A las afueras de Berlín hay un plácido barrio de casas residenciales donde muchos berlineses de posición económica acomodada pasan los fines de semana. Antes para alejarse del estruendo de la gran urbe. Ahora para eludir la incomodidad de las alarmas aéreas. El barrio se llama Wannsee, y está construido a las orillas del lago del mismo nombre.
Allí se solazan y descansan los responsables de la Seguridad del Estado hitleriano. Los jefes de los Eisantzgruppen, estresados, se recuperan del pesado trabajo de matar en masa a tantos judíos, a tantos partisanos y comisarios bolcheviques. Lo hacen en una casa adquirida por la Seguridad del Reich, que dirige un asesino en masa llamado Reinhardt Heydrich.
Heydrich, el virtuoso violinista que, a las órdenes de Himmler, desarrolla la matanza de los judíos, ha hecho balance, y este no es nada bueno.
Con gran esfuerzo y un enorme gasto de munición y recursos, se ha conseguido matar solo a un millón de judíos en números redondos, de los más de 11 que se calcula que están en los territorios del Reich o en las zonas conquistadas.
Y lo que no cabe ya, a la vista de la reacción del Ejército soviético, que ha detenido la ofensiva sobre Moscú y Leningrado, es pensar en expulsar a todos los hebreos hasta los montes Urales para que allí se extingan.
Hasta octubre de 1941, se ha conseguido que quinientos treinta y siete mil judíos se marcharan de los territorios del Reich. Unos quinientos mil, de Alemania y Austria; los 30 mil restantes, de Bohemia y Moravia. Pero esta política está realmente acabada, porque trae muchos problemas, en plena guerra, negociar transportes, destinos e itinerarios.
Mientras a los de las repúblicas bálticas se les mata en bosques o se les enrola por la fuerza en destacamentos de trabajo, en Varsovia sigue habiendo un gueto poblado por decenas de millares de judíos polacos que absorben recursos alimenticios, que obligan a dedicar numerosas tropas a controlarles.
No es barato liquidar el problema judío. Los responsables de cada área ocupada se las ven y se las desean para cumplir con una orden muy vaga, la de que cada uno se las tiene que arreglar para matar a sus judíos. Pero eso no es fácil. Hans Frank, el gobernador general de Polonia, ha mostrado su desesperación hace pocas semanas:
“No podemos fusilar a esos tres millones y medio de judíos, no podemos envenenarles, pero tenemos que ser capaces de dar pasos para encontrar una forma de llegar al éxito en el exterminio”.
Es 20 de enero y en el palacio de Wannsee, junto al lago de aguas cristalinas, Heydrich ha reunido a los quince mejores expertos en matanzas porque ha recibido la orden de poner de una vez en marcha la “solución final” de ese problema. Hay que tomarse en serio el asunto, y ordenar los métodos, convertir el empeño en un sistema industrial eficiente en resultados concretos y en términos de economía.
Y la consigna debe carecer de elementos que permitan la duda. A partir de ahora está claro que lo que procede es matar a todos, absolutamente todos, los judíos que se encuentran en territorios del Reich o en zonas conquistadas.
No solo en esas áreas, sino también en el resto de Europa. Porque quedan muchos judíos en países rendidos o aliados. En casi ninguno de ellos se va a encontrar ningún problema para aplicar la solución. Sí en Italia, que es un aliado dubitativo en este asunto, pero no hay quejas sobre la actitud de Francia.
Hitler ha hecho hincapié varias veces en su “profecía” de que, si se produjera una nueva guerra mundial, los judíos desaparecerían de la faz de la tierra. Ahora ya no puede haber vacilaciones. Ya hay una guerra mundial desde que Estados Unidos se han enrolado en ella. Dentro de diez días, en un sitio público, el Sportpalas de Berlín, el Führer va a insistir en ello:
“Esta guerra no tendrá un final como imaginan los judíos, con el exterminio de los pueblos arios de Europa, sino que el resultado de esta guerra será la aniquilación de la judería. Por primera vez, la antigua ley judía será aplicada ahora: ojo por ojo y diente por diente”.
No hay constancia documental de que en Wannsee se hable de España. Se hace notar, simplemente, que allí hay seis mil judíos. Pero su destino está claro, para cuando se pueda atender la relación con este país. Lo 6 mil están censados por algún organismo del Gobierno, que ha pasado nota a los representantes alemanes en la Embajada de Madrid. El censo que inició el 5 de mayo de 1941 José Finat, conde de Mayalde, ahora embajador en Berlín. Están todos localizados.
Una compleja serie de razones impedirá que España entre en la guerra al lado de Alemania. Eso evitará que los nombres incluidos en el Archivo Judaico pasen a formar parte de los listados de Auschwitz.
A finales de 1945, los archivos de los ministerios de Gobernación y de Asuntos Exteriores serán expurgados para que no quede nada que demuestre que la mayor actitud de piedad de Franco hacia los judíos fue dejar pasar a algunos, o soportar en ocasiones la acción individual de los pocos diplomáticos que se la jugaron por salvar vidas humanas.
El Archivo Judaico habría sido un hermoso regalo para Hitler. Su conservación, una repugnante prueba de lo que los falangistas de Ramón Serrano Suñer pretendían hacer con los judíos españoles.
El cinismo franquista llegó al extremo cuando tuvo que negociar con los aliados vencedores en la guerra la liquidación de las deudas con Alemania. La delegación española se atrevió, ante el escándalo de los representantes aliados, a pedir compensación por los daños patrimoniales causados por los nazis a los sefardíes de Tesalónica.
El representante inglés McCombe tuvo que recordar en la reunión que España jamás había protestado por la persecución nazi contra sus compatriotas.

La narrativa de las pistolas


En 1971 las palabras tenían otra carga. Una como fascismo, por ejemplo, podía hundir un proyecto. Así que José-Carlos Mainer (Zaragoza, 1944) espolvoreó con prudencia el término por su antología de escritores falangistas para sortear la censura. Gracias a cautelas como esa, su ensayo Falange y literatura salió airoso del escrutinio previo de los vigías del régimen y se convirtió en un clásico cuyas huellas pueden rastrearse en estudios y novelas posteriores. “A lo mejor ahora hubiera titulado Fascismo y literatura en España,pero no me planteé el problema para esta reedición. El libro tenía que ser fiel al título original”, precisa.
El fascismo, “una patología internacional de la conciencia política”, en palabras del catedrático de Literatura, alimentó como fenómeno cultural una “importante zona (aunque errónea) de la modernidad”. Una parte de la literatura se tiñó de misiones ineludibles, pistolas briosas y virilidades desenfundadas.
Cuatro décadas después de aquella primera edición de la editorial Labor, Mainer ha aceptado revisar —y ampliar casi hasta construir un libro nuevo, ahora en RBA— su estudio sobre los intelectuales que se embutieron en una camisa negra —a veces literal como José María Pemán o Dionisio Ridruejo— en la primera mitad del siglo XX. Ha dinamitado las cautelas de entonces y también, como él mismo confiesa en su introducción, su “benevolencia” hacia los protagonistas. “En parte había un deseo de decir que dentro del mundo de los que ganaron la guerra, ellos eran mejores. Ahora eso está más matizado. Es evidente que fue el parapeto al que se acogieron muchos que no se sentían cómodos en el catolicismo y también que Falange fue un buen escape en algún momento para personas que tenían puntos oscuros en su pasado”.
La antología comienza con piezas de precursores como Luys Santa Marina, que en 1924 publicó Tras el águila del César. Elegía del Tercio (una invención de su experiencia militar en el Rif), o Rafael Sánchez Mazas, acaso el falangista más revivido en democracia gracias a la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, que evidenció sus simpatías en el artículo que recogía la toma del poder de Mussolini en 1922: “Esta noche de sábado, del 28 de octubre, Caballo y Rey han cantado ‘las cuarenta’ a todo un naipe obscuro de demócratas, de socialistoides, de politicantes, de memos seudocontemporáneos, de crédulos, de antipatriotas y de toda la banda averiada que Italia ha padecido cincuenta años y ha hecho padecer, como engañabobos, a Españas de Ferrer o a Francias de Dreyfus”. Cierran la selección textos de Jacinto Miquelarena, Agustín de Foxá, Álvaro Cunqueiro y Ángel María Pascual, que Mainer aglutina bajo “los caminos del humor y la fantasía”.
Todos son, pero no todos están. El volumen se ha enriquecido con nuevos textos de autores como Julián Ayesta o Ángel María Pascual que no figuraban en la versión original, aunque perduran algunas ausencias. Mainer no logró la autorización de los descendientes de José María Castroviejo, escritor y director de El pueblo gallego, y de Ramiro Ledesma Ramos, el fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas (JONS), asesinado en Madrid al comienzo de la guerra, para incluir sus obras. “Castroviejo fue de las JONS, y sentimentalmente era carlista, pero elaboró una imagen de sí mismo valleinclanesca”. Mainer compara textos en los que ensalzaba el heroísmo de los civiles alemanes que soportaban los bombardeos aliados frente a otros en los que se burlaba de los civiles de París durante la ocupación nazi.
El falangismo no es un pasado cómodo. Ya no lo era en 1971, cuando la historia corría en dirección opuesta. Varios autores no le perdonaron a Mainer su inclusión en la obra. Excepcionales fueron los aplausos, aunque los hubo: Luis Felipe Vivanco y, en especial, Dionisio Ridruejo, el caso más singular por su evolución política: del desencanto fascista a la lucha por la democracia. Hubo casi tantas maduraciones como individuos. “Algunos perseveraron patéticamente en sus ideales hasta su muerte. Ernesto Giménez Caballero escribió en los noventa una carta en Abc en la que pedía ser enterrado junto a José Antonio en el Valle de los Caídos”.
Buena parte comenzó a alejarse del falangismo, y del culto a la violencia, en plena dictadura, en sintonía con la declinación del fascismo en Europa. Con desigual cargo de conciencia. “Gonzalo Torrente Ballester, que acepta mal no ser un escritor de referencia en los cuarenta y vive de lo que los periódicos del partido le proporcionan hasta que rompe discretamente a partir de los cincuenta, es el que ha borrado más deliberadamente las huellas”, señala Mainer, que considera la novela Javier Mariño —cuyo final fue modificado por el escritor— la más fascista de todas.
José María Pemán se enfundó la camisa azul en la guerra y desató el delirio de los suyos con Poema de la bestia y el ángel (1938). “Fue un caso aparte porque rápidamente vuelve al monarquismo y se va dulcificando”. También singular fue la trayectoria de Pedro Laín Entralgo, “una cabeza privilegiada que a partir de 1956, cuando cesó como rector, no perdió las prerrogativas pero fue mudando hacia un espíritu liberal”. Sus memorias, Descargo de conciencia (1976), son un ejercicio de “cautelas y ocultaciones parciales”, en opinión de Mainer.
Sostiene Andrés Trapiello en Las armas y las letras que los escritores falangistas pertenecen al grupo de los que ganaron la guerra y perdieron la literatura, aunque en opinión del poeta Luis García Montero, la literatura estaba en otra parte. José-Carlos Mainer zanja salomónico: “Las dos cosas son ciertas. El fascismo es un mal consejero. Lo peor que les pudo ocurrir fue haber ganado la guerra. Pero por supuesto la literatura estaba en los escritores del exilio”.

DIARIO EL PAIS:  Madrid 16 NOV 2013 - 20:57 CET

SOBRE POMBO Y SUS COMENSALES

El 8 de enero de 1930 se reunieron en el Café Pombo unos cien comensales para homenajear a Ernesto Giménez Caballero, director de la afamada revista La Gaceta Literaria. Entre los asistentes, Eugenio Montes, Juan Aparicio, Samuel Ros, Rafael Alberti (estos dos últimos compartirían un año después viaje a Segovia, junto a Lorca y Pepín Bello, para asistir al primer acto de la Agrupación al Servicio de la República); también César Falcón, Ramón Puyol, Antonio Espina, los hermanos Solana o Ramiro Ledesma Ramos. Ritual y boato. Las versiones sobre el ágape difieren en los detalles, pero no en lo esencial. Espina, que se había desatado en el periódico El Sol con un artículo llamando a los intelectuales a definirse políticamente, parece que esgrimió una pistola –no se sabe si herrumbrosa o de madera– en protesta por la presencia del dramaturgo vanguardista y fascista Anton Giuglio Bagaglia; Ramiro Ledesma, entonces asesor de las secciones de filosofía y matemáticas de La Gaceta Literaria, respondió sacando una pistola de verdad. La prensa calló la trifulca, pero fueron varios los testigos que terminaron escribiendo sobre el suceso. Años después, aquellos comensales correrían una suerte desigual. Unos ganaron y otros perdieron, pero qué y cómo es algo complicado de dilucidar. Los falangistas: Samuel Ros murió joven sin que pudiera sobreponerse a su drama sentimental. Giménez Caballero llevó hasta el éxtasis su espíritu «maquinístico» y, una vez llegada la democracia a España, nadie se arrimaba a él para no ser abducido por nostalgias guerracivilistas. Ledesma Ramos parece que murió acuchillado y eviscerado en el Ateneo Libertario de Ventas y no fusilado junto a Ramiro de Maeztu en el cementerio de Aravaca. Fueron los victoriosos vencidos, como aquel rey polaco del que hablara Gracián. Antonio Espina, demócrata, tampoco tuvo suerte. Pasó la guerra en las cárceles franquistas y se intentó suicidar; la posguerra en España hubo de sufrirla en silencio y esquinado. Alberti, comunista y exiliado, fue el único que recordó la guerra como una belle époque junto a su bella, María Teresa León, en el palacio del marqués de Heredia Spínola. Sería el único vencedor de todos ellos en la memoria literaria de España.
No fue fácil destacar la calidad de los escritores falangistas. Ni en 1971, vivos aún el dictador y el partido único. Fue justo entonces cuando un joven de veinticinco años, José Carlos Mainer, publicaba en la editorial Labor el libro Falange y literatura. Un estudio de sesenta y cinco páginas, breve pero intenso, y trece autores escogidos de entre la larga nómina de dicho estudio. Indagaba Mainer en la tentación fascista que llevó a unos jóvenes acomodados al camino de la exaltación heroica, la revolución y el sindicalismo. Suficiente para ser visto con suspicacia por las autoridades culturales y políticas –indivisibles entonces– del franquismo, que había modelado a conveniencia la Falange desde el mismísimo momento en que terminó la guerra. Y si había que andarse con ojo en la dictadura, más cuidado había que tener en los primeros años de la democracia. Como avistó Torrente Ballester, con su inteligencia e intuición habituales, estaba sustituyéndose un relato histórico por otro: se derrocaban unos mitos para ser sustituidos por sus contrarios. Tuvo éxito aquella imposición, y quien pretendiera alejarse del viejo discurso sin caer genuflexo ante el nuevo podría pasarlo mal. En 1986, la editorial Akal publicó la Historia de la literatura fascista española, de Julio Rodríguez Puértolas (que ha gozado de una reedición en 2008). Dos volúmenes considerables que albergaban la dosis suficiente de pasión y odio para clasificarlos actualmente como humorísticos, pese al interés que tienen desde el punto de vista del rescate documental. Pero entonces no podía mover a risa que se denunciara en sus páginas a un coetáneo como fascista. Es lo que ocurrió con Andrés Trapiello y su editorial Trieste. Bastó que, ajenos a dogmas, reivindicaran la calidad de la obra de Agustín de Foxá o la irremediable belleza de los textos de Rafael Sánchez Mazas para ser calificados de tal forma. Fascista era entonces algo más que un insulto manido: era una denuncia en regla y muy peligrosa. Mainer, evidentemente, tampoco cayó en gracia al denunciante, que salpica las páginas de su libro con el nombre del aragonés especiado con comentarios displicentes.
En cualquier caso, Falange y literatura fue una puerta abierta, un punto de partida para el estudio cabal de las letras españolas y para el disfrute de unas obras arrinconadas a causa de un imperativo histórico. Por esa puerta pasó Andrés Trapiello y su obra esencial, genésica, Las armas y las letras, publicada por primera vez en 1994 y reeditada con cambios sustanciales en 2010. Si alguno no quería caldo, aquí se iba a dar un chapuzón: las historias de buenos y malos son excelentes para la ficción, pero la realidad es anfractuosa y no se adapta a esquemas. Trapiello aclara que fueron muy pocos los intelectuales españoles que supieron dejarse guiar por una conciencia honrada y ajena a extremismos, fueran de un bando u otro. No obstante, hubo que esperar a 2003 para ver de nuevo cruzado ese umbral con la publicación de dos estudios concretos sobre la literatura falangista: La corte literaria de José Antonio, de Mónica y Pablo Carbajosa, y Vanguardistas de camisa azul, de la hispanista alemana Mechthild Albert. El propio Mainer continuó interesándose por los escritores falangistas y su deriva, especialmente en artículos y trabajos publicados en 2005, lo que ya barruntaba una nueva edición de Falange y literatura.
Esta reedición era necesaria, no sólo porque el libro primigenio ofrecía un enfoque amplio y global que debía ser revisado, sino porque su corpus antológico era incompleto. Se han corregido errores que cabría calificar de menores y que señaló en su día Dionisio Ridruejo en una reseña de la revista Destino (y compilada después en el volumen Sombras y bultos). El armazón sobre el que se sustenta la antología no está sujeto a criterios cronológicos, sino a una planificación temática más que interesante. En 1971, parte de los «precursores» Luys Santa Marina y Ernesto Giménez Caballero, y encaja al resto de autores en otros compartimentos: «Memorias generacionales», «Los jóvenes héroes», «La crisis espiritual», «Nuevos caminos para el arte», «La nostalgia de la historia», «La nostalgia burguesa» y «Los caminos de la fantasía». La nueva edición incluye a Sánchez Mazas y a Guillén Salaya entre los precursores y mantiene el esquema con algunos cambios menores en los títulos y uno relevante: a los caminos de la fantasía se añade también el humor. No es comprensible la literatura falangista sin la deriva humorística plasmada en páginas de revistas como La Ametralladora, La Codorniz o Vértice.
La lista de autores aumenta y llega a los veinticinco. Destacan la inclusión de Eugenio d’Ors, antológico todo él; la de Ángel María Pascual, cuya Silva curiosa de historias fue rescatada por la editorial Pamiela en 1987; la de Julián Ayesta, cuya obra Helena o el mar del verano fue reeditada en 2002 por la editorial Acantilado con una excelente recepción crítica; la de Pedro Mourlane Michelena, el escritor sin libros y el más influyente sin duda entre sus coetáneos; la de José María Alfaro y su novela Leoncio Pancorbo; y la de Samuel Ros, el fino escritor valenciano, postergado siempre. Se añaden además textos de Ismael Herráiz, Antonio de Obregón, Guillén Salaya, Federico Sopeña, Antonio Tovar y Luis Felipe Vivanco.
Mainer también ha ampliado su estudio introductorio, aunque manteniendo sus ideas esenciales. Se añade algo de lo que entonces tuvo que callar. Lo primordial: los escritores falangistas no ganaron la batalla literaria, pero tampoco la guerra. Lo que impuso Franco y su cohorte de obispos y militares no era lo que querían ni José Antonio Primo de Rivera, ni Ramiro Ledesma Ramos, ni Onésimo Redondo, ni, por supuesto, los escritores que les siguieron y apoyaron. En cualquier caso, era todo lo contrario. Lo explicita Mainer al final: «[…] como puede verse en un simple repaso de la nómina transcrita, muy pocos perseveraron en sus creencias de primera hora». No podía ser de otra manera, cuando Falange Española de las J.O.N.S. era aún un partido en marcha que ajustaba de continuo sus límites y sus creencias. De buscar encuentros con los fascismos italiano y alemán, por ejemplo, pasó a denigrar la comparanza con el fascismo en general. Una nota de prensa de Primo de Rivera de diciembre de 1934 termina así: «[…] la Falange Española de las J.O.N.S. no es un movimiento fascista, tiene con el fascismo algunas coincidencias en puntos esenciales de valor universal; pero va perfilándose cada día con caracteres peculiares y está segura de encontrar precisamente por ese camino sus posibilidades más fecundas». Dónde habría terminado la Falange de no haber estallado la guerra y qué imbricaciones literarias hubiera supuesto esa deriva es una pregunta sin respuesta, pero que cabe hacerse para cumplir con el sano deber de la desmitificación. El proceso de desencanto tuvo su inicio en 1942 y su cenit en 1956. A partir de ahí no cupo más que agachar la cabeza ante el poder y vivir acomodados –eso sí–, aunque sabedores quizá de que el reconocimiento literario les iba a ser esquivo. Tanto, que ni siquiera en una antología como esta Falange y literatura iban a encontrar acomodo algunos de ellos.
El estudio inicial y las introducciones a cada una de las partes señaladas anteriormente son exhaustivos en cuanto a la nómina de autores y obras citados (lástima que falte un índice onomástico final para guiarse entre las páginas), pero toda antología es como un collar, y al hilo de éste –que está bien tramado– le faltan cuentas. Aunque sea propósito reconocido de Mainer no incluir textos doctrinarios, no tiene sentido convertir de nuevo a José Antonio Primo de Rivera en «el ausente». Sus inquietudes literarias fueron escasas y malos sus pocos versos, pero una antología no requiere obligatoriamente textos sublimes, sino textos que expliquen una tesis. Se echan en falta autores como Edgar Neville, Álvaro de Laiglesia o Tono entre los humoristas. Y cabría en el capítulo dedicado a la crisis un fragmento de la novela juvenil de Samuel Ros Las sendas, tan explícita. Aunque Mainer señale a Óscar Pérez Solís como el único escritor falangista arribado de las orillas del comunismo, aún hubo otro que merecía aparecer en capítulo aparte: Enrique Matorras Páez. Su libro El comunismo en España puede definirse como doctrinario, pero las páginas relativas a su conversión son importantes. A Matorras lo cogieron sus antiguos camaradas en los primeros días de la guerra y murió torturado: otro que no ganó batalla alguna.
Es la cruz de todo intento compilatorio: siempre vendrá alguien que llore ausencias; la falta de espacio es aún excusa suficiente, pero terminará el día en que se imponga el libro electrónico. No obstante, las omisiones más significativas son las de Tomás Borrás y Ramiro Ledesma Ramos. Este año, la editorial Anthropos ha publicado una selección de los «cuentos gnómicos» de Borrás introducida magistralmente por José Antonio Martín Otín, Javier Barreiro y Miguel Pardeza. No es Borrás un escritor a dejar de lado, pese a su empecinamiento en el falangismo, aun transcurridos los años, quizá como consecuencia de sus vivencias durante la guerra, cuando tuvo que escapar de su casa saltando por una ventana enrollado en una cortina. El caso de Ledesma Ramos es más significativo. Mainer quiso incluir un fragmento de su novela juvenil El sello de la muerte, prologada por el bohemio Alfonso Vidal y Planas, tan bohemio que da la sensación de que ni siquiera leyó el libro. Lamentablemente, los herederos de Ledesma, que permitieron su inclusión entre las obras completas editadas recientemente por la fundación que lleva su nombre, no han dado su permiso para incluir un fragmento de la novela en este libro de Mainer. Prueba es, y prueba indeleble, de que era necesaria la reedición y de que sigue siendo punto de partida para futuros estudios sobre el tema.

Sergio Campos Cacho es bibliotecario, coautor de Aly Herscovitz y colaborador de Arcadi Espada en su libro En nombre de Franco: los héroes de la embajada de España en Budapest.
 

FALANGE Y LITERATURA DE JOSE CARLOS MAINER



La literatura falangista, tan abundante en autores como en obras, ha pasado más de cuatro décadas en semipenumbra, de la que ahora sale gracias a quien fue su primer antólogo, el catedrático y crítico literario José Carlos Mainer.
El catedrático ha realizado una segunda edición corregida y ampliada de su obra "Falange y literatura" (RBA) que sale hoy a la venta.
Es cierto que en esa semipenumbra han penetrado en los últimos tiempos investigadores jóvenes, como Mónica y Pablo Carbajosa ("La corte literaria de José Antonio", 2003) o el alemán Mechthild Albert ("Vanguardistas de camisa azul", 2003), a los que Mainer cita y pondera en el prólogo de esta segunda edición.
Sin embargo, el valor de la obra de Mainer (Zaragoza, 1944) radica en haberse planteado ese estudio crítico en 1971, a una edad muy temprana y cuando el falangismo, al menos oficialmente, no había muerto sino que daba apariencia ideológica a un régimen, el de Francisco Franco (1936-1975), que ya caminaba de manera inexorable hacia el ocaso.
Como apuntó Mainer en un encuentro en Madrid con periodistas con motivo de la publicación de esta nueva versión de "Falange y literatura", ahora se ha planteado algunos aspectos que en la edición de 1971 se trataban de un modo más "comprensivo" hacia los escritores analizados.
"El libro de 1971 exculpaba a los falangistas de la represión" llevada a cabo por el franquismo y, en cambio, cargaba las tintas en tal sentido "sobre sus otros compañeros de viaje". Ahora -señala-, "este libro es más justo en ese aspecto" y trata de hallar un punto más justo de ecuanimidad, aunque, subraya: "Es posible que ahora, como antes, este libro sea impertinente."
Mainer hizo hincapié en que, más que un análisis sociológico, ha intentado hacer "un análisis psicológico", en el sentido de preguntarse y analizar el proceso que lleva a tomar el camino del fascismo a autores como Dionisio Ridruejo.
Además de Ridruejo y por encima de nombres como Luys Santa Marina, Rafael Sánchez Mazas o José María Alfaro, entre otros, Mainer coloca de manera muy singular -y en el contexto sociopolítico de su estudio- a Gonzalo Torrente Ballester o Ernesto Giménez Caballero, sin olvidar a Agustín de Foxá, quien por sus propias características se situaba un poco al margen de todos ellos.
Como dijo Mainer a Efe en una breve entrevista posterior al encuentro, con "Javier Mariño" Torrente escribe "la novela más fascista de todas" las que se publicaron de esa tendencia.
Este es un texto que, en buena medida es tributario de "Gilles", del escritor fascista francés Pierre Drieu La Rochelle; una novela que tiene algo de místico, de iniciático, porque aborda "la búsqueda de la fe" por parte del personaje principal, pero no de una fe religiosa, "sino de la fe fascista", subrayó.
Giménez Caballero, por su parte, es un personaje fundamental no solo del fascismo español sino de las vanguardias artísticas, en particular por su producción previa a la Guerra Civil, aunque su singular personalidad le hizo también perder el brillo que pudo tener en su momento.
En opinión de Mainer, "Giménez Caballero quiso serlo todo pero no le sale bien nada". Quiso ser el Gabriele d'Annunzio del fascismo español, el gran compilador, esteta y guía del nuevo orden, "pero sin éxito", si bien su obra "Arte y Estado" es "el mejor libro de estética fascista que se ha escrito".
Por otro lado, Mainer quiso quitar a esta generación de escritores la aureola de "malditos" que en algún momento pudieron haber recibido por parte del propio franquismo.
A su juicio, aunque por lo general, tuvieron pocos lectores (incluso en los casos de autores bien conocidos como Foxá), no lo es menos que sus obras se publicaron con regularidad, pese a algunos encontronazos con la censura como los que tuvieron Rafael García Serrano, con "La fiel infantería", o Torrente con "Javier Mariño".
"Durante el franquismo estos autores no sufrieron ningún estigma (...). Incluso Luys Santa Marina, que calificaba el franquismo de 'estafa', vivió toda su vida de un sueldo del régimen de Franco, que se le pagaba por escribir en el periódico 'Solidaridad Nacional' de Barcelona, que, por cierto, no leía nadie", recalcó Mainer.
Fernando Prieto Arellano
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