Ellas eran
que guapas
y que monadas,
asperillas,
manzanillas,
gordalas
y cornicabras.
Cada una en su árbol
y todas arrojadas
a la nada
desde sus ramas.
En los campos con piedras,
guijarros y tierras preñadas
desde los días
en que se vieron fecundadas
allá por los años de bonanzas,
en Pinarejo,
ellas, mis aceitunas,
verdes, negras, coloradas,
viven a sus anchas
solo pendientes
de las aguas
con las cuales llenarse de ilusión
y
mostrar su mejor cara.
Ellas, se recolectaban
como si se ordeñaran
unas cabras,
una a una
y tras pasar del árbol, al cachucho
y del cachucho al costal
para ser
en borricos transportadas
hasta el molino
que las "espanzurraba"
y convertía,
por arte de gracia,
en aceite virgen
de los mejores de la Mancha.
Ellas, en las ensaladas
se sienten las amas
ya sean con tomate,
pepinillos, lechuga, pimiento, escabeche;
ya sea así en todas las casas.
Ellas, se rayan
sin ofrecer resistencia
y solo con tiempo y agua
se vuelven dóciles
y hasta mejoran su carácter
volviéndose menos descaradas.
Ellas, se echan en sosa
y aunque sufren lo suyo
hasta que los efectos pasan,
luego después
de ser muy bien lavadas
se dejan comer y saborear
como si no hubiera pasado nada.
Ellas, muchas veces se mueren
de viejas en los suelos
y en las ramas
pues son tan pobres
y cuesta tanto educarlas
que nadie las quiere
por resultar su recolección muy cara.
Las aceitunas de Pinarejo
se conocen en toda la comarca
pues llevan su nombre a fuego
marcado en sus desnudas panzas.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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