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-Laberinto:
La vida es como una montaña rusa, unas veces estás arriba, comiéndote
el mundo, haciendo mil cosas a la vez, y al día siguiente estás
derrumbada, agobiada, harta y deprimida de ver que siempre pasan las
mismas curvas. Esos días, deja de ser una montaña rusa para convertirse
en un laberinto. A veces esos días se vuelven años, y, aunque, por un
momento, salgas de tu laberinto para montar en una mini montaña rusa,
enseguida te despiertas dentro del laberinto otra vez.
La
gente cree que los enfermos, cuando se enteran de que lo están, cambian
su vida por completo. Creo que suponen que se ve una luz, o se vive
algún tipo de experiencia mística que te hace pensar que estabas
desperdiciando tu vida, que tienes que vivirla a tope porque cualquier
día puede ser el último, y que no hay que preocuparse por tonterías,
porque lo que le pasa a un enfermo es mucho más grave.
Bueno, pues yo me he debido saltar algunos pasos, algunas vivencias,
porque sigo igual. "No vivas para trabajar, eso hará que sólo vivas las
noches y los fines de semana", sí, con suerte, o sin suerte vivirás los
domingos, pero de algo hay que vivir. Me parece genial que los enfermos
afronten la vida con optimismo, soy la primera que me río de mi sombra
si hace falta, y de lo que me pasa, para sentirme mejor y creer, por un
segundo que es un chiste mal contado, pero lo cierto es que sigo
teniendo los mismos problemas y las mismas incertidumbres, si no más.
Sigo igual que hace diez años...y eso no me gusta. "Si algo no te gusta,
cámbialo", qué fácil, ¿qué ha cambiado en su vida el que pronuncia esa
frase? te lo digo yo, sólo ha cambiado su manera de ver el mundo.
La vida no se vuelve un anuncio de compresas cuando te diagnostican una
enfermedad crónica. La vida se vuelve una mierda aún más grande de lo
que era antes. Y aunque te esfuerces por salir de ese pensamiento,
cuando acabas el día contigo misma, sabes que sigue siendo lo que es,
una putada.
Lo que llena mis dias (JOSEPHINE)
Enero me da miedo.
Creer que hay números que dan mala suerte, como el 13, o pensar que
según con que pié te levantes tu día será mejor o peor, o que si te
cruzas con un gato negro, la mala suerte caerá sobre tí, o que el mal de
ojo se lo hacen a un bebé que no lleve algo rojo entre sus prendas, o
poner una rama de acebo en el dintel de la puerta para no dejar pasar
los malos espíritus, o llevar ropa interior roja la noche de fin de
año también para atraer la buena suerte, todo ese cúmulo de fantochadas
son tan ridículas como pensar que el mes de enero es portador de mala
suerte, como si fuese culpable de que mis padres y mi hermana nos
dejaran en este fatídico mes.
No soy supersticiosa y sin embargo, Enero me da miedo. . Es ridículo, absurdo y primitivo confiarle a un mes la responsabilidad de nuestras desgracias. Es más, como adultos, vivir sin desperdiciar la vida, es, y tiene que ser una responsabilidad, no una elección, como se elige arruinarse uno mismo la vida dejando que los días fluyan sin pena ni gloria ni alegría.
Como dijo Carl Gustav Jung: "La vida no vivida es una enfermedad de la que puedes morir"
Esta reflexión es recurrente en mis notas. Me repito pero es que quiero tener bien presente lo de aprovechar cada día como si no hubiese mañana. Tengo que hacerlo por mí y por mis seres queridos que ya no lo pueden hacer porque se marcharon un mes de enero como éste.
No soy supersticiosa y sin embargo, Enero me da miedo. . Es ridículo, absurdo y primitivo confiarle a un mes la responsabilidad de nuestras desgracias. Es más, como adultos, vivir sin desperdiciar la vida, es, y tiene que ser una responsabilidad, no una elección, como se elige arruinarse uno mismo la vida dejando que los días fluyan sin pena ni gloria ni alegría.
Como dijo Carl Gustav Jung: "La vida no vivida es una enfermedad de la que puedes morir"
Esta reflexión es recurrente en mis notas. Me repito pero es que quiero tener bien presente lo de aprovechar cada día como si no hubiese mañana. Tengo que hacerlo por mí y por mis seres queridos que ya no lo pueden hacer porque se marcharon un mes de enero como éste.
-Paco Arenas:
7 de enero de 1972 (41 aniversario de mi segundo nacimiento y la muerte de 104 personas) El trágico accidente del avión en La atalaya de San José (IBIZA)
El día 7 de enero quedará para siempre en mi memoria, ese
día tuvo lugar mi segundo nacimiento fruto de mi cabezonería y la trágica
muerte de 104 personas, que podían haber sido 108, si yo hubiese sido menos
cabezón y tres hinchas del F.C.
Barcelona no se hubiesen emborrachado por la victoria de este equipo
sobre el real Madrid y ebrios perdiesen
el avión quedándose en tierra, en el
aeropuerto de Valencia donde el avión
Caravelle EC-ATV de Iberia había realizado una escala procedente de
Madrid.
Como todos los años, durante las vacaciones de Navidad,
regresamos a mi pueblo, Pinarejo, a
pasar los días de vacaciones invernales de la escuela. Mi madre aprovechaba
para hacer la matanza del cerdo y así llevar brazuelos, perniles, chorizos,
morcillas, traca (güeña) y el magnífico aceite de oliva de mi pueblo para la
isla. Y por supuesto para coger la aceituna. Yo normalmente volvía
antes de que comenzase la escuela, que comenzaba y aun comienza el primer día
hábil después de reyes.
Muy de madrugada me subieron al taxi de Antonio, el taxista
de Pinarejo, comenzando un largo trayecto de más de cuatro horas que duraba
entonces, ahora menos de hora y media, por la N-III, debiendo pasar por las
cuestas de Contreras y por el Portillo
de Buñol en una muy mala carretera nacional. Como quiera que había niebla y
había nevado un poco, las casi cinco
horas se convirtieron es más de seis y llegamos tarde a coger el barco, que era
donde estaba previsto viajar hasta la isla. Mis paisanos pinarejeros esperaron
en las naves del puerto para pasar allí dos noches, pues llevaban mucho “avió”
y equipaje y no podían irse en avión. Yo
no llevaba ningún equipaje, por lo tanto Fermín, mi hermano mayor, que vivía en
Valencia, me llevo a la calle la Paz, donde se encontraban las oficinas de
Iberia para sacarme el pasaje de avión. Cuando yo me entere de su intención me
negué en redondo, me producía pánico la idea de subir en avión por lo cual me
negué haciendo gala de mi tozudez. No obstante llegamos a las oficinas de
Iberia en la calle La Paz, allí se
encontraba una familia, un joven matrimonio con una niña muy guapa de mi edad,
11 0 12 años, entre las azafatas, mi hermano y los padres de la niña intentaron
convencerme, pero mi tozudez era mayor que la de una docena de mulas romas, los
ojos oscuros de aquella niña morena con un dulce acento andaluz se me quedaron
en la memoria para siempre, horas después sabía que jamás los volvería a ver.
Mi hermano se enfadó muchísimo conmigo, me llamo todos los
sinónimos de cabezón, pero al final accedió.
Llegados a Benicalap fuimos a casa de mi primo Mateo Romero, desde su
teléfono queríamos llama comunicar a mi madre a través de mi tía Puri
mi cabezonería. Puri, en realidad prima de mi madre, era quien
regentaba la centralita telefónica de Pinarejo, pero la
centralita no funcionaba. Viendo el enfado de mi hermano, mi primo
Mateo me invito a comer un sabroso y delicioso arroz caldoso que estaba
preparando Carmen, su mujer, mientras tanto intento razonar conmigo,
dándole la
razón a mi hermano.
Hablando, hablando mira el reloj de la pared, la radio
estaba puesta, entonces no todas las casas disponían de televisor, la una y pico de la tarde y cunando termina de decir
mi primo:
- A esta hora
ya estarías en Ibiza.- Cuando se escucha
a través del aparato.- Un avión ha desaparecido a la altura de la isla de la
Conejera. – Los dos palidecimos, cuando
llego Carmen con el arroz fuimos
incapaces de articular palabra.
Al instante estaba allí mi hermano, recuerdo que nos
abrazamos y poco más. A mi pueblo
también había llegado la noticia, como la centralita de Pinarejo estaba
averiada mi madre hubo de buscar a alguien que la llevase al Castillo de
Garcimuñoz para intentar llamar por teléfono, pues ya tenía noticia por medio
del taxista que no había subido en el barco y que seguramente me había ido en
el avión, el taxista había emprendido otro viaje y por aquellos tiempos casi
nadie tenía coche, al final la llevaron y lo primero que hizo fue llamar a mi
hermana a Ibiza, que andaba también preocupada porque mi cuñado Antonio, en
teoría, había subido también a ese avión
con destino a Valencia y durante las primeras horas no se sabía si el avión era
Valencia/Ibiza o Ibiza/Valencia, conclusión que uno de los dos estábamos muertos. Afortunadamente ninguno, él paso varias horas
en el aeropuerto de Ibiza a la llegada de un nuevo avión y voló sin saber que
se había estrellado en S’ Atalaia de Sant Josep el avión con el que debía volar
a Valencia.
Antes de las tres de la tarde ya estaba resuelto el
entuerto, aquel domingo 9 de enero, cogía el avión en dirección a Ibiza
acompañado de mi cuñado Antonio, con un miedo atroz y casi paranoico. Cuando al día siguiente mis compañeros de
clase acudieron a saludarme como si fuese un héroe, en Sant Antoni, las
noticias en invierno corren como la pólvora, negué todo temor y de boquilla fui
el más valiente del mundo, pero la realidad fue todo lo contrario.
Cuando dos o tres años
después trabaje cerca de donde se estrelló el avión, todavía quedaban restos de
ropas colgados de los pinos. Murieron
104 personas, de las cuales 9 fueron niños, yo hubiese sido el décimo junto con
aquella niña morena de ojos oscuros y dulce acento andaluz.
No volví a subir a un avión hasta pasados más de quince años
y casi con el mismo temor, todavía hoy, cada vez que subo al avión siento
autentico pavor.
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