miércoles, 8 de enero de 2014

PEDRO PAEZ Y EL DESCUBRIMIENTO DE LAS FUENTES DEL NILO AZUL

VIAJES Y ANDANZAS DE PEDRO PAEZ 



 


 
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Los Jesuitas en Etiopía: Las Fuentes del Nilo Azul Pedro Paez (1613)

Charles Libois, S.J.

El Nilo es un río eminentemente literario. Tanto, que sería difícil resumir la bibliografía que trata sobre sus crecidas y sus fuentes. Desde tiempos antiguos, los movimientos de sus aguas han intrigado a los sabios del mismo modo que sus orígenes han despertado los sueños de geográfos y exploradores. Pedro Páez no era ni una cosa ni otra, sino un jesuita español que vivió entre los siglos XVI y XVII empeñado en msionar el territorio áspero de aquella Abisinia legendaria, y que encontró el nacimiento del Nilo Azul casi tres siglos antes de que cualquier otro europeo pensara en ir a buscarlo. Una hazaña que compaginó con sus tareas como misionero, políglota, diplomático, asesor de emperadores, arquitecto de palacios e iglesias, cazador experto, viajero de maleta liviana o conversador talentoso y reputado.

Ya en tiempos de Herodoto –que difinió a Egipto como “un don del Nilo”- se llegaba a la isla Elefantina (en Asuán) pensando que las fuentes del río estaban cerca. Diodoro de Sicilia afirmaba que el Nilo nacía en el extremo sur del “país de los Moros”, o sea, Mauritania- “donde hace tanto calor que ningún ser humano puede llegar”. En la Historia Natural de Plinio se dice que “las inciertas fuentes del Nilo se encuentran en una Montaña en Mauritania, y que en seguida forman un lago”. Otros hablan del lago Layro, probable evocación del nombre de Zaire, e incluso algunos padres de la Iglesia asocian el Nilo con el Gehon, uno de los cuatro ríos que regaban el Paraíso.

El sabio Isaac Vossius (1618-1689) declaraba en su obra De Nili et aliorum fluminun origine que todos los ríos provienen de las aguas pluviales, e inmediatamente hubo quien se burló de él aduciendo que el Rin, el Danubio y muchos otros cursos fluviales tenían su origen en una fuente, y no en la lluvia. Vossius no estaba muy alejado de la verdad, ya que el Nilo se alimenta de un conjunto de ríos y de lagos que convergen en el centro de África en una cuenca que recoge el agua de lluvia.
La exploración del Alto Nilo ha sido obra de viajeros europeos. El echo de que no haya árabes entre estos esploradores parece señalar el escaso interés mostrado por el Islam hacia el corazón de África. El Diccionario de Trèvoux, publuicado en 1907, indica (sin nombrarlo) que fue Pedro Páez quien descubrió las fuentes del Nilo al recoger casi textualmente las palabras del padre Páez cuando relató su descubrimiento. Siglos más tarde, a lo largo de todo el XVIII, llegaron a quienes iban a obtener la gloria y fama de los primeros hombres blancos en contemplar el lado oscuro del continente negro, como Samuel Baker, David Livingston, John Speke, Sir Ricard Burton, quienes en sus exploraciones por el centro del continente africano, descubrieron los ríos y lagos que componesn la cuenca del Nilo. De esta forma se llegó a la conclusión de que no exiatía una fuente del Nilo, sino las fuentes del Nilo.

También se halló explicación para las crecidas y se demostró que los antiguos sabios no estaban lejos de la verdad. Esa ingente masa de agua tan benefactora, que causaba asombro por ser puntualmente cíclica, era producida por un exceso de agua procedente de las lluvias en Etiopía o por las aguas del deshielo de la nieve que debía cubrir las cimas altas, pero se trataba de saber en qué lugar estaban. Había quien decía que el origen estaba en los Montañas de la Luna -luego identificados como los Montes Ruwenzori, entre Uganda y el Congo-, aunque los escépticos daban como improbable la existencia de nieve en lugares tan cálidos. Otros buscaban la solución más llejos. Joannes Theyls, cónsul de Holanda en El Cairo, afirmaba que en verano, según sus observaciones, los vientos en Egipto soplan del norte, lo que es cierto, y llegaba a la conclusión de que eranéstos los que retenían las aguas del Nilo, cuyo curso quedaba por esta razón casi estancado. Esta opinión coincidía con la de Tales, que atribuía las crecidas y las inundaciones a los vientos estivales. 

FUENTE: http://www.sge.org/exploraciones-y-expediciones/galeria-de-exploradores/iii-la-vuelta-al-mundo/pedro-paez-1613

HISTORIA | LAS FUENTES DEL NILO AZUL
Odisea africana de un misionero español
PEDRO PAEZ JARAMILLO, misionero jesuita español, fue el primero en alcanzar las fuentes del Nilo Azul, en 1618. Sin embargo, la Historia lo ha ignorado y la hazaña se le atribuye al escocés James Bruce, quien llegó a este lugar 152 años después
JUAN PABLO CARDENAL




Que se escriban torcidos los renglones de la Historia es algo innato a la naturaleza humana. Pero lo que sin duda es inexplicable es que en el libro de la Historia falte una página. La que escribió en letras de oro Pedro Páez Jaramillo, un misionero jesuita español que fue el primer europeo en alcanzar las fuentes del Nilo Azul en 1618. Pedro Páez ha sido, es, un perfecto desconocido. No se ha levantado un solo monumento en su memoria, ni ha sido objeto de estudio, ni se le ha brindado el reconocimiento que su obra merece.


Sus restos yacen en una tumba deteriorada, en las monumentales ruinas de la capilla principal de la antigua iglesia de Górgora -abandonada-, en el lago etíope de Tana, donde nace el Nilo Azul.Ni siquiera los historiadores, a excepción de un puñado con pasaporte extranjero, han mostrado la más mínima dedicación a él. Tan olvidado anda, que la Historia oficial, tan anglosajona ella, concede al escocés James Bruce el logro de haber sido el primero en pisar el nacimiento del Nilo Azul, pese a que llegó al mismo lugar que Páez; eso sí, 152 años más tarde.


Con todo, en el 400 aniversario de su primer viaje a Etiopía, su figura histórica comienza a reivindicarse. Además de algunos trabajos específicos de jesuitas que estuvieron en aquella misión después de Páez, u otros más contemporáneos como el de Camillo Beccari, la mayoría de referencias a la vida del jesuita madrileño se encuentran en libros sobre la Historia etíope.


En los últimos 40 años, autores como Alan Moorehead, Philip Caraman, George Bishop, Juan González Núñez y Javier Reverte han descrito en sus libros la vida y milagros de Páez en obras que han requerido un evidente esfuerzo documental, ya que las referencias a su vida y a sus fuentes directas -libros y cartas- son escasas y están dispersas. Según explica Reverte en su libro Dios, el diablo y la aventura, no hay enciclopedia española que cite al explorador jesuita, con la excepción de una breve referencia en una antigua edición del Diccionario Enciclopédico Hispano-americano.


Pedro Páez nació en 1564, en el seno de una familia noble, en Olmeda de las Cebollas (hoy Olmeda de las Fuentes), un pueblo situado a 40 kilómetros de Madrid que cuenta actualmente con 208 habitantes, ninguno de ellos con los apellidos del jesuita.Un lugar muy próximo a la entonces recién bautizada capital española, por tanto, desde donde se movían los hilos de un imperio en plena expansión. Estudió en la universidad de Coimbra en los años en los que las coronas española y portuguesa estaban unidas bajo Felipe II y, ya con 18 años, ingresó en la Compañía de Jesús que había fundado Ignacio de Loyola en 1534.


Los intereses estratégicos de un imperio que requería un ejército de misioneros que atrajera a Etiopía como aliado español en el cerco al imperio otomano, y la determinación y sed de aventuras del espíritu jesuita de la época, son las dos claves que justifican que Páez iniciase su periplo misionero por Africa y Oriente.Revelando un perfil ideal para su cometido -espiritualidad, valor e intelectualidad-, salió de España en 1588 y ya jamás regresó.


Viajó primero a Goa (La India), donde permaneció un año y, acompañado del padre Antonio de Montserrat, tomó rumbo a Etiopía. Ambos fueron capturados por los árabes, que los vendieron como esclavos a los turcos, y durante ese cautiverio debieron cruzar a pie el desierto de Hadramaut -al sur del actual Yemen, del que apenas habría datos hasta 1843- y parte del desierto de Rub'al Khali -en la península Arábiga-, siendo los dos primeros europeos en hacerlo.


En una carta de 1596 afirma que los turcos los tuvieron «con cadenas muy gruesas al cuello y en lugares debajo de la tierra muy oscuros y calientes».


Tras siete años, fueron rescatados y trasladados gravemente enfermos de regreso a Goa, donde Montserrat murió. En 1603, tras recuperarse, Paéz volvió a entrar en Etiopía; allí exhibió todas las virtudes de un hombre adelantado a su tiempo: a su impecable formación como arquitecto y políglota añadió una capacidad inusitada para el estudio de la lengua y cultura etíopes, enormes dotes para la tarea pastoral, un fino sentido de la diplomacia y una simpatía definitiva. Ello le permitió ganarse el favor de los emperadores etíopes Za Dengel y Susinios Segued III, a los que convirtió a la fe católica, trazando lo que debía ser el principio de sendas alianzas con Roma y España.


En uno de los viajes con Segued III alcanzó, en 1618, las fuentes del Nilo Azul, enigma geográfico que había perdurado durante cientos de años y hoy, lugar sagrado. Durante siglos fue el reto más importante de exploradores de grandes imperios, como río legendario a cuya vera creció la civilización faraónica. No fue, con todo, simple curiosidad por el origen del río más largo del mundo: quien tuviera el control de la fuente ejercería un dominio sobre las regiones favorecidas por sus aguas.



HASTA HACE UNA DÉCADA
Expediciones de egipcios, romanos y griegos no accedieron jamás más al sur de la unión del Nilo Azul y el Blanco. El sabio Ptolomeo dibujó con suma precisión en el año 150 un mapa de sus 6.700 kilómetros. Muchas sociedades geográficas posteriores a Páez pretendieron identificar el origen y trazar su recorrido, a sabiendas de que estaban ante un río con doble nacimiento, en dos fuentes distintas y lejanas, que sólo se unían en un cauce único a partir de Jartum. Sin embargo, fracasaron siempre: se toparon con las dificultades naturales de un río plagado de cataratas y cañones imposibles de franquear en la época. Sólo pudo recorrerse en su totalidad hace ahora algo más de una década. La fuente del Nilo Blanco, a su vez, no fue hasta 1862 que John Hannig Speke diera con ella en el corazón de Uganda.


En los cuatro años siguientes al descubrimiento, el padre Páez levantó, a petición del emperador etíope, un palacio en piedra de dos plantas a orillas del lago Tana, revelando sus extraordinarias dotes también como arquitecto, albañil, carpintero y herrero.Con todo, vivió humildemente y tuvo tiempo antes de morir de escribir Historia de Etiopía, un manuscrito en portugués de enorme valor científico e histórico, que no se encontró hasta 300 años más tarde, ni se tradujo nunca al castellano, ni se editó hasta 1945.


Era el principio de un largo olvido, del anonimato de un personaje de cualidades excepcionales que ni siquiera la Compañía de Jesús, a la que sirvió, alcanzó a irradiar. Fue enterrado el 25 de mayo de 1622 en la iglesia de Górgora, que él mismo había construido.Y olvidado...




LAS CLAVES

CAFÉ

Pionero . Además de ser el primer europeo en llegar al nacimiento del Nilo Azul y en cruzar el desierto de Hadramaut, fue el primero en probar el moka, lo que hoy conocemos como café, y en escribir sobre él. Como arquitecto, levantó un palacio e iglesia en Górgora.


EDICION UNICA

Obra. La principal obra de Páez es su Historia de Etiopía, redactada en portugués y finalizada en 1622, año de su muerte. La obra, de incalculable valor científico e histórico aún en nuestros días, sólo se ha publicado en una edición original de 1945.


LAPIDA

Homenaje. Hoy se inicia una expedición de ocho españoles que seguirá su pasos hasta el Nilo Azul. Están previstos varios actos oficiales -lápida en su tumba y placa en la fuente del río- que lo rescaten del anonimato. Se pretende además publicar su obra en castellano.


EL ORIGEN

Enigma. Según Alan Moorehead, autor de El Nilo Azul «ni siquiera la cara oculta de la luna ha ejercido tanta fascinación como el misterio de las fuentes del Nilo. Durante 2.000 años fue el secreto geográfico más grande desde el descubrimiento de América».


EL VIAJE

Libros. Dios, el diablo y la aventura, de Javier Reverte, sigue las huellas de Páez en un dibujo formidable del personaje, de la España de los Austrias y de las misiones de la Compañía de Jesús. Etiopía: hombres, lugares y mitos, de Juan González Núñez, es también lectura obligada.


HUMILDAD

Honores. A diferencia de James Bruce, que se autoproclamó a bombo y platillo descubridor del Nilo Azul un siglo y medio más tarde, a Páez no le invadió la vanidad. Sólo dejó escrito: «Confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, el gran Alejandro y Julio César».

FUENTE. http://www.elmundo.es/

 http://image.casadellibro.com/libros/1/historia-de-etiopia-9788496395541.jpg
"Historia de Etiopía" es una obra considerada, en general, como fuente fundamental para el estudio de diversas materias -desde la historia de las misiones católicas en aquel país y de las relaciones entre órdenes religiosas europeas hasta la historia del arte y de las religiones, la historia de la exploración geográfica, las referencias ideológicas del reino etíope; y desde la cultura material hasta la administración político-territorial abisinia-. En efecto, se trata de un compendio de saber empírico sobre la geografía política, la religión, las costumbres, la fauna o la flora de Etiopía y, con menor presencia, de la región del sur de Arabia

La tumba de Pedro Paez:

 

FUENTE:  http://lacomunidad.elpais.com/miquelsilvestre/2011/11/18/la-tumba-pedro-paez-etiopia

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