viernes, 4 de abril de 2014

A ESE DELIRIUM TREMENS DE LEO ZELADA

 
          I
No somos nada
y al igual que el misterio de las catedrales
resbala sobre los ojos de un niño
nosotros, todos, después de pasar por un embudo,
nos iremos también al país imaginario
de los arcos perfectos,
de las cúpulas guardando en perfecto equilibrio su concepción del mundo.
La muerte como principio no está mal
por eso escribo a pasos agigantados
ya los dedos de los pies saliendo a través de irregulares orificios
buscando el perfume de las rosas
esas que brotan allí donde el terreno se presta a ese juego exquisito
de servir de base para que la naturaleza siga su camino.

       II
Delirium el del borracho
que ve con sus ojos huidizos
como se derrumba el mundo,
ese que construyeron los suyos,
ese que él ve a diario y del cual sabe que en él es un número primo.

         III
La selva con sus animales salvajes
entre ellos humanos primitivos
con sus principios.
La selva comida y en ella durmiendo un niño
en el corazón caliente
de una madre que siente la llamada de la tierra
pidiéndole que defienda a los suyos.
La tierra como materia,
la pala que derriba muros,
el azadón rompiendo los surcos,
el aullido de un coyote,
el silencio intuitivo,
la lluvia con sus aromas perdidos
y el río con sus cascadas que llega y se va con el mismo ruido a paganismo,
a hereje que no se  cree nada, a cristiano primitivo, a azote de mortales,
a vida de los que junto a él se sienten sus hijos.

      IV
La selva y los suyos.
Que se mueran los explotadores del mundo
que a mí que amo la soledad
y la garganta de los ruiseñores nacidos para lanzar sus trinos
me agrada el sabor a café quemado y medio derretido
en el bote de conservas que sirve de cafetera en mitad de un fuego maldito
que se alza en mitad de una explanada
allí donde los vientos llegan por minutos
para sentarse sobre un tronco y rogar a quienes se sienten decaídos
que continúen con su discurso.

      V
Jura el que no sabe.
Jura el que se siente perdido.
Todos juran
mientras ellas rezan y lloran a los suyos.
Son siempre los que se van los mejores
entre ellos los hubo algunos tan exquisitos
que su fotografía sirvió para comprender lo que significa la palabra compromiso.
Total por lo queda,
que más da si les digo
aquello que decía un amigo
cada vez que veía a un pobre pidiendo y  abriendo la mano en mitad de un camino.
Doy no por lo que veo,
pues cada uno se hace a su gusto.
Doy por que yo también fui otro que un día pidiendo en un camino
se dio cuenta, antes de salir corriendo, de que había otros mundos.

Autor de las poesías: José Vicente Navarro Rubio

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