domingo, 20 de abril de 2014
POESÍA: EN DÍAS DE MAQUIS
Allí en el silencio ya caído,
se aupó el maqui-guerrillero sobre su cuerpo herido
no por la metralla ni por el miedo
sino más bien por las noticias, aleteo de insectos,
que le llegaba de oídas
a esas horas muertas de la mañana en que se cubren los árboles del blanco que les regala el cielo.
La sierra con sus vaguadas, hilillos de agua
y rascacielos pulidos por el sol y por la lluvia
y por su aliado intimo el viento
despertaba a lo que el día el diera
ya fueran sonidos de ovejas y machos cabrios en celo
que a metralla incrustandose en los cuerpos.
Iba para largo
esa contienda o herida que todavía supuraba la pus de los muertos
en combate, en la retaguardia, en las cárceles, en los paredones de los cementerios
y a ello
estos
los guerrilleros se debían por juramento.
A esquivar las balas,
a tomar el terreno
casi como fuera un sacramento,
promesa hecha
un día
en el cual se fueron de casa con lo puesto.
Por millares
o por cientos
dependiendo de los días y de los momentos
desde Francia atravesando los Pirineos
o a través del mar Cantábrico vestidos de pescadores sin cebos
llegaban para quedarse ya fuera en la montaña o en cualquier otro lugar de ocurrir algún contratiempo.
La vida como la muerte
o como la lotería, azar sin más miramientos,
formaba parte de ese juego
que consiste en ganar o perder
y si me apuran en ello
en perder siempre pues la muerte venga de donde venga siempre deja lágrimas y lamentos.
La montaña y el río
¿que dirían de esto?
Extraños eran aquellos animales
que se miraban desde lejos
y a base de acosarse y de lanzarse tiros sin más miramientos
sembraban los campos de lutos tan eternos que todavía hoy en las tumbas se duermen sueños eternos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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