martes, 8 de abril de 2014

POESÍA: SEMANA SANTA EN CUENCA



Cuenca a secas.
¡Cuenca!
Me perdí en la oquedad de una palabra hueca
y arriba de la ciudad esbelta
donde anidan las palabras
y se mezclan entre ellas
descubrí que esa mi tierra
era algo más
de lo que me contaron de ella
cuando de pequeño iba a la escuela.
En la cartera llevo entre carnes y fotografías viejas
una espiga de aquellas
que se alzaban sobre la tierra
en su búsqueda de soles y cielos
con los que lavarse la cabeza.
Las espigas de cebada, trigo, centeno y avena
son para los que nos vestimos de solanas y tormentas
camino de los campos y de las eras
los frutos más queridos
y las cabezas más bellas
de todas las plantas con las que se viste de verde la tierra.
De mi tierra. De ella,
solo con ella,
como que uno no quiere
y ella no se deja,
es mi infancia
y saltando de década en década
me encontré con que nada de lo vivido
ni nada de lo que me espera
será diferente para con aquella mi tierra.
Solo honor por haber nacido en ella
y gloria si la muerte me llega
y en sus entrañas me entierran.
Es ella. Solo ella,
la que me llama por las noches,
la que me levanta cuando el despertador suena,
la que me dice me voy contigo
y la que me acompaña, ya sea
de jarana y de juerga
por esas cantinas y bodegas,
por esos territorios fecundados por las estrellas
donde arlequines vestidos de largo juegan
a perderse por las alturas
de una ciudad que cada día se muestra nueva.
Quizás. Si yo pudiera
adornaría los labios muertos de las peñas.
 Quizás.Si yo pudiera
tallaría las grandes rocas
y haría con ellas una ciudad gemela
para que ella, Cuenca, tuviera,
amada que la quisiera
de la misma forma que yo la quiero a ella.
Me despierto a esa hora precisa
en que llaman a la puerta.
Cartero es y carta me llega,
algo me dice que en Cuenca
su Semana Santa comienza
como todos los años
entre esperas y a la espera
de que sus calles sean calvario, cruz y devoción plena,
de cuesta en cuesta
y de iglesia en iglesia,
así hasta que se apague una vela
que arde dentro de una peña
cristalizada con lágrimas de madre que a su hijo espera.

Autor: José Vicente Navarro Rubio 



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