domingo, 18 de mayo de 2014

POESÍA: EL ASEO ÍNTIMO



Los domingos de mi vida
desde siempre comenzaban
con el aseo más íntimo.

La existencia helada del ser humano
de lunes a sábado
contenía marcadas tomas de costumbrismo
abocado a lo que de si daba nuestro trabajo, ocio y estudios.

La ventanilla del tren
por la que miro
me transporta a otros lugares remotos
casi ya perdidos
a poco que observo entre cables y tendidos
ropa tendida y niños jugando en un campo vacío de oficio.

Volver atrás
presupone buscar el hilo
ya perdido
de aquello que fuimos
y de lo que todavía queda
en nosotros incrustado como un clavo
en la fachada de un edificio.

Añoro de esos días ya traspuestos
en un calendario
con imagen de santoral incluido
las comidas simples
entorno a una mesa con hule cosido
por la madre que me dio la vida
anteponiendo todo lo mío a lo propio suyo.
O un solo minuto
de aquellos en que soñaba con volver al pueblo del cual habíamos partido
sin decir nada y con los ojos a punto de arrojar al vacío
cataratas de lágrimas salpimentadas con el polvo de aquellos  campos tan desagradecidos.

Por la ventanilla del tren
ya no entra carbonilla ni humo,
solo un bien compuesto ruido
a metales casi fundidos,
a pasos a nivel, cada vez menos y más seguros,
y a estallidos de silencios
que se acunan en las butacas vacías del compartimento en el cual viajo en este verso seguido.

La estación indica el fin del camino.
Tan mecanizada
y tan a lo suyo
que me produce una sensación de no estar
ni tener nada que ver con lo mío
y más cuando vienes
como paloma con rama de olivo
para anunciar
que en aquellos domingos
de hace tantos años que casi me olvido,
el aseo más íntimo
era un ritual reservado para los pobres
y de lo que  a buen seguro
no disfrutaban los ricos.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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