Necesito en el día
de ese alimento que hace a las palomas
tan vigorosas y ligeras.
En el parque sin niños y sin nadie más
que una persona
ellas hacen de vigilantes sobre el techo de una pérgola.
Benllliure no las hubiera inmortalizado mejor
de lo que ellas se muestran
revoloteando y yendo de parranda a lo que se ve en esta mañana tan cenicienta.
Entonando cánticos de amor
como si el alma se les rompiera
las penas de las palomas me trasmiten inquietudes
que no dudo en considerar que son casi teoremas.
Están los que dicen
que su multiplicación va pareja
al deterioro creciente de los monumentos
por esas defecaciones suyas tan ácidas y molestas.
Otros aseguran sin benevolencias
que hay que exterminarlas
como si fueran cucarachas
o ratas de alcantarilla
recorriendo las entrañas de la tierra.
Esta pobre que pasa junto a mi
con un trocito de pan con nocilla de la buena
sujeto en su pico convertido en avanzadilla de una vacía despensa
no sabe lo que le espera
para esos momentos en que los humanos
se empeñen en matarlas sin ningún tipo de reservas.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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