Mis amigos son los que sufren
y todavía más si lo hacen en silencio.
Estos son mis amigos verdaderos
y no me duelo en ello
decir que no me piden otra cosa que no sea que guarde por callada
sus penas y que no las lance a los vientos.
Que de mi nadie espere que de el brazo a torcer
ni ahora ni en el momento de subir a los cielos
pues todo lo tengo ya casi por hecho
y solo me queda aquello que con pocas palabras yo definiría como lamento.
A uno
le duele
todo lo que tiene que ver con castas
y con agujeros inmensos
separando a los ciudadanos y ciudadanas de los pueblos
por el origen de su nacimiento.
A uno
le duele
que unos vayan bien cubiertos
y otros usen los trozos de capas de quienes ya han han pasado el invierno.
A uno
le duele
tanta injusticia y tanto poder
poniendo trabas a quienes son los hijos de los pueblos.
A uno
el duele
este paso atrás en la historia de un pueblo
que había sido un claro ejemplo
para Europa y el mundo entero.
A uno
le duele
tanto ídolo y cabestro
sobre pedestal colocado para que sea adorado por quienes las pasan tan negras
como un escarabajo pelotero en el desierto.
A uno
el duele
todo aquello
que es como poner barrotes de acero allí donde había ventanas abiertas a cualquier viento.
A uno
le duele
el alma.
A uno
le va la procesión por dentro.
A uno
le gustaría salir a la calle y comprobar que todo ha sido un sueño
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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