El ágil dedo corre más rápido que la gacela
que se viste de inteligencia
y en el clímax de una palabra llena de extrema belleza
arde el corazón llevado por la tragedia
de ver como todo lo que siente se lo lleva
el poniente maldito que reseca y quema
las mejores flores de los jardines, juventud de ellos y de ellas.
Parten en viajes con billetes sin ida y sin vuelta
las flores que regamos con agua de las fuentes de nuestras tierras
y en el alma llevan, universitarios, trabajadores,
parados sin más etiquetas,
las penas que consume las aspiraciones y relegan
al ser que se siente atacado por esta epidemia
a la mayor de las tristezas.
Salen en barcos, aviones, coches y atraviesan las fronteras
de lo cotidiano y notable que era crecer para ser en sus tierras
la nueva música de esas esperadas orquestas.
¡Si ellos supieran lo que les espera!,
Si ellos que nacieron para continuar nuestras tareas
pudieran empuñar el arma que truena en las guerras
quizás el mundo respetaría más a quienes niega
el pan de la vida y el agua de la felicidad eterna.
Vacilan mis pensamientos,
es el virus de la tristeza que sin querer también riega
a quienes escribimos de estas cosas concretas,
que a otros les resbalan por dentro y por fuera.
Solloza la vida y con ella se vuelven los días tristes
como el corazón de las madres, pues solo ellas
entienden de este mundo
pues cuesta tanto parir a un hijo y tanto a querer se llega
que la fe en ellos se hace pura y ciega.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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