sábado, 6 de septiembre de 2014

POESÍA: IMAGINAR LO QUE SERÍA UN MUNDO SIN DEUDORES

Sabemos lo que somos porque en los pliegues de los días
después de ser comidos por la noche
se esconde el origen de nuestro nacimiento
como especie humana reina del orbe que conocemos.

¿No tendrán razón los viejos alquimistas que volteando probetas vendían sueños inalcanzables?

Si me preguntas, que lo dudo: ¿pues a ti que te importa esto?
Diré que soy uno más, vestido con mi mono de verano o de invierno
en esta gran región de la vida a la cual servimos desde pequeños.

De la infancia aquella que saltó de la grupa de un caballo
para irse en veloz locomotora de carbón hacia la ciudad que domina a las personas,
quedaron, quietas, imagines que no se borraran nunca,
así las cojamos con tenazas o las inflemos con oxigeno puro
sirviéndonos de fuelles que solo sirven para atizar la llama del deseo.

Por eso ahora acelero hasta que el pulso marque la frontera que lleva al ocaso
y si tu me preguntas el por qué de tanta osadía,
te diré amigo que no hay mirada de acero allí donde el peligro no te rozó alguna vez.

Me explico en lo que puedo al igual que lo hacen aquellos que se saben por todos queridos
y si suenan risas de hiena
diré aunque solo sea por una vez en mi vida que no tengo miedo,
ni a la muerte que siempre se presume lejana como el gordo de la lotería
ni a lo que de mi se diga,
una vez desaparecido y viviendo en las verdes praderas donde el viento a menudo se descara
antes de azotar la faz de quienes viven ajenos a lo que delante de ellos se abre.

No son en páginas de libros donde figurará tu vida ni la mía,
a lo sumo todo quedará remarcado en viejos documentos:
un libro de familia, un carnet de identidad, unas nominas de insomnio,
y unos diplomas de insolvencia,
como licenciado albino que disfrutaba huyendo de los días.

Soy un hombre marcado por el destino al igual que el resto de seres humanos
y a lo sumo viviré pendiente hasta el último día
de cuidar ese jardín en el que solo crecen plantas domesticadas
que de vez en cuando hay que regar y podar para que den más frutos.

A veces pienso:
En lo que fui y me queda por delante,
incluido ese replique de campanas por un Dios ido hacia el otro mundo
en un día de una Semana Santa.

Pertenezco a la especie de los dominadores
y de ser vencido en la batalla, que lo seré sin duda,
quiero que lo sea por la fuerza del mar, del viento, de los accidentes gramaticales de la vida,
pero nunca por las malas mañas de quienes como yo pueblan el mundo al mismo tiempo.

Rectifico:
Ni a los cañones ni a las balas, ni al fuego, ni al hachazo, ni a la navaja, ni a la soga con nudo,
les tengo miedo,
sólo me temo a mi mismo pues no se como afrontaré esa despedida
a la cual damos una solemnidad que no se merece
pues las despedidas se deben de hacer con sonrisas y no con llantos y tonos de caras demacradas.

Fue hace años cuando marqué una cruz en un calendario
y aquello que entonces me parecía muy lejano cada vez se acerca más,
al tiempo que las hojas se arrugan, los meses perecen comidos por los años
y los años cambian de siglo con tanta facilidad que me da asco.

No era de esto exactamente de lo que quería hablar.

Me ha animado en ello
el desprecio que veo en los ojos de quienes nos gobiernan
y en las carteras llenas de aquellos que se llevan nuestros dineros
hacia esos paraísos fiscales en los cuales un Dios un día sacó un látigo
para repartir leña a los mercaderes que jugaban con el destino de las personas.

Me quedo con ese Dios terrenal
tan cercano a los pobres, prostitutas, desamparados y enfermos
y dejo para otros
los rezos innecesarios que solo llevan al aburrimiento eterno.

Imaginar lo que sería:
Un mundo sin deudores, con pobres bien alimentados,
con no más ricos que los que caben en un átomo de buen humor,
y con una justicia tan entera
como el pan que se cuece en un horno antes de ser repartido.

Imaginarlo, al menos por una vez,
e iros a dormir si todavía sois capaces de conciliar el sueño.

Y es que todo es posible
desde el terremoto que se lleva por delante todo lo que pilla,
hasta la ciudad convertida en hogar de seres humanos iguales.

Esa lumbre y ese deseo pueden ser realidad
pues de no ser así me pregunto:
Para que nacimos y que es de todo aquello por lo que luchamos.

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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