domingo, 14 de septiembre de 2014

POESÍA: PATRAIX Y SU TUMBA DEL SABER



A)
No fue la ciudad,
no lo fue,
el lugar que el quería
ni el que
con el paso del tiempo le dejó ver
donde se rompería un día su ser.
El ser se rompe,
no hay hora ni cartel
en el cual se anuncie su fenecer.
Muere
libre en su insensatez
de dar forma a quien de él se apodera por propio interés.

B)
¿Por qué
la estatua se cubre de hiedra?
¿Por qué
el pedestal sirve de pie al capitel?
¿Por qué
sin querer
Nueva York me huele
a pecho fértil de mujer?
¿Por qué
un sol, dos, tres, mil millones de soles a la vez
en mis yemas de los dedos no se dejan coger?

C)
Adonis
y su epitafio,
¿para quién?
En Nueva York
una mujer
a la que todo el mundo adora
se deja ver
para cuando
un harapo llamado libertad
se vende en un puesto de perritos calientes acompañado de crema de café
que un mulato ve
a través de su cárcel diaria en la selva de la escasez.

D)
En mi vida la rutina se acomoda
en el esófago que solo entiende lo que es
a la hora de comer.
Es en la ciudad,
la de los predicadores, la del beber
de las fuentes del saber
donde vomita la ciencia, donde sin querer,
una vuelve a su niñez
y ve
una enciclopedia Álvarez, y un niño que se deshace al mojarse el papel.

E)
Vuelvo a lo mismo
a la ciudad del saber,
al contacto con el ser
y al encuentro con ese animal domestico
que se deja querer
para cuando los árboles de la avenida por la que camina la alegría
dibujan el rostro de una mujer.

F)
Maldigo ese momento
en que alguien me dejó caer
que una estrella en el cielo
era el origen del Universo que se sujetaba a mis pies.
Desde ese día vivo
con la mirada puesta en el absurdo de la dejadez
como si fuera una de esas figuras hechas a troquel
que en las monedas brillan
y nos hacen pobres y sumisos, la dos cosas, a la vez.

G)
Es preciso que lleguemos
al origen de lo que somos,
al pozo del que extrae agua el bereber.
Es preciso mojarse
si peces queremos comer.
Por eso me voy
a los confines donde vive la incertidumbre, hierba que no se debe comer

H)
Yo pienso en el todo,
sensatez,
tu piensas en lo tuyo
sin prever
que el toro te puede coger.
Yo pienso y me revelo
busco la piedra de la sensatez
tú destruyes sin saber
el por qué.
La ciudad que brilló un día,
en otro día puede ser
un estrato enterrado que hay que volver a entender.
Yo, soy uno, dos, tres,
tú eres, en este formato de papel,
una forma fácil de entender
la barbarie que nos viene a través de esos cielos y mares con un color tan lleno de insensatez.

I)
En el círculo de lo que somos
giramos sin más sentido.
La piedra solo es piedra
por más que le saquemos brillo,
el agua solo es agua
cuando huye de los ojos de quien la miramos con cariño,
el beso solo es beso
disfrazado de lo que en el mercado se llama producción al minuto.
En este parque
desde el que me dirijo
las sombras caídas sobre el ombligo de este pequeño mundo
marcan un territorio preciso
y ponen sus condiciones a lo que escribo,
quizás por aquí yazcan perdidos
los restos de un soldado íbero
con sus fíbulas y exvotos escondidos
bajo unos restos de cenizas
y un pequeño altar con restos de cántaros convertidos en añicos.

J)
Dicen que las penas a veces son
como las aspas de un molino
que giran y dejan sus gritos
del cielo prendidos
y que otras veces suenan a arrullos
en las selvas del mundo
cuando el machete se abre camino
y un pueblo lucha por conseguir la libertad que le han vendido en un libro.

K)
No era la ciudad
a la cual me refiero de continuo
el lugar más oportuno
para lanzar proclamas
ni para entender el mundo
ese al cual nos debemos
y trasmite su odio a quien en ella vivimos.
Era una ciudad
que parecía un aparador llena de golosinas en un domingo
a un lado y otro de un río
y sobre el puentes
adornados como preciosos abanicos
a través de los cuales se llegaba hasta donde el asfalto negro corazón de un maldito
confundía a uno.

L)
Parecía una vieja piedra
desgastada por el tiempo que sufrió de calores y fríos
y bajo ella otras piedras
nos hablaban de un pasado que nos acercaba al corazón de otro mundo.
Pelada la roca
y tranquilo quien sobre ella se servía a su gusto
alguien dijo:
Mucha piedra para tan corto camino

Autor: José Vicente Navarro Rubio



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