lunes, 15 de septiembre de 2014

POESÍA: POR LOS CAMINOS DE MI TIERRA

Plaza de Padilla (Toledo). Foto durante excavaciones
Excavaciones en lo fue la casa de Juan Padilla en Toledo


Por los caminos de mi tierra,
parando en los pinarejos
y en las muertas eras
de camino a Toledo
me llenaré del color, tuyo,
de las primaveras.

Del color de los primaveras
y en Toledo su luz me llena
para cuando el sol aprieta
y del río asciende una cantinela
que para si mismo un Dios,
el más grande, quisiera.

Quisiera el Dios de las primaveras
ser el brillo de las esbeltas cabelleras,
las risas junto a una pequeña alberca
y el agua que se expande por la espalda
de una hermosa hembra.
¡Ella, Toledo, que siempre perplejo te deja!

En Toledo y su luz me llena
como si el Greco no hubiera muerto
y de su paleta nacieran
caras alargadas y luces de tenues velas
en las noches de un Don Juan Tenorio
para cuando un hidalgo a su casa regresa,
después de atravesar los laberintos
donde surgen las estrellas
y se encuentra vacía su hacienda
y la sal que da la vida
en los mares de aguas abiertas
sembrando odios en una alacena
que guarda como un tesoro
el amor de Juan de Pacheco por su tierra.

Si tu quisieras ,Toledo,
que al corazón me llegas,
iría hasta donde me dijeras
con las alforjas llenas
de ese mazapán que en la boca llena
se convierte en azúcar moreno
como miel de colmena.

Me voy hasta ella
después de parar en los pinarejos
y en las muertas eras,
clara de huevo, molidas almendras y yema,
como si Don Quijote todavía vivo estuviera
recorriendo este paisaje del cual me llegan
sus calores infernales si al sol te enfrentas,
sus proverbios en boca de personas buenas
y su grandeza.

Calor blanco junto a las eras
 hombres y mujeres
que a Toledo se acercan
para que sea
como una pobre cenicienta ¡tan bella!
que cuando llegan las doce de la noche
corre por sus alamedas
a la búsqueda cierta de esas estrellas,
errantes ellas y tan llenas de esa extraña nobleza
de un castellano que murió por su tierra.

Para cuando la noche se acerca
ya en Toledo disfruto de la buena mesa,
entre conversaciones que giran
entorno a su grandeza como si toda ella,
la Toledo que descubro al recorrer sus callejas
todavía estuviera esperando,
que alguien viniera,
para explicarle, ¿por qué solo ella,
es en estas tierras
con tanta historia a su cuestas,
la que tiene el alma llena
de amores que si se cuentan
las lágrimas inundarían la faz de la tierra?

¡Oh Toledo
de las perlas del monte Sinaí
y de las palmeras donde abrevan
los contadores de cuentos
y los encantadores de las estepas
que llevan en cofres de nobles maderas
llaves viejas
con las cuales abrir los portales
en los que suenan cítaras
con sus cajas de resonancia, planas de madera!

Autor: José Vicente Navarro Rubio

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