Una isla se abre
allí donde finaliza la vida,
con sus costas de blancas arenas finas
en la que las almas más compasivas
juegan con el agua y se llenan de esas caricias
que la mar con su ritmo diario propicia.
En los acantilados
con buenas vistas
de esa isla
a la que se llega sin pedir reserva de habitación alguna
cuelgan de las rocas
sin sujeción alguna
tantas y tantas preguntas
que la mar rugue y asusta
con su devastadora presencia y con su pesada carga de energía
rompiendo las palabras sobre las rocas desdentadas por su saliva.
Desde la mar
sin más ayuda que una brújula
llegan a esa isla
navegantes solitarios
que en ella hacen su vida
a la espera de nuevos vientos
con los que continuar su travesía.
Naufragos con la noción del tiempo olvidada
se arremolinan junto a las playas de arenas limpias
con la vista puesta
en esas extensiones marinas
por las que cruza de todo menos el barco de su vida.
Autor de la poesía: José Vicente Navarro Rubio
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