domingo, 8 de febrero de 2015

POESÍA: DE VALENCIA A LA MANCHA (PINAREJO) EN TRANQUILO VIAJE



De aquel viaje
los silencios del campo me llegan
a través de la ventanilla de un coche
con bocanadas de aire caliente
de un radiador que hace de pulmón permanente
de quienes dentro del coche
surcamos espacios sin sentir otra cosa que hambre.
Esos viajes siempre fueron
en mi vida importantes
pues de vez en cuando, al igual que humean las tazas calientes de chocolate,
yo sentía  unas ansias insaciables de llenarme de todo aquello que dejé un día
de fiero combate con mi subconsciente.
Los campos  verdes
o tristes
con sus carrascas señalando
partes de otros paisajes
y los mojones de piedras ennegrecidas
sobre  los que crecen plantas bordes que conquistan interiores tan duros
como algunos corazones
me llevan al instante en que el sol por el Este sale.
El toro de Osborne
en el mismo sitio de siempre
estético como si no fuera su lomo de huesos piel, venas, músculos y carne,
es el toro de mi vida errante
y el único ante el cual yo me detengo para tocarle
sus patas sin pezuñas como alambres.
Las casetas de los peones camineros
ahora convertidas en ruinas reconocibles por su arquitectura tan sencilla
que en ellas brilla el arte
de quienes de lo poco hacen mucho
y de aquellos sus improvisados moradores,
hombres de piel dorada que se comían las rocas sin hambre,
pasan por mis ojos y en mis pupilas se detienen.
Se ven pastos en las vegas
allí donde el agua corre, hilo intermitente,
entre juncos y cardos borriqueros, sauces, olmos
y perdices que beben donde el agua se detiene
entre remansos de paz
y entre corajes de los pobres labriegos de mi pueblo, de los pueblos de todos los lugares
con sus hijos y mujeres, padres y madres.
No se detiene el coche
y pasa al instante por sitios comidos
por el azadón del hombre
haciendo de la tierra su casa,
mortaja negra que hiela la noche
con su aliento imborrable a certera muerte.
Los rebaños de ovejas
parecen saliendo de esos libros que cuentan
de un país de veredas, cañadas y pastores trashumantes
por una España de señores feudales
en la que un kilo de lana valía más que la vida de un hombre.
Y el coche pasa
rugiendo su motor
y clamando ayuda sus ocupantes
por un castillo
herido él de muerte
y quienes bajo su cobijo
continúan esperando, solo ellos lo saben,
que en sus almenas se alce
la mano de quienes enseñaban a los halcones
a hacer de la caza un arte.
Pasamos por Garcimuñoz
y dejamos la vía de acceso a ese pueblo de estandartes
para llegar a mi cita con ese paisaje
que solo se explica por el amor que une pone
a ese Pinarejo tan grande
que no hay patria en el mundo con tanto renombre.

Autor de la poesía: José Vicente Navarro Rubio

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