sábado, 14 de marzo de 2015

EL PARTIDO POPULAR Y EL TERROR QUE INFUNDEN SUS DEDOS

El ministro de Defensa pide silencio a la diputada de UPyD Irene...
Es el dedo de Nerón,
dedo que no,
yo quiero puño
en señal de convicción.
Dedo que señala.
No has de callar, no,
pues los silencios
son
la llave
que da paso al terror.
El Ministro se siente Dios,
quizás Colón,
tal vez un dictador,
un defensor
de quienes mancillan el honor
de una profesión.
Las lagrimas de una mujer
para el Ministro son
un cállese por favor.

Autor: José Vicente Navarro Rubio


Referencia: Manuel Rivas: 'elpais.com/elpais/2015/03/13/opinion/1426262963_400970.html'

El gesto del dedo a la boca del ministro de Defensa en el Congreso responde a un software imperativo que ha amilanado nuestra historia. Quevedo ya se rebeló hace siglos contra ese dedo intimidatorio, “silencio avises o amenaces miedo”, con su pieza de hip hop: “No he de callar”.

Pero el dedo sigue ahí, en la vida oficial y doméstica, con su tecnología de mando obsoleta, pero muy operativa. Como sigue el delegado del Gobierno en Andalucía, que ha señalado con ese dedo punzante al enemigo: el diablo es catalán. ¡Y yo que pensaba que era un catedrático de Santiago! En estos casos, lo más conveniente para el sistema sería apagar los cacharros y reiniciarlos.

Entre las novedades del Congreso Mundial del Móvil se ha echado de menos una herramienta para desarrollar la más fascinante aplicación humana: la de escuchar. Con un simple giro de la cabeza, y una sutil inclinación, el ser humano puede escuchar al otro. Escuchar es lo contrario de dominar. El primer maltrato es no escuchar.

Estamos contaminados por el ruido del mando, esa voz apodíctica, que no escucha y solo espera obediencia. Incluso en los espacios de debate mediáticos penetra ese ruido de mando, ese tono de desprecio que parece decir entre dientes: "Para qué perder el tiempo con palabras, si podríamos arreglarlo a hostias".

El carisma se debería medir por la capacidad de escucha. Así llamaban, el Escucha, al marinero capaz de entender lo que murmura el mar: anticipar la tormenta o la bonanza. Y no parece mala tesis la de que Dios inventó al ser humano para oírle contar cuentos. Claro que el escuchar tiene sus riesgos. Como cuando Max Jacob, vanguardista y místico, fue a conversar con la virgen del Sacre-Coeur y esta le espetó: "¡Mira que eres feo, mi pobre Max!".

Autor: Eduard Punset 13 enero 2013
No es la primera vez que los asesores de Mariano Rajoy cometen el error de sacarle en una foto señalándonos a nosotros los lectores como si fuéramos los culpables de un latrocinio.
¿Cómo es posible que a un señor al que se le ha enseñado tanto Derecho como el que obviamente sabe nadie le haya advertido, después de tantos años en el servicio público, de que no solo denota muy mala educación señalar a la gente con el índice o le delata o le riñe, sino que la nueva ciencia del neuromarketing comparte la opinión de que, con ese gesto, el suministro de información parece como si fuera malévolo?
¿O creen los políticos que las cosas no han cambiado desde que eran jóvenes, sin darse cuenta de que el pensamiento racional ha sido relegado por la ciencia a un lugar subordinado, comparado con el peso excluyente del pensamiento intuitivo, del valor de interpretación del contexto, de los colores o del ritmo impreso al discurso?
Si me quieren ofender, si lo que desean es que ni me fije siquiera en el contenido del discurso, si lo que buscan es que mire a otra parte porque detesto lo que se me está diciendo, entonces lo mejor es buscar una foto en la que se señale con el dedo, como hace Mariano Rajoy.
colón
Cristóbal Colón señala con el dedo en el puerto de Barcelona (imagen: Grupo Punset Producciones).
Son infinitos los ejemplos que pudieran aducirse. Grandes especialistas de la neurología dedicaron muchos esfuerzos a explicar por qué el hijo de Pablo Picasso no llegó a ninguna parte, a pesar de la fama y el renombre indiscutido de su padre. Resulta que como iban a demostrar Bill Gates y otros famosos años más tarde antes de inventar florituras o sorpresas descabelladas era absolutamente preciso dominar una profesión a base de mucho trabajo. Era ese «mucho trabajo» lo que le faltaba al hijo de Picasso para triunfar y lo que le sobrara a este último.
Otras veces es el cambio de contexto lo único que puede salvar a la gente de la obcecación empedernida con un gran amor obsesionado. ¡Cambia de mares, de restaurantes, de bares, de trabajo o de universo! Lo de menos es la naturaleza misma de la obsesión o disciplina; lo de más, en muchas ocasiones, es la opción, forma o manera de abordar la cuestión.
Señalar con el índice a los demás o vestirse de un color determinado tiene más importancia de lo que la gente cree a la hora de convencer a los otros. El color rojo tiene tanta fuerza que algunos primates no resisten su visión; ahora bien, si se trata de convencer o agradar a quien te está contemplando, no es mala idea buscar algo cercano al rojo.
Hay colores menos comprometidos, como el azul; de ahí su utilización mayoritaria para las marcas de las grandes multinacionales, a pesar de haber perdido a ojos de los demás parte de su atractivo.
En resumidas cuentas, los ganadores tienden a evitar los errores más garrafales, como el de señalar a alguien con el dedo y, a veces, solo estos porque tomaría demasiado tiempo evitarlos todos. Los ganadores suelen plantearse objetivos alcanzables y moderados; es decir, metas que requieren esfuerzos pero que son sostenibles.
Otro de los errores que puede evitarse fácilmente es premiar a la gente solo por ser brillante, en lugar de hacerlo por su esfuerzo, su perseverancia o su ingenuidad. De otro modo, se corre el riesgo de alimentar la falsa creencia de que lo importante son las bondades intrínsecas del cerebro, en lugar del tesón; en apuntar a los demás, en lugar de profundizar en uno mismo; creer en la razón, en lugar de en la intuición.
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