Llégate, aunque la palabra no exista
a consumar ese deseo,
vete, corriendo si aun puedes
a las pistas que llevan entre alas de acero
al corazón de los bosques vírgenes
antes de que ese mundo muera a manos de quienes solo son viles cuatreros
de un oeste civilizado con regueros
de muertos y caídos en mitad de aguaceros
de plomo salido de las entrañas de rifles con puntos de mira señalando a un pueblo.
Recorrete, vuelvo al hierro,
esos senderos por los que de vez en cuando pasa alguien leyendo
pasajes de unas vidas finiquitadas en papeles con matasellos
y salte de todo aquello
que como si fuera un reloj marcando el pulso de tu cerebro
te ata a lo conocido, lagunas, en las que crecen los remordimientos.
Vigílate de cerca, tiéntate los dedos,
y pasa de página pronto, pues detrás de cada fragmento de episodio bélico
se encuentran, tantos desencuentros, que el planeta tierra sin querer serlo,
es el más grande de los cementerios.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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