lunes, 27 de julio de 2015

EL ALEMÁN DE CORAO "ROBERTO FRASSINELLI"

FUENTE: http://desnivel.com/cultura/ecologia/frassinelli-o-las-caras-del-explorador

Roberto Frassinelli es una de esas figuras, de ojos secos y mucha tralla, que el tiempo, azar incluido, ha diluido hasta la sombra. No fue solo un explorador, porque decir tal cosa sería hacer un tenue acercamiento a las huellas que dejó. Fue explorador, sí, y arqueólogo, marchante de antigüedades y libros, fue naturalista y hasta cuentan que cirujano. Tal vez hasta fuese poesía.

“Alguien dijo hace muchos siglos que se iban los dioses, y como la imitación no es propiedad exclusiva de los monos, alguien anunció mucho después que se iban los reyes y alguien ha añadido últimamente que se va la poesía. Ni los dioses, ni los reyes, ni la poesía se van. Los dioses y los reyes, lo más que hacen es mudar de nombre, y la poesía lo más que hace es mudar de voz. La poesía no se irá mientras no se vaya la humanidad” escribía en el prólogo de “El libro de las montañas”, Antonio de Trueba, poeta predilecto de Frassinelli. Y la poesía no se va “porque la poesía es el corazón humano”.

Roberto, nacido en la ciudad germana de Ludwisburg en 1811, cultivó su corazón primero en las calles feudales de la urbe, amenazadas por un capitalismo en pañales, y luego en la Universidad de Tubinga durante tres años. Tiempo suficiente para formar parte de un par de sociedades secretas, incluyendo la Gesellschaft der Feurreiter y la Sociedad de Jinetes del Fuego, predicando una Alemania libre y unificada, muy acorde con las teorías de Johann Becker, un obrero de 23 años que en 1833, desde prisión, organizaría un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede por aquellos grises días de la Dieta de la Confederación Germánica. Estudiantes y obreros afiliados al movimiento, entre ellos Frassinelli, marcharon convencidos de que su insurrección produciría una fortísima impresión en Alemania e iniciaría la muy estimada revolución. Pero fracasaron y algunos como Carlos Schapper, que logró huir a París donde junto a otros conspiradores fundaría la Liga de los Proscritos, o Roberto Frassinelli emigraron a mejores latitudes. Tras ser condenado por su papel en la revuelta, el alemán se estableció en España.

“Su verdadero teatro eran los Picos de Europa, Peña Santa, la Canal de Trea, los gigantescos Urrieles asturianos. En ellos se perdía meses enteros, llevando por todo ajuar un zurrón con harina de maíz y una lata para tostarlo al fuego de la hierba seca, su carabina y cartuchos. Vino no bebía, bebía agua en la palma de la mano; carne sólo la del rebeco que abatía con certero disparo de su escopeta y cuya asadura tostaba sobre la misma lata del mismo fuego. Dormía entre las últimas matas de enebro; se bañaba al amanecer en los solitarios lagos de la montaña y al regresar de la penosa excursión a los Picos, se refrescaba revolcándose desnudo sobre la nieve...”, escribía sobre Frassinelli Don Alejandro Pidal, padre de Pedro Pidal, primer conquistador del Naranjo de Bulnes junto a El Cainejo. Pero antes de escoger los apagados bosques asturianos, Frassinelli pasó por Madrid.
Libros en la capital
El poeta alemán Heinrich Heine, otro de los favoritos de Roberto Frassinelli.

“Cuando de noche pienso en Alemania/ no desciende a mis párpados el sueño/Mis ojos no se cierran, más los mojan/mis lágrimas de fuego” cuentan los versos de Heinrich Heine, puede que el último poeta y vencedor del romanticismo, y que bien valdrían para expresar las calladas primeras noches de Frassinelli en la capital española, donde ejerció de marchante para anticuarios y bibliófilos alemanes, labor que le llevaría a tener contacto con la familia de Antonio Miyar Otero, nacido en 1794 en la localidad asturiana de Corao, un erudito y librero que ejerció brillantemente durante ocho años en la extinta librería “Cruz y Miyar”. 

A Antonio Miyar se le recuerda no tanto por la pasión que volcaba en su profesión como por su papel de mártir del liberalismo español, por lo que sería ahorcado, acusado de conspirar contra Fernando VII, en la plaza de la Cebada de Madrid, el 11 de abril de 1831, menos de un mes después de su detención en el domicilio del ingeniero Agustín Marcoartu, quien logró huir. Antonio dejaba una hija, Ramona Dominga Díaz que pronto se convertiría en el amor irreversible de Roberto Frassinelli y Burnitz. Ambos contraerían matrimonio y se retirarían, en 1854 a Corao, a cinco kilómetros de Cangas de Onís, donde el alemán iniciaría una etapa a medio camino entre el mito y la historia materialista.

Antes de la década de los 50, se tendrían informes de la presencia de Frassinelli en Asturias, concretamente en 1844, en las Actas de la Comisión Provincial de Monumentos, creadas aquel año por Real Orden el 13 de junio, para proteger los edificios y objetos de arte que habían pasado a ser propiedad del Estado tras la desamortización. Su objeto era “reunir datos de los edificios y antigüedades dignos de conservarse, así como de libros, documentos, cuadros, estatuas, medallas, etc., pertenecientes al Estado y dispersos por el territorio”. Y Frassinelli participaría en la labor.
Dibujos en el norte
El santuario dedicado a la Virgen de Covadonga. Destaca la Santa Cueva donde, según la tradición, se habrían refugiado don Pelayo y sus hombres durante la Batalla de Covadonga. Junto a la anterior se encuentra la Basílica de Santa María la Real de Covadonga. Ideada por Roberto Frassinelli y levantada entre 1877 y 1901 por el arquitecto Federico Aparici, de estilo neorrománico construida íntegramente en piedra caliza rosa.

Cuando llegó a Corao, en el concejo de Onís, bajo la sombra de la Asturias cimera, la aldea se conservaba exactamente igual a como la describió Madoz: “...en un ameno vallecito y en la carretera que desde el interior de la provincia conduce a la de Santander; el clima es templado y sano. Tiene 26 casas de mediana fábrica, con muchas fuentes de buenas aguas, y dos ermitas dedicadas a San Nicolás y a Santa Rosa de Viterbo. El terreno es de superior calidad, y se haya fertilizado por los ríos Güeña y Chico, que se reúnen más abajo de la población; en sus riberas se crían hermosos álamos y grandes alisos, habiendo en otros parajes multitud de castaños, abedules y otros árboles que proporcionan sitios de comodidad y recreo”.

Corao se extiende a ambos lados de la carretera. Entrando por la de Nueva, la primera a casa a la derecha, de buena piedra labrada, balcón en la fachada principal precedida por un pequeño jardín con verja, perteneció Roberto Frassinelli, y hoy la casa, medio en ruinas, lleva su nombre. Con 43 años y de la mano de Ramona, el alemán había encontrado su ventana al mundo. “Allí sentó sus reales, creando en la pintoresca aldea de Corao aquella casa modesta, con su jardín primorosamente cultivado y su cueva”, escribía Magín Berenguer.

Aún hoy, detrás de la casona, se encuentra dicho primoroso huerto, donde en su tiempo Frassinelli llego a plantar hasta treinta especies de manzano bajo cuyas copas, y esto es mitología que se relata en las noches que lo merecen, el célebre Cuélebre salía de su cueva para esparcirse a la luz plateada de las estrellas. 

En un saliente rocoso, más allá del muro que cerca el huerto, se abre la cueva que según la tradición acogió a aquel inquilino voraz, una mezcla de dragón alado y serpiente, de piel blindada por escamas, salvo debajo de las barbas, que envejecía como cualquier mortal y que fue engañado por los lugareños asustados que a la voz de “Abre la boca, culebrón, que ahí te va el boroñón” dieron el cambiazo a su ofrenda de pan y carne por una piedra calentada al rojo. En otras líneas fue un cura quien lo abatió a trabucazos. Pero los oscuros mitos, lejos de alejar a Roberto Frassinelli de la cueva, lo sedujeron y allí, “como acogedor y natural gabinete”, el alemán estableció su estudio y todavía, en este extraño y alejado 2008, se puede visitar la mesa sobre la que trazó esbozos y proyectos como el de la Basílica de Santa María la Real, construida entre 1877 y 1901 por Federico Aparici, a quien Frassinelli cedió el testigo de la construcción por “la falta de experiencia en el arte arquitectónico”. Eso sí, el “alemán de Corao” pudo dirigir las obras de la Cripta. Las lechuzas y otras aves de los astros observan de noche la caliza rosa de la Basílica, una de las inspiraciones más destacadas de Frassinelli, por encima de otros diseños en Covadonga como el de Camarín de la Cueva (desmantelado en 1938) o el de la Capilla del Campo del Collado.

Como dibujante, y por mostrar un botón, también colaboró con Amador de los Ríos en su obra "Monumentos arquitectónicos de España".

Durante sus treinta años de estancia en Asturias ganaría impulso otra de sus facetas superlativas, la de arqueólogo, con la que hizo méritos, como socio de Sebastián de Soto Cortés, descubriendo el Dólmen de Abamia, una piedra que los historiadores no han sabido situar con claridad. La excavación realizada por Frassinelli y Soto Cortés proporcionó "cráneos, fusaiolas, hachas de piedra pulida y algunos objetos más"... Entre estos dichos objetos contaban los paisanos un puñado de "bolitas especiales, de barro y como naranjas, con una agujerito en cada polo", según refiere Constantino Cabal. El Dolmen se trasladaría al Museo Arqueológico de Madrid.
El alemán de corao
Ilustración del Cuelebre.

Evaristo Escalera, en “Recuerdos de Asturias”, relata un viaje a Corao para visitar a Frassinelli, aunque el nombre del alemán no aparece en los escritos: “Después de media hora de camino, constantemente cobijados bajo la sombra de aquellos árboles, nos detuvimos en un pueblecito compuesto por media docena de casas, desparramadas en un valle de aspecto risueño y pintoresco. Detuvímonos ante un portón que daba entrada a una huerta y echamos pie a tierra. Estábamos a las puertas de la morada que el extranjero había escogido para su residencia. Mr. S… (Frassinelli) levantó el aldabón, empujó la puerta y nosotros marchamos en su seguimiento. Nos encontramos dentro de un reducido pero excelente jardín, donde se respiraba una atmósfera embalsamada». Escalera se asombraría de la misma manera con los “vastos conocimientos” del alemán y con su café templado y limpio, y seguiría: “Mr. S... honrará de seguro el país que elija por segunda patria y nosotros nos felicitaríamos de que Asturias detuviera su planta y le encadenara a sus montañas por medio de sus costumbres sencillas y sus grandes recuerdos”.

Frassinelli fallecería en 1887, trasladándose su cuerpo al pequeño y umbrío cementerio junto a la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, ahora abandonado a las enredaderas y a los susurros. Luego, el “alemán de Corao” recibiría más ilustre sepultura en el interior de la iglesia, donde según un fabulador texto del “Libro de los Testamentos” reposaron el primer rey de la Monarquía asturiana, Pelayo y su esposa Gaudosia, durante quinientos años antes de ser trasladados a Covadonga. 

Los lugareños dieron a un punto del macizo del Cornión, en la ruta al Lago Enol, el nombre de “El pozo del alemán”, un rincón escogido por Frassinelli para sus meditaciones, rodeado de las hayas y sus ecos y custodiado por los cuervos del cielo

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